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Capítulo 6

Sacristán en la catedral

“Una noche estaba rezando ante el altar del Santísimo. De repente sentí un ruidito, como un pequeño golpe. Me levanto, miro, nadie. Volví a rezar. Y de nuevo sentí como unos pasos furtivos de quien se acercaba con precaución. Pensé, -¡no se rían!- el diablo, tal vez ¡quiere molestarme! Me levanto y me dirijo a él: ¡Sí, ven adelante, no tengo miedo! ¡Estoy con uno que es más fuerte que tú! Acabé mis oraciones y me volví a la habitación de los sacristanes para afeitarme. Pero aquellos ruidos no me dejaban tranquilo. Abrí, por lo tanto, la ventana que daba a la catedral mientras me afeitaba. Después deseando continuar la adoración al Santísimo Sacramento a través de la ventanita, me puse el roquete porque me parecía que me daba mayor devoción. Así en oración me dormí. Al poco tiempo sin embargo fui despertado por un ruido que venía de la ventanita. Miré y con sorpresa vi una llamita que daba vueltas por la catedral.

¡Muchachos, muchachos, grité a los otros compañeros, rápido, rápido, a los ladrones! ¡Es todo sueño, vete a dormir!, me respondieron. Pero yo insistía… bajamos a la catedral. Cuando llegamos a la caja de las limosnas de la Virgen del Buen Consejo, la encontramos forzada. Los sacristanes palidecieron. Yo les dije, ‘Ustedes estén atentos aquí, cerca de la puerta, que el ladrón no se escape. Yo voy a llamar a los carabineros’. Volví rápidamente con los carabineros; ellos buscaron por todos lados pero el ladrón no aparecía. Finalmente golpearon sobre la caja de madera de las astas del palio; no retumbaba, sonaba como si estuviera llena. El ladrón estaba encerrado ahí dentro”.(41)

* * *

Acabados los dos años de Filosofía, Orione comienza la teología. La meta está más cercana. Siente la urgencia de intensificar y acelerar su preparación al sacerdocio.

Un consuelo para su alma, luz y estímulo para nuevas metas, son las numerosas y eficaces cartas pastorales del obispo, Mons. Bandi. Habla de la necesidad y el empeño de buscar y favorecer las vocaciones, de una adecuada formación de los aspirantes