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¿POR QUÉ UNOS RESULTADOS TAN MODESTOS?

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Se podría decir que el esfuerzo misionero no ha servido para detener la hemorragia de fieles. Por otra parte, sin este esfuerzo la Iglesia seguramente estaría aún peor, podrían contestar otros. Si miramos el número de practicantes, actualmente la realidad del pueblo cristiano en Francia es limitada. Pero pensemos también en el número de futuros sacerdotes. La reducción de los seminaristas en Francia es notable: en 2018 dos terceras partes de las diócesis francesas no tuvieron seminaristas. Sin embargo, hay un entorno en el que sí se da un crecimiento: el de los tradicionalistas, que representan el 20 % de los seminaristas franceses.

En 2018 los ordenados en toda Francia fueron 114 (y 133 en 2017). Uno de cada cinco pertenece a las comunidades tradicionalistas (reconocidas por la Santa Sede). Estas comunidades celebran la liturgia según el rito romano «extraordinario», es decir, anterior al Vaticano II, cuyas últimas modificaciones son del tiempo de Juan XXIII. Los tradicionalistas (tanto los fieles a la Santa Sede, como los reintegrados en la Iglesia o los cismáticos) ponen de relieve que el origen de la gran crisis fue las novedades del Vaticano II, empezando por la reforma litúrgica. Los resultados del Concilio fueron negativos y corrosivos, según monseñor Lefebvre. Eso le llevó a fundar la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en la que sacerdotes y seminaristas siguen el camino y los ritos de la Iglesia preconciliar y rechazan el Vaticano II. El obispo francés, fuertemente arraigado en el nacionalcatolicismo de la Action Française, fue excomulgado por Pablo VI en 197634.

El movimiento tradicionalista de Lefebvre se ha convertido en una Iglesia cismática con la ordenación de obispos sin el mandato del Papa. Hoy cuenta con unos seiscientos treinta sacerdotes en todos los continentes. No es una fuerza religiosa que se imponga ni por número ni por influencia. El Camino neocatecumenal, plenamente inserido en la Iglesia católica, tiene un número mucho mayor de sacerdotes y cuenta con ciento veinticinco seminaristas. Por otra parte, en la Iglesia existen organizaciones tradicionalistas reconocidas que rechazan el cisma de Lefebvre, pero tienen una postura cauta sobre el Concilio. Su propuesta, más o menos implícita, es volver al pasado preconciliar en la liturgia, la espiritualidad y la visión del mundo.

En el mundo tradicionalista las vocaciones no son pocas, pero eso no es muestra de una recuperación católica de altos vuelos, pues el fenómeno presenta numerosas contradicciones, y un sistema de pensamiento y de vida que funcionaba hace décadas ha desaparecido. ¿Cómo es posible, por ejemplo, ser tradicionalista y, al mismo tiempo, estar en contra del Papa, cuando todo el culto de la tradición entre los siglos XIX y XX se desarrolló en paralelo al culto al Papa?

Me sorprendió el acta de un encuentro entre Pablo VI y Lefebvre. Este afirmaba no poder obedecer al Papa en nombre de la «libertad de conciencia» y pedía el mantenimiento del rito litúrgico preconciliar en nombre del pluralismo del Vaticano II. ¿Pero libertad de conciencia y pluralismo no eran bestias negras para los tradicionalistas? Aun así, el obispo tradicionalista se basaba en ellos para justificar su postura. La madre del escritor François Mauriac, una auténtica tradicionalista, cuando su hijo protestaba por la condena de Pío XI a la Action Française, le contestaba claramente: «Contre l’Église, il n’y a pas de conscience» («Contra la Iglesia no hay conciencia»). Aun así, también los tradicionalistas «evolucionan».

La vitalidad de estos movimientos no es la respuesta al declive de la Iglesia. Por otra parte, sería interesante ver si dicha «Iglesia tradicionalista» se puede considerar realmente la continuación de la Iglesia de Pío XII, que sentó ciertas bases que en parte apuntaban en la dirección del Vaticano II (que, de hecho, se remitía a menudo a su ministerio) y empezó algunas reformas litúrgicas, como la concesión de la misa vespertina para el precepto dominical.

La Iglesia arde

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