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2. EL COLEGIO DE SAN JORGE

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A pesar de todo lo descrito, y tal vez en parte por esa convivencia con la milicia del Centenar y la cofradía de San Jorge, esta iglesia en principio tuvo un papel marginal en el conjunto de posesiones de la Orden cuya sede principal en la ciudad de Valencia siempre fue la iglesia y casas del Temple. Era, por tanto, un emplazamiento más importante por su papel en el ceremonial urbano vinculado a la rememoración de la conquista que por su vinculación a la orden. Este papel cambia con la incorporación a la Corona. Una de las primeras decisiones del rey fue la creación del colegio de San Jorge anexo a la iglesia, equiparando a Montesa con el resto de órdenes militares que por la misma época fundaron colegios que permitiesen a sus miembros asistir a la universidad y residir en comunidad. Hay que recordar que en 1529 se había fundado el colegio de la Orden de Santiago en Alcalá; en 1534 se fundaban en Salamanca tanto el colegio de la Orden de Santiago como el colegio de los Comendadores de San Juan de Rodas de la Orden de Malta,24 y en 1552 se fundarían tanto el colegio de Calatrava como el de los Comendadores de Alcántara. También por los mismos años se fundaban en Valencia otros colegios vinculados a la Universidad.25 En el caso de Montesa el colegio contribuiría a encauzar la relajación observada en la época del último maestre y sobre todo capacitaría a los freiles para ocupar los curatos de las villas dependientes de la Orden, tal y como había sido establecido por bula de Clemente VIII.26

Si seguimos la narración de Samper, el 22 de noviembre de 1593 el rey Felipe II escribió a frey Juan Ferrer de Calatayud, lugarteniente de la Orden, que había resuelto que cuatro freiles del convento estudiasen en la Universidad de Valencia y para ello se instalasen en la casa del prior de San Jorge.27 El rey dio orden para que la Junta Patrimonial comprase algunas casas junto a la del prior y con ellas se hiciesen los aposentos necesarios para los estudiantes,28 pero esa solución no satisfacía a la Orden y el 9 de agosto de 1594 se escribió al rey que «havia grande inconveniente en unir las casillas con la de el Prior; porque además de ser esto remiendo, seria la obra infructuosa, y que dentro de pocos años se havria de volver a reparar, por ser viejas todas las casas». Se decidió entonces derribar dichas casas e iniciar una nueva construcción «en forma de colegio», para lo que don Juan Ferrer de Calatayud envió al rey dos plantas, una estimada en 3.000 y otra en 4.000 ducados. El 28 de septiembre de 1594 el rey señalaba al virrey marqués de Aytona la planta del colegio por edificar, en concreto la que costaba 4.000 ducados.

El 23 de diciembre de 1594 el rey volvía a escribir a frey Juan Ferrer: «No he sabido si se comenzó la obra, ni su estado; mandoos, que me lo aviséis, y que deis mucha prisa en que pase adelante, como lo he mandado, que en ello me serviréis». A pesar de la insistencia, las obras no se empezaron hasta finales de 1595, y en 1598 se detuvieron por la muerte del rey y sobre todo por el destierro del lugarteniente.29 El colegio se concluyó finalmente en 1606.

Documentación inédita nos ha descubierto que el tracista del colegio fue Francesc Antón y el encargado de ejecutar la obra Joan Maria Quetze y de Morco.30 Francesc Antón se hallaba por entonces construyendo el crucero de la iglesia de los jesuitas; antes se había hecho cargo de la parroquia de Alacuás, el Hospital General y el convento de los capuchinos de la Sangre de Valencia. Antón era un hábil maestro al que frecuentemente encontramos dando trazas. Joan María Quetze era un experto en el trabajo del estuco de origen milanés que había llegado a Valencia junto a la familia Aprile, estos últimos vinculados a diferentes obras en la parroquia de Montesa. Junto a Joan Baptista Abril había contratado en 1573 una obra similar a la que nos ocupa, el colegio de la Purificación. Antón y Quetze volverían a aparecer juntos pocos años después, a partir de 1601, en la construcción de la cabecera de la iglesia de San Andrés, donde Joan Maria Quetze realizaría las trazas y ejecutaría la obra con la supervisión de Antón como experto.31

Para Samper, el definitivo adelanto de la obra debió mucho al nuevo lugarteniente general, Francisco Crespí de Borja, que «era el más cuidadoso sobrestante de la fábrica de esta casa». El resultado fue que, «aunque la casa era pequeña, se fabricó con tal arte, que parecen eternas sus paredes; fue fuerza las levantaran despacio, que aprisa nada se hace con acierto».32

El edificio construido en un principio debía de ser muy modesto; las constituciones aprobadas en 1611 dan alguna idea de su conformación, un «patio de abajo» al cual podían acceder personas principales el día de San Jorge y un «claustro de arriba» donde estaban las celdas, este de acceso prohibido. Existía un refectorio donde se comía a las once todo el año y se cenaba a las seis en verano y a las ocho en invierno. Las constituciones indican que para tratar cosas de la orden se solían reunir en el refectorio o sacristía;33 este doble uso del espacio evidencia las limitaciones del edificio original. Si observamos el plano de Tosca (figura 3) todavía podemos apreciar el bloque cuadrado que flanquea por la derecha la iglesia de San Jorge frente al pla de Sant Jordi con cuatro pandas en torno a un reducido patio o claustro. Una idea de ese reducido claustro de dos pisos nos la da una fotografía publicada por Martínez Aloy, que lo muestra ya en el siglo XIX, enajenado y convertido en sede de una imprenta, con amplios arcos aparentemente construidos en ladrillo sobre pilares de escueta, con poca si no nula ornamentación (figura 4).34


Figura 4. Taller de la imprenta de José Rius en el claustro del Colegio de San Jorge. Fotografía de Martínez Aloy en 1868. Col. Huguet.

Las quejas en torno a la modestia del edificio llegarían pronto.35 Su principal problema era la falta de espacio, hasta el punto de que en 1640 se pensó en cambiar algún aspecto de las constituciones que permitiese la salida de los estudiantes los días de asueto, ya que la casa «era muy corta, apretada y melancólica, sin huerta o patio para recreos».36 En 1641 el rector del colegio, frey Pablo Climent, pidió que se comprasen algunas casas para su ampliación;37 esto en principio no debió de llevarse a cabo, de hecho en 1653 se llevó a cabo la reforma de las constituciones38 y estas seguían insistiendo en que, puesto que no existía en la casa huerta o patio para el recreo, el rector podría concederles permiso los días de asueto para salir fuera de la ciudad de dos en dos.39

En el mismo mes de octubre de 1653, siendo rector frey Diego Pablo Ferriz, el rey concedió dos mil ducados para el ensanche del colegio. Samper atribuye al cuidado de Ferriz «el haver intentado desahogar esta casa, si bien no pasaron a execucion sus deseos». Los conflictos de jurisdicción de 1658 hicieron que esa concesión se paralizase y Diego Pablo Ferriz fuese suspendido como rector retirándose a Alcalà de Xivert.40

A partir de ese momento el protagonismo lo asumen los hermanos Juan Crespí –lugarteniente– y Cristóbal Crespí41 –vicecanciller del Consejo de Aragón y asesor general de la Orden–, hijos de Francisco Crespí de Borja, quien, como vimos, había culminado la construcción del colegio en su primera fase. Estos tienen como ejecutor a frey Hipólito de Samper, que al mismo tiempo es la fuente interesada que nos ha trasladado esta narración. Frey Hipólito de Samper se convertiría en secretario y mano derecha de Juan Crespí; en 1659 fue nombrado vicerrector y, por fin, en 1662, rector del colegio y prior de San Jorge.

Así, el 15 de diciembre de 1661 el rey confirmó los 2.000 ducados para el ensanche del colegio que ya había previsto en 1653. No hay duda de la implicación de los hermanos Crespí en la construcción; el vicecanciller Cristóbal Crespí escribía desde la Corte a su hermano Juan Crespí en febrero de 1662:

No dexe ud de hazer que se compre con efeto la casa para ensanche del colegio, pues es tan buena la ocasión habiendo estado vacía tantos años y yo aun quisiera que se comprasen por el otro lado de las espaldas algunas casillas que ay, que podría hazerse jardín. Vs lo haga, que será mejora digna de su tiempo, porque podrán los moços que allí se crian, obligarse a salir menos, y ellos tendrán dentro de casa lugar de recreación y desahogo que lo han menester los que trabajan y estudian.42

Las nuevas constituciones habían aumentado el número de colegiales y ello impuso la necesidad de la ampliación, que en un principio se vio limitada por la imposibilidad de adquirir la casa llamada de los Ferril. Finalmente –tal y como deseaba Cristóbal Crespí– el 15 de diciembre de 1663 se compra la casa de al lado del colegio por 875 escudos y el 9 de febrero dos casillas que estaban a las espaldas del colegio por 250 escudos. Sabemos que las obras se concertaron el 21 de marzo de 1664 por un valor de 1.600 escudos. No conocemos tracista ni maestros de obras, las obras se iban a iniciar el 8 de mayo con la colocación de la primera piedra del cuarto del rector. El 10 de mayo todavía se arbitraron 600 libras más «para las mejoras que se arbitraron necesarias»: «comprar una casilla, que está al lado del colegio, i ha de servir para hacer parte del refetorio, i de un aposento que faltava para la habitación decente de los colegiales, i que todos estén a un suelo...». Nuevas cantidades se aportaban el 20 de septiembre del mismo año y aún el 25 de mayo de 1665.

El 12 de mayo de 1665, frey Hipólito de Samper redacta un memorial al rey que nos informa de lo ya realizado y de la intención de las obras. El rey había concedido 4.000 ducados para el ensanche y ampliación del colegio. La obra implicaba la construcción de un nuevo refectorio, que tras ser capitulado tuvo que cambiar su emplazamiento. Samper señala, además, la necesidad del huerto o jardín; proponía comprar dos casas que permitirían que «quedara un huerto de ciento y seis palmos en quadro, que es harto capaz», habría que «hacer la cerca al huerto, conducir el agua, plantar árboles, hacer conductos, i andamios», con lo que se conseguiría que «parecerá obra de V. M.». El último requerimiento era derribar unas casas situadas frente a la puerta del colegio que no permitían siquiera «que llegue un coche a la puerta», «derribando estas casillas quedara una plaça en quadro mui buena i el colegio manifiesto, i con las armas de V. M. que se pondrán encima su puerta, parecerá lo que es».43

Concluida la obra, Samper manifestaba su satisfacción:

Con la qual cantidad de seis mil ducados se ha hecho el Colegio tan capaz, decente, desahogado, y alegre, que no desmerece tener por Patrón al Mayor Monarca de Europa: porque además de haberse mejorado, lucido, y ensanchado todos los Aposentos de los Colegiales, Familiares, y Criados; se ha labrado de nuevo el Quarto Prioral, las Oficinas y puestos comunes del Colegio; y para divertimento de los Estudiantes se ha hecho un ameno Jardín, que con haverse acabado de plantar los arboles el primero dia de enero de el año 1667 se maravillan quantos ven su loçania. Y aunque esta gran favrica se debe al Rey nuestro Señor (que Dios haya) pues de su Mesa Maestral dio el dinero; con todo, sino fuera por el zelo, cuidado, y amor que de su padre heredaron a esta casa los Escelentisimos y Ilustrisimos Señores Frey Don Chrisitoval Crespi de Valdaura, y Frey Don Juan Crespi y Brizuela, es constante, que no se huviera hecho. Solo en esta parte se le podrá deber al Retor la solicitud y cuidado que ha puesto den su execucion, y el haver pasado por las incomodidades y malos ratos que ocasionan las obras para que sus sucesores los tengan buenos en habitación tan famosa, que no hay Prelado en Valencia, que la tenga mejor.44

Samper elogia a sus mentores, los hermanos Crespí y a sí mismo –el rector incomodado– para describir una ampliación que había supuesto finalmente la remodelación del bloque cuadrado en torno al claustro finalizado en 1606, la construcción de una nueva casa prioral en la parte posterior de la iglesia y un jardín al que daban tanto la trasera del colegio como de la casa prioral, un conjunto bien identificable en el plano de Tomás Vicente Tosca (fig. 3).

El plano también muestra la última de las modificaciones a las que hace referencia Samper, el derribo de unas casas frente a la fachada permitió la apertura de una nueva plazuela que facilitó el tráfico de los carruajes que se iban imponiendo en la ciudad y que otorgó nueva prestancia a la fachada de un edificio que debía ostentar claramente su patronato real. La comparación de los planos de Manceli y Tosca evidencia el derribo de las casas y la creación de ese nuevo espacio ante la iglesia (figuras 1 y 3). Es significativo que Samper insista en que el jardín conseguiría que el edificio pareciera obra del rey y que las armas reales se colocarían en la fachada para que el edificio pareciese lo que era. La obsesión de Samper era la ostentación del patronato real sobre el edificio y así se entiende que firmase una y otra vez sus escritos «en el Real de San George de Valencia».

La Orden de Montesa y San Jorge de Alfama

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