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NO ES SOLO UN PROBLEMA DE LOS CRISTIANOS

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La crisis de la Iglesia preocupa también a los laicos que siguen con atención el patrimonio cultural y humano del cristianismo. Una parte de la opinión pública europea que no se puede encuadrar en la Iglesia observa con preocupación la crisis del cristianismo. El prolífico escritor Corrado Augias (entre cuyos libros se encuentran obras de gran éxito sobre el cristianismo, todas ellas no confesionales), ha declarado que la crisis de la Iglesia sería una pérdida de humanidad para todos: «Necesitamos el cristianismo porque ahí fuera no hay nada más17».

Muchas personas que no son ni militantes ni fieles sienten que el catolicismo es un referente existencial, social, o algo de su vida pasada... Es un mundo que percibe el vacío que se abre. Son los que habrían compartido la expresión de Benedetto Croce, Perché non possiamo non dirci «cristiani» (Por qué no podemos no decirnos «cristianos»), título de un breve ensayo que escribió en 194218. No se trata de una profesión de fe del filósofo napolitano, laico y liberal, sino más bien de la constatación de una historia europea que hace que no podamos no decirnos cristianos.

También en la actualidad hay todo un mundo en Europa que cree que no puede no decirse cristiano; no forma parte de la Iglesia ni va a misa, aunque siente el significado objetivo y subjetivo del cristianismo. En ciertos aspectos reconoce la figura del Papa. Por otra parte, cuando Croce escribía, la Iglesia en Nápoles no solo no estaba en crisis, sino que impregnaba el pueblo con una religiosidad intensa, y el milagro de la licuación anual de la sangre de san Genaro es el ejemplo más patente. Croce habla del cristianismo en términos que, si bien para un católico son claramente reduccionistas, reflejan un posicionamiento que encontramos aún en nuestros días. La Iglesia, que incluyó en el Índice varios de los libros de Croce, recibió su publicación con severidad por considerarla poco respetuosa con la integridad de la fe. El napolitano escribe:

El cristianismo ha sido la mayor revolución de la humanidad, una revolución tan grande, tan comprensiva y profunda, tan fecunda en consecuencias, tan inesperada e irresistible en su aplicación, que no sorprende que se haya considerado o todavía se pueda considerar un milagro, una revelación de las alturas, una intervención directa de Dios en los asuntos humanos, que de él han recibido una ley y una orientación totalmente nueva19.

El cristianismo es como los cimientos de nuestro mundo, que para Croce se tambalean con la Segunda Guerra Mundial y corren el peligro de caer en el abismo del gran mal. De hecho, el filósofo empieza a hablar del «Anticristo que hay en nosotros»: «se opone al Cristo», «es destructor del mundo y goza con su destrucción»20. Observa, con originalidad, que «en esta terrible guerra mundial se enfrentan una concepción todavía cristiana de la vida con otra que podría remontarse a la época precristiana o incluso pre-helénica y preoriental, y podría entroncar con la anterior a la civilización, la bárbara violencia de la horda21». Remitirse al cristianismo es ir a la fuente de la pietas y de la humanitas. Estas observaciones del filósofo napolitano expresan el sentimiento de quienes, en medio de la crisis, se remiten al cristianismo.

Una visión demasiado marcada por la ortodoxia ha hecho que los católicos se interesen poco por comprender la pietas y la humanitas, sedimentadas en la cultura y en la vida, que tienen un sustrato en el cristianismo. Una concepción tridentina del control de la práctica sacramental ha hecho dejar de lado muchas veces el mundo de quienes no pueden no decirse cristianos pero no son practicantes ni militantes. No se trata ahora de propugnar una postura consoladora que, al mismo tiempo que ve cómo se vacían los lugares de culto, acredita a la Iglesia como madre del sentimiento humano difuso en la sociedad. Se trata más bien de entender el humus en el que aún viven en parte nuestros países, los lenguajes, el sentido de la vida y de la persona, la cultura y la mentalidad. No se trata de negar la secularización, sino de entender la profundidad compleja de la realidad. El teólogo Christoph Theobald afirma que el debilitamiento del catolicismo estructurado «hace visibles nuevas corrientes religiosas y espirituales22». Para la Iglesia se trata de encontrar un lenguaje adecuado para estos mundos, en un momento en el que las fronteras de su pertenencia son menos nítidas de cuanto quisieran trazar con una línea pastoral «neotridentina», que termina siendo simplificadora23.

Se ha escrito mucho sobre los orígenes cristianos de nuestro mundo occidental24. Pero hay una diferencia entre el desarrollo secular de las ideas, de las visiones y de las instituciones que tienen un sustrato cristiano original y la persistencia de un humus. La experiencia de las duras semanas de confinamiento impuesto por la difusión del coronavirus, un verdadero trauma del mundo global, ha demostrado que el comportamiento de algunos pueblos europeos, en Italia, Francia, Alemania, España, Portugal y otros lugares, a pesar de la secularización, responde claramente a un sentido del valor de la persona que tiene rasgos cristianos. Habrá que retornar a este punto más adelante. Tal vez la Iglesia tendrá que plantearse más en serio «por qué no podemos no decirnos “cristianos”», no para bautizar a la sociedad, sino para comprenderla.

La Iglesia arde

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