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Primera parte ¿Hemos podido descubrir el inmenso tesoro que encierra la educación?

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“Este 2020 ha sido un año extraño y difícil con un fuerte impacto en nuestras vidas y sociedades, en términos de salud física y emocional, de economía, de educación… pero, a la vez, ha sido un período de nuestra vida que no olvidaremos jamás y que nos ha obligado a replantear miradas, a superar inercias, a rehacer mapas y rutas… ¡Quién nos habría dicho, hace unos años, que en estos momentos nos moveríamos de esta forma!”

Xavier Aragay,

experto y consultor internacional

Pues bien, es verdad que no estábamos preparados para enfrentar una pandemia; pero nadie puede negar que hemos recibido varias advertencias de que esto podría llegar suceder.

Soy una docente como cualquiera. Una entre muchas y muchos que nos levantamos felices cada día, para tirar hacia adelante el carro de un sistema que sabemos es obsoleto. Esta crisis sanitaria, social y económica mundial por la pandemia, no hizo otra cosa que dejar al descubierto las carencias que el sistema educativo siempre ha presentado, pero que ahora, se hicieron mucho más visibles y palpables. Brechas enormes se abrieron entre los que tenían acceso a internet y los que no; los que poseían una herramienta digital y los que no; los que sabían utilizar una herramienta digital y los que no; entre las familias que por factores socioculturales pudieron ayudar a sus hijos y las que no; entre los que tuvieron ganas de aprender y los que no; entre los que hicieron la diferencia con lápiz y papel y los que se quejaron por no poder hacer nada.

Por otra parte, los Estados tuvieron que definir - especialmente en Latinoamérica - si invertían el presupuesto en salud, en seguridad o en educación. Lo cierto es que, de las tres categorías, la menos prioritaria fue la educación. Cada docente, cada familia, cada escuela tuvo que arreglarse con sus propios medios, sus propios elementos, tiempos, presupuestos y espacios. Los docentes, como nunca, tuvieron que aprender a manejar herramientas tecnológicas, contener sus emociones, ser tolerantes, aprendices y super creativos.

Es posible que mucho de lo que pasamos las escuelas a partir del 2020 pudo haberse evitado, especialmente si los gobiernos hubieran estado atentos a lo que los expertos en educación vienen anticipando desde hace décadas; tal vez, estaríamos mejor preparados para enfrentar semejante crisis sanitaria.

Desde hace muchos años, científicos, pensadores y expertos en educación vienen advirtiendo y ofreciendo informes acerca de las tensiones y de los desafíos que debería enfrentar la educación en el Siglo XXI. La UNESCO1, la OCDE2 y la ONU3, han realizado investigaciones profundas en el plano de las políticas educativas y han invitado a los responsables educativos de los Estados a sumarse a las iniciativas, debates, reflexiones y propuestas. Algunos Estados han introducido cambios notables en su sistema educativo y han ponderado las sugerencias recibidas por los expertos internacionales. Otros sistemas educativos más tradicionales y resistentes a los cambios propenden a dar prioridad sólo a la adquisición de conocimiento (sobrecarga de contenidos en los diseños curriculares), en detrimento de otras formas de aprendizaje (nuevas metodologías y enfoques). Lo que buscan las organizaciones mundiales con sus reflexiones y sugerencias, es concebir la educación como un todo y, es en esa concepción, que buscan inspirar y orientar las reformas educativas, tanto en la elaboración de los programas como en la definición de las nuevas y modernas políticas pedagógicas.

En las siguientes líneas intentaré señalar la vigencia de los puntos reflexivos y centrales del pensamiento educativo de la llamada Comisión Delors que vieron la luz en la década final del siglo XX (1993/1996) y cómo este informe, continúa impactando en las primeras dos décadas del siglo XXI.

