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Marzo de 2020, el principio de todo…

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El día 12 de marzo de 2020, recibimos del Servicio Provincial de Educación Privada de Misiones, SPEPM, el primer comunicado a través de la Circular 15/2020 de adhesión al Decreto 331/20 del Poder Ejecutivo Provincial, que dispuso “la suspensión de todo acto oficial que implique la concurrencia de público masivo por el plazo de 20 días”. Se leía:

“Prohíbase en el ámbito de la Administración Pública Provincial la realización de actos de carácter público oficiales, protocolares e institucionales que puedan implicar la aglomeración de personas. Esta prohibición se establece por el plazo de 20 días corridos, luego de los cuales se evaluará el estado de situación de prórroga” y en su Artículo 3º: “(…) se invita a reprogramar los ya pautados durante los próximos veinte días corridos”.

Continuaba la Circular,

Se recomienda a las Autoridades de las diferentes instituciones Educativas reprogramar todo acto o reunión que implique aglomeración de personas (actos protocolares, reunión de padres, asambleas, etc.)

Cabe mencionar que el presente Decreto Provincial no hace referencia a la suspensión de clases en ninguno de los niveles, hasta tanto las autoridades sanitarias hagan mención expresa del mismo. Esto implica redoblar y extremar los cuidados para la prevención tanto de DENGUE como de CORONAVIRUS, en los salones de clases, patios y lugares de mayor circulación de personas.14

Eran los primeros movimientos con que las escuelas iniciábamos esta Pandemia. El mismo 12 de marzo de 2020, cerca de la medianoche, llegó una nueva comunicación del SPEPM:

A través de la presente, informamos a los Equipos de Conducción de todas las Instituciones Educativas (Nivel de Educación Inicial- Nivel de Educación Primaria- Nivel de Educación Secundaria- Nivel de Educación Superior de Formación docente o de Formación Técnica) que, de acuerdo con lo planteado por el Gobernador de la provincia, las clases en todos los niveles educativos de la Jurisdicción se suspenden por el término de quince (15) días a partir del día 13 de marzo/2020.

No había tiempo de informar a las familias ni a los estudiantes de la suspensión de las clases, por lo que el viernes 13 de marzo se transformó “literal”, en el último día de clases del 2020.

Lo que comenzó siendo un “receso escolar sanitario” de quince días se convirtió en ASPO - Aislamiento Social Preventivo Obligatorio. Pasaron las semanas, los meses y el año escolar 2020 completo…cinco cuarentenas, si las pensamos de cuarenta días.

El Covid-19 ya estaba entre nosotros, era una realidad incuestionable. Vino para quedarse por tiempo indefinido y para desacreditar cualquier método pedagógico presente. Lo cierto es que estudiantes, familias, docentes tuvimos que quedarnos en casa aislados de nuestra vida normal. Las escuelas, los institutos y universidades debieron cerrarse, también los trabajos considerados “no esenciales” ¡estábamos simplemente acorralados!

Los primeros quince días de confinamiento, los tomamos como algo pasajero, algunos pensaron que era un pequeño “presente” de extensión de las vacaciones. No nos detuvimos a pensar en lo que tendríamos que hacer si esto continuaba. El remezón fuerte llegó cuando se declara la primera cuarentena. A los veinte días iniciales de receso, se le suman cuarenta… y la incertidumbre se apoderó de nosotros ¿Cómo haremos para trabajar? ¿Con qué? ¿Y cómo vamos a hacer con los más pequeños? ¿Y cómo vamos a motivar a los adolescentes? ¿Cómo nos vamos a comunicar con las familias? ¿Y las tareas? ¿Y la evaluación? Comenzó la desesperación por trasladar las clases normales al trabajo online, los que tenían acceso. Una lista interminable de Apps, programas, plataformas hasta ese momento desconocidas, aparecieron para apoyar la labor de los docentes. La idea era intentar llevar a las casas lo que se podía de la actividad educativa presencial y así garantizar la continuidad pedagógica: contenidos, tareas, ejercitación, trabajos de lectura, reflexión y aprendizaje para no perder, hasta ese momento, los dos primeros meses de clases.

