Читать книгу Educar sin miedo a escuchar - Yolanda Gónzalez Vara - Страница 15

Aulas y movimiento

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Vamos a tratar el par «educación infantil-inmovilidad».

En sentido progresivo, desde la educación infantil hasta la primaria, en gran parte de los centros escolares las expectativas del adulto para el aprendizaje escolar se relacionan con cierto grado de inmovilidad (por no decir de total inmovilidad), salvo en los recreos establecidos o en las actividades deportivas.

Probablemente os sonarán bastante estas sugerencias destinadas a mantener el orden: «Siéntate en tu sitio», «Calla y escucha». Con las variantes que queráis colorear, estas indicaciones reflejan las expectativas que se persiguen para, entre otros aspectos, considerar a un niño como «bueno y educado». De lo contrario, el recurso más utilizado para lograr dicho objetivo, en los casos de comportamiento disruptivo o molesto, es la «silla de pensar». También hay otros métodos eficaces para el momento puntual, pero igualmente dudosos en cuanto a su función educativa y a las emociones que suscita en la personita que lo sufre, como veremos más adelante.

Tiene lógica que en aulas masificadas de veinte o veinticinco pequeños, y con la presencia de uno o dos educadores, mantener el silencio y cierto orden ante la presión del currículo a seguir se convierta en un reto complejo para el educador: o están quietos o difícilmente se puede cumplir el programa. En estas situaciones, muchas veces el sentimiento profundo de impotencia se apodera también de los educadores con buena disposición para atender las necesidades emocionales infantiles.

Pero si en lugar de comprender solo la realidad del adulto en este contexto reglado educativo (por supuesto, hay otros espacios educativos más libres), que sufre de ratios abusivas para un buen ejercicio profesional, nos situamos también en las etapas evolutivas de la infancia, en las que el movimiento es central como aprendizaje exploratorio, convendría plantearse si es realmente saludable que en los centros infantiles se limite la necesidad natural de expansión de los niños (con su vitalidad) durante cinco largas horas escolares, «aprendiendo» sentados en sillitas y «atendiendo» cuando lo que quieren es… ¡solo jugar = aprender! Afortunadamente disponen de un recreo como descanso reglado y limitado, y quizá de psicomotricidad. Pero ¿es suficiente?

Tenemos dos problemas. El del profesorado que necesita otras ratios en sus aulas, con menos niños para mejorar la calidad, y el de los peques, que sufren las consecuencias de un sistema que dispone de profesorado en paro y paradójicamente masifica las aulas. Ya sabemos las razones económicas que sustentan semejante incoherencia.

Por tanto, no siempre las alteraciones de la conducta infantil responden a una supuesta hiperactividad. En ocasiones, la dificultad radica en mantener cierto orden y silencio en un aula con un alumnado excesivo y elevada exigencia para las educadoras.

Ante un niño movido que llama la atención, la tentación de considerar un TDAH es alta. Ya hemos visto que no se trata de negar este trastorno, pero tampoco trivializar los diagnósticos y estigmatizar a una criatura sin suficiente justificación. En realidad, en muchas ocasiones, es la ignorancia de los procesos emocionales y las necesidades vitales infantiles lo que lleva a la desesperación a padres y educadores, y promueve tratamientos de dudosa eficacia, y de grandes consecuencias, para abordar la problemática de fondo.

Toda criatura sana necesita movimiento.

La emoción representa un movimiento de dentro hacia fuera (etimológicamente, del latín ex movere), y los menores de seis años se encuentran regidos por el sistema límbico (sede de las emociones en la estructura cerebral) en clara oposición al funcionamiento adulto que despliega sus potencionalidades neocorticales (intelecto, razonamiento, etc.). Carece de sentido la expectativa adulta de inmovilidad durante el aprendizaje.

Los niños pueden y están capacitados para permanecer concentrados, si la actividad atrapa su atención. Pero no responden igual ante el aprendizaje mecánico y estructurado.

En las aulas infantiles, el día podría comenzar con una actividad en movimiento: música y danza, deporte, yoga, etc.; seguido de una asamblea para compartir y crear un clima de acogida que favorezca el resto de actividades. Lo veremos en capítulos posteriores.

Si los educadores tienen cierta formación en dinámicas grupales, pueden generar un clima de colaboración y de escucha mutua basado en el respeto, base fundamental para desarrollar cualquier aprendizaje.

Educar sin miedo a escuchar

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