En 1993 la UNESCO encargó a la “Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI” 4, presidida por Jacques Delors, junto a otras catorce personalidades del mundo procedentes de diversos medios culturales y profesionales, la misión de analizar los desafíos para la educación y el aprendizaje en el nuevo siglo y plantear reflexiones y propuestas en un programa de renovación y acción a presentar a los responsables oficiales (Ministros de Educación) de la toma de decisiones de los Estados parte. En 1996 en las conclusiones presentadas en el Informe final “La Educación encierra un tesoro”5, los miembros de la Comisión expresaron su deseo que el informe “contribuya a suscitar en cada país y en la comunidad internacional un debate que nos parece fundamental sobre el futuro de la educación”.

En la introducción, cuyo título es “La educación o la utopía necesaria”, Jacques Delors, explicita las líneas maestras del trabajo de la Comisión, asumiendo que la educación es un instrumento de un valor indispensable para el progreso de la humanidad, poniendo como prioridad a los niños y adolescentes, revalorizando los aspectos éticos y culturales, señalando la idea de que la educación para toda la vida puede conducirnos a una sociedad de conocimiento y aprendizaje. Alerta también a los Estados acerca de que, el crecimiento económico de la industria, no está alineado con el progreso material y la equidad, con el respeto de la condición humana y con el cuidado y respeto del medio ambiente. Expresa Delors:

“Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social. Al concluir sus labores, la Comisión desea por tanto afirmar su convicción respecto a la función esencial de la educación en el desarrollo continuo de la persona y las sociedades, no como un remedio milagroso -el «Ábrete Sésamo» de un mundo que ha llegado a la realización de todos estos ideales- sino como una vía, ciertamente entre otras pero más que otras, al servicio de un desarrollo humano más armonioso, más genuino, para hacer retroceder la pobreza, la exclusión, las incomprensiones, las opresiones, las guerras, etc.”

Continúa Delors,

“La Comisión desea compartir con el gran público esta convicción mediante sus análisis, sus reflexiones y sus propuestas, en un momento en que las políticas de educación son objeto de vivas críticas o son relegadas, por razones económicas y financieras, a la última categoría de prioridades”.

En este apartado, Jacques Delors explicita claramente una de las mayores problemáticas de la educación, que la misma no es una prioridad; lo podemos confirmar hoy, en pleno Siglo XXI, mientras atravesamos una pandemia.

En el informe, la Comisión planteó una concepción amplia de la educación que permitiría a cada uno descubrir, despertar e incrementar sus potencialidades y su desarrollo creativo, buscar “el tesoro” escondido en su interior; ir más allá de la percepción de la educación como única vía de adquisición de conocimientos o estabilidad económica, para considerarla como vía de transformación individual y colectiva, que genere sociedades más armónicas, respetuosas y tolerantes.

Por otro lado, aborda Delors las que llamó “tensiones” que, en este entrado Siglo XXI, habrían de superarse y que las políticas educativas de los Estados deberían tener presentes para contribuir a “un mundo mejor, a un desarrollo humano sostenible, al entendimiento mutuo entre los pueblos, a una renovación de la democracia efectivamente vivida”.

En el Informe Final, Delors cataloga las tensiones de la siguiente forma:

La tensión entre lo mundial y lo local: convertirse poco a poco en ciudadano del mundo sin perder sus raíces y participando activamente en la vida de la nación y las comunidades de base.

La tensión entre lo universal y lo singular: la mundialización de la cultura se realiza progresivamente pero todavía parcialmente. De hecho, es inevitable, con sus promesas y sus riesgos, entre los cuales no es el menor el de olvidar el carácter único de cada persona, su vocación de escoger su destino y realizar todo su potencial, en la riqueza mantenida de sus tradiciones y de su propia cultura, amenazada, si no se presta atención, por las evoluciones que se están produciendo.

La tensión entre tradición y modernidad pertenece a la misma problemática: adaptarse sin negarse a sí mismo, edificar su autonomía en dialéctica con la libertad y la evolución de los demás, dominar el progreso científico. Con este ánimo conviene enfrentarse al desafío de las nuevas tecnologías de la información.