Durante la primera cuarentena, todavía algo incrédulos, veíamos con horror los datos acerca del Covid-19 que la televisión arrojaba día tras día de Europa y otros continentes, una cuenta interminable y asustadora de contagios y muertes. El mundo definitivamente paró…

De la noche a la mañana, la docencia se convirtió – junto a los trabajadores de la salud, la seguridad y la limpieza – en lo que se llamó “trabajadores esenciales”. Docentes de todos los niveles comenzamos a buscar, las que consideramos mejores herramientas, para llegar a nuestros estudiantes. Se jugó a partir de allí el liderazgo directivo, la gestión, la supervisión, la comunicación, la determinación del docente, la creatividad, la innovación y la transformación. Los cambios habían llegado a la educación imprevistamente, ya no serían “para más adelante” como siempre se planteaban. Pensándolo bien, nunca las escuelas tuvieron mucho tiempo para parar a pensar en innovaciones, transformaciones o cambios durante el Ciclo Lectivo. Año tras año, de principio a fin, se dedicaban a impartir clases con el extensísimo diseño curricular, haciéndole pequeñas e insignificantes modificaciones; lo mismo con los proyectos educativos anuales, proyectos artísticos, con fechas y formatos preestablecidos. Comenzaban el año con el calendario bien afinado, contando días de clases, feriados, reuniones de PEI, Formaciones Situadas, Actos Escolares, Ferias de Ciencias y Pedagógicas, etc., todo bien armado una semana antes de empezar las clases. Ahora, lo que se dice “tiempo” para pensar en una verdadera transformación educativa al interior de la escuela, raras veces sucedió.

Para transformar es necesario replantear el proceso de enseñanza y de aprendizaje, y eso lleva tiempo de reflexión, de debates y consensos, de capacitación, tiempo que casi nunca nos tomamos ¿Podríamos considerar esta pandemia una oportunidad? ¿Es esta la oportunidad que esperábamos para hacer cambios profundos en la forma de enseñar y aprender en la escuela? Esta pandemia ¿Nos está ofreciendo ese tiempo para pensar?

Expertos del mundo educativo se hicieron presentes a través de charlas online para debatir todos los asuntos inherentes a estas cuestiones. ¿Cuál será la escuela de la post pandemia? ¿Cuáles serán los cambios que deben realizarse? ¿Hacia dónde se encaminará la educación? Muchas preguntas con pocas o iguales respuestas: transformación, innovación y cambio.

En esos primeros meses nos preocupaban mucho los estudiantes ¿Qué estaría pasando con ellos en sus casas? ¿Cómo se sentirían encerrados sin poder asistir a clases? ¿Y los padres? ¿Cómo estarían haciendo los padres para ayudar a sus hijos para no perder el año? Vamos a ser sinceros, hasta este momento, siempre fue responsabilidad de la escuela lo que aprendían los estudiantes y cómo lo aprendían: de la maestra y de los profesores, del proyecto educativo; muy pocas familias asumían el rol que les compete de acompañar el proceso educativo de sus hijos, este es sin dudas un momento de muchos aprendizajes.

La situación de aislamiento, confinamiento y enfermedad resultó por demás extraña, incomprensible, inimaginable. No hubo tiempo de planificar, el apuro por acatar la normativa que exigía el confinamiento no dio lugar a reuniones de equipos directivos para consensuar el rumbo de la institución en este mar de incertidumbre. Tardamos en reaccionar y darnos cuenta de las herramientas digitales que teníamos a mano para seguir adelante.

La única certeza que tuvimos desde el principio, directores y docentes, es que era imprescindible dar a los estudiantes herramientas para afrontar esta situación difícil de profundos cambios. ¿Cómo lo haríamos? muchos desconocían las herramientas digitales, salvo el Aula Virtual, las demás herramientas nunca las habíamos utilizado, porque en la presencialidad no eran una prioridad. Una especie de negación y dificultad se hizo presente; el “encierro” iba más allá de estar atrapados dentro de las paredes de nuestra casa; era un “cierre” mental que surgió como un mecanismo de defensa ante la imposibilidad del manejo de la tecnología sugerida o exigida por la contingencia. Aún hoy, después de un año con las escuelas cerradas, existen docentes con dificultades en el aprendizaje digital. ¿Cómo haríamos para enseñar desde lo desconocido? Obviamente, primero teníamos que aprender nosotros. Surgieron así, los primeros instructivos de utilización del Aula Virtual y de las redes sociales.

La meta era sostener y fortalecer los vínculos con las familias y estudiantes, permanecer cerca, hacer sentir que, a pesar de todo, la escuela estaba allí, en cada docente, en cada casa, en cada pantalla al margen de las innumerables dificultades. En este sentido Inés Dussel señaló en su ponencia, “Clase en pantuflas: reflexiones a partir de la excepcionalidad”, lo siguiente:

“Hay que hacer escuela en estas condiciones, hay que dar clase en pantuflas, hay que disponerse lo mejor que podamos en este tiempo tan raro para dar lo mejor de nosotros, para que el día de pasado mañana, en julio, agosto o septiembre, quién sabe, volvamos a vernos las caras en el aula, volvamos a compartir risas y chistes, y los chicos sepan y nosotros sepamos que estos no fueron meses perdidos, sino que fue un tiempo excepcional en el que estuvimos dispuestos, contra viento y marea, que en nuestro caso se llaman virus y crisis, a seguir aprendiendo y construyendo algo juntos. Que sepan que ellos nos importan, que nosotros importamos, y que al final lo que tenemos es eso: el nosotros. Si aprenden eso, si aprendemos eso, vamos a estar bien”.

Los docentes en general, nos lamentábamos día a día por los proyectos que habíamos imaginado para la presencialidad y que quedaron suspendidos; por lo que considerábamos debían aprender los estudiantes y no teníamos certeza si lo estábamos logrando; de los “agujeros” que quedarían en los contenidos para enfrentar el ciclo siguiente; de la imposibilidad del trabajo en equipo a través de las redes; de la difícil aplicación de la interdisciplina entre colegas; de lo difícil que resultaba consensuar por Zoom… siempre pensado en lo que no podíamos, lamentándonos todo el tiempo de lo que nos pasaba, es cierto, la desazón se había apoderado de nosotros. Nos llevó tiempo pensar que sí podíamos, que estábamos delante de una gran oportunidad, que teníamos mucho que aprender si mirábamos con otros ojos, desde otra perspectiva. Teníamos que hacernos otras preguntas, por ejemplo ¿cómo volveríamos fortalecidos y preparados para enfrentar otras crisis? ¿Qué podríamos aprender de todo esto? ¿Cómo nos ayudaría a futuro en la profesión? ¿Cuán diferentes seríamos al regresar? Si, nos llevó tiempo comprender que también somos aprendices, y de lo importante que es nuestra presencia en la escuela, porque finalmente quedó al descubierto que la docencia es imprescindible, esencial e insustituible. La sociedad nos necesita y el futuro escolar de los estudiantes siempre dependerá de nosotros.

La Fundación Santillana desde España, lanzaba en mayo de 2020 el ciclo de reflexión “La Escuela que viene: reflexión para la Acción”15, cuya premisa era “Una crisis como oportunidad para contribuir a la mejora de la educación y la escuela”. Uno de los invitados, Alejandro Quecedo, joven estudiante español y activista climático, expresaba lo siguiente:

Ahora es el momento de extrapolar esta conclusión pues si la escuela ha podido adaptarse a la COVID puede también adaptarse a las necesidades lectivas y sociales del siglo XXI. Sin embargo, en esta extrapolación debemos transformar la perspectiva de cambio, pues ya no se trata de crear un paradigma en el que la escuela sobreviva, se trata de crear un nuevo paradigma para una nueva escuela estimulante, útil y catalizadora. Y para ello, la escuela que viene debe ser muchas cosas.

En virtud de esto ¿Vamos a poder, luego de esta experiencia crítica de salud mundial que nos ha mantenido encerrados, pensar en un nuevo eje de transformación educativa? ¿Vamos a poder pensar en una enseñanza para toda la vida que les haga sentido a los estudiantes con otro tipo de escuela, con otros formatos? ¿Creen que hemos podido avanzar hacia el pensamiento de un cambio profundo en educación?

Antes de la Pandemia expertos en educación decían que estos cambios profundos se revelarían en los próximos cinco o diez años, ejemplo de ello, la Secundaria Federal 2030 como política de implementación para transformar la escuela secundaria, cuyas habilidades para el futuro como: Aprender a aprender; Resolución de problemas; Compromiso y responsabilidad; Trabajo con otros; Pensamiento crítico y Comunicación; pensadas como estrategias a desarrollar desde el 2018 y como meta el 2030, se adelantaron al 2020 con dudosa previsión de éxito.

Siguiendo a los expertos, estos nos adelantaron que los cambios profundos afectarían de lleno la forma cómo pensamos, vivimos, trabajamos y nos relacionamos, y que, por supuesto, también afectarían de lleno a la educación. ¡Y cómo nos afectarían! El cambio está acá, llegó en el 2020, se adelantó, cambió todo, la forma de relacionarnos, de comunicarnos, de trabajar, de estudiar, de asistir a la escuela, nuestra forma de vivir, sumada la incertidumbre de no saber cuándo volveremos a nuestras actividades normalmente o, si volveremos.

De lo mucho que leímos y escuchamos en el 2020, hay tres palabras que se repitieron con mucha fuerza y convicción: “cambio”, “transformación” e “innovación”; Pero ¿qué significa transformación e innovación? Es tan fácil y bonito utilizar estas palabras que corren serio riesgo de transformarse en clichés. Compartirán conmigo que escuchamos infinitas veces estas frases: “estamos realizando una transformación profunda en educación”; “estamos realizando una gran innovación en los programas educativos” … realmente ¿Hemos transformado? ¿Hemos innovado?

De hecho, si lo pensamos bien, todos hemos hecho cambios importantes durante este período tan particular. Unos más que otros, de acuerdo con nuestros conocimientos y posibilidades, de acuerdo con nuestra personalidad. ¿Cómo transitamos esta acomodación? ¿Qué rutinas o comportamientos nos vimos obligados a cambiar? ¿Cómo nos sentimos con estos cambios? ¿Cómo vivimos este duelo de la pérdida? Porque hemos perdido mucho: perdimos el espacio aula, el mirarnos cara a cara, retroalimentarnos; perdimos amigos, familia, vecinos, perdimos el trabajo… ¿Estábamos preparados emocionalmente para lo que tuvimos que enfrentar? Puedo decir con seguridad que no, pero las respuestas a estas preguntas fueron el puntapié inicial para comenzar el proceso de transformación e innovación educativa en nuestra Institución.

En principio, para aclarar los términos o al menos saber de qué hablamos cuando hablamos de transformación, innovación y cambio; vamos a traer, en primer lugar, el concepto “transformar”, que segúnel “diccionario ABC”, “es hacer que algo cambie sin alterar sus características esenciales”. Desde el aspecto personal, es un cambio, una evolución que pasa por dejar atrás algunas costumbres para asumir otras nuevas, “el concepto es usado de manera extendida en el plano social para referirse a aquellos cambios que experimentan los colectivos sociales como consecuencia de factores políticos, económicos y hasta culturales, que ejercen una enorme presión y entonces, la sociedad se transforma en la dirección que estos le imponen”16 Aportaría a esta definición los factores del cuidado de la salud mundial.

La “innovación” en cambio, es un término que se lo puede considerar como el concepto de renovar, mejorar algo al punto de que parezca nuevo, alterando casi todas sus características. En educación significaría, por ejemplo, poder realizar un cambio profundo a un modelo o paradigma educativo tradicional que quedó obsoleto, suspendido en el tiempo. No podemos seguir enseñando como en el siglo pasado, debemos preparar a los estudiantes para afrontar la realidad del mundo de hoy, intentar transformarlos en ciudadanos del mundo, que aprendan a cuidar el medio ambiente, preparados para convivir con otros y trabajar juntos en una sociedad que cambia constantemente.