La tensión entre el largo plazo y el corto plazo: tensión eterna pero alimentada actualmente por un predominio de lo efímero y de la instantaneidad, en un contexto en que la plétora de informaciones y emociones fugaces conduce incesantemente a una concentración en los problemas inmediatos. Las opiniones piden respuestas y soluciones rápidas, mientras que muchos de los problemas encontrados necesitan una estrategia paciente, concertada y negociada de reforma. Tal es precisamente el caso de las políticas educativas.

La tensión entre la indispensable competencia y la preocupación por la igualdad de oportunidades: cuestión clásica, planteada desde comienzo de siglo a las políticas económicas y sociales y a las políticas educativas; cuestión resuelta a veces, pero nunca en forma duradera. Hoy, la Comisión corre el riesgo de afirmar que la presión de la competencia hace olvidar a muchos directivos la misión de dar a cada ser humano los medios de aprovechar todas sus oportunidades. Esta constatación nos ha conducido, en el campo que abarca este informe, a retomar y actualizar el concepto de educación durante toda la vida, para conciliar la competencia que estimula, la cooperación que fortalece y la solidaridad que une.

La tensión entre el extraordinario desarrollo de los conocimientos y las capacidades de asimilación del ser humano: la Comisión no resistió a la tentación de añadir nuevas disciplinas como el conocimiento de sí mismo y los medios de mantener la salud física y psicológica, o el aprendizaje para conocer mejor el medio ambiente natural y preservarlo. Y sin embargo los programas escolares cada vez están más recargados. Por tanto, será necesario escoger, en una clara estrategia de reforma, pero a condición de preservar los elementos esenciales de una educación básica que enseñe a vivir mejor mediante el conocimiento, la experimentación y la formación de una cultura personal.

Por último, la tensión entre lo espiritual y lo material, que también es una constatación eterna. El mundo, frecuentemente sin sentirlo o expresarlo, tiene sed de ideal y de valores que vamos a llamar morales para no ofender a nadie. ¡Qué noble tarea de la educación la de suscitar en cada persona, según sus tradiciones y sus convicciones y con pleno respeto del pluralismo, esta elevación del pensamiento y el espíritu hasta lo universal y a una cierta superación de sí mismo! La supervivencia de la humanidad -la Comisión lo dice midiendo las palabras- depende de ello.

Veinticuatro años después de la publicación del informe Delors, muchas de las conclusiones continúan vigentes. Entonces me pregunto ¿Ha evolucionado realmente el sistema educativo argentino hacia uno más adaptado a las complejidades del siglo XXI? ¿Nos preparamos o preparamos a nuestros niños y adolescentes para enfrentar los desafíos que nos presenta este siglo? ¿Hemos adaptado los modos de enseñar a estos desafíos? ¿Llevamos a la práctica los cuatro pilares de la educación para toda la vida?

La educación, esa utopía necesaria, la que nos hace caminar al decir de Eduardo Galeano, “tiene la misión de permitir a todos sin excepción hacer fructificar todos sus talentos y todas sus capacidades de creación, lo que implica que cada uno pueda responsabilizarse de sí mismo y realizar su proyecto personal” (Delors, 1996).

La Educación para toda la vida, a la que se refiere Jacques Delors, se presenta como una de las claves para enfrentar los desafíos del Siglo XXI ya que responde a un mundo de rápidos cambios y de difíciles realidades, donde aprender a vivir juntos, es uno de los mayores propósitos ya que nos permite pensar en conocer a un “otro” en todas sus dimensiones; trabajar juntos en proyectos comunes; buscar juntos soluciones a problemas cotidianos y soluciones a problemas que implican destrabar grandes conflictos.

Delors lo define como “los cuatro pilares de la educación”, como aquellos cuatro aprendizajes fundamentales que, en el trascurso de la vida, deberían sostener el conocimiento. Así como las cuatro patas de una silla, que deben sostener con firmeza el cuerpo de una persona, darle seguridad, estabilidad, equilibrio y armonía.

P.E.I.demia: Crónica de una crisis educativa anunciada

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