Innovar es reimaginar, recrear, volver a crear desde lo que ya está creado y con ello producir nuevas experiencias, generar nuevas oportunidades de aprendizaje. En palabras de Saturnino de la Torre (1997) “La innovación es uno de los niveles más altos de creatividad. Integra categorías como iniciativa, inventiva, originalidad, disposición al cambio, aceptación del riesgo, proceso adaptativo, pero sobre todo colaboración y disposición a compartir valores, proyectos, procesos, actuaciones conjuntas y propuestas evaluativas. La polinización de la creatividad tiene lugar a través de proyectos de innovación curricular”.

Se entiende entonces, que la innovación es un proceso mucho más profundo y drástico, que nos pone en situación de cambio total, del surgimiento de nuevas ideas, de nuevas formas. Un proceso que no termina, que se abre un sin número de posibilidades de seguir ideando, cambiando y desarrollándonos. Pensemos juntos y en profundidad, en este entrado Siglo XXI. ¿Hemos cambiado nuestras prácticas para otras más innovadoras? ¿Hasta dónde y cuánto hemos transformado el aula con estrategias innovadoras? ¿Hemos colaborado a introducir cambios significativos en la escuela que trabajamos? ¿Tuvimos la posibilidad de colaborar en el cambio? ¿Cuán profundos fueron esos cambios? Rebobinemos el tiempo, pensémonos 10 años atrás… cinco años atrás, en el 2015 ¿Hemos cambiado desde entonces? ¿Cómo llegamos preparados al 2020? ¿Cómo nos encontró la pandemia? ¿Y cómo queremos estar dentro de 10 años, cuando todo pase?

Xavier Aragay, Experto y Consultor internacional, en su blog17, escribía el 23 de marzo de 2020:

¿Dónde querremos estar en el 2030, es decir, dentro de diez años? ¿Cuántas crisis como esta viviremos en esta época? ¿Cómo habrá avanzado la inteligencia artificial y cómo podremos incorporarla a favor de nuestro proyecto educativo? ¿Dónde nos habrá conducido el calentamiento del planeta y cómo estaremos educando experiencialmente de otra forma? ¿Cómo habremos superado el pensamiento simple basado en la transmisión de disciplinas separadas entre ellas y habremos avanzado decididamente hacia el pensamiento crítico y complejo basado en la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad? ¿Cómo habremos cambiado la cultura interna de nuestra institución? Es preciso que seamos disruptivos, que avancemos con más ambición y sueños… Hace falta que pasemos de la innovación a la transformación sin dejarse la piel… Y para ello necesitamos nuevas reflexiones, nuevas estrategias y metodologías del proceso de cambio. Si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora, no va a cambiar nada…

Sabias y acertadas palabras. Pues bien, ya comenzamos a recorrer el año 2021, no nos queda mucho tiempo para el 2030 que plantea Xavier Aragay. No sabemos cómo será calidad del tiempo que nos queda hasta llegar allá, cuántas crisis o pandemias nos quedan por delante. La única certeza que tenemos es que necesitamos cambiar, aunque los diseños curriculares sigan siendo los mismos, hay que buscar la forma de innovarlos y aplicarlos de manera que al estudiante le haga sentido. Hay que encontrar el tiempo, especialmente con los Equipos de Conducción, para consensuar, hablar de lo importante, de lo necesario, de un Proyecto Educativo innovador, actualizado, real, que valga la pena. Debemos hablar de la escuela que queremos…de la nueva, no de la vieja.

“Hoy en día, estamos ante una situación inmejorable para utilizar nuestros recursos creativos y tecnológicos con el fin de cambiar la situación actual. Tenemos infinitas oportunidades para captar la imaginación de los jóvenes y brindarles métodos de enseñanza y de aprendizaje con un alto grado de personalización”. 18

Sir. Ken Robinson

P.E.I.demia: Crónica de una crisis educativa anunciada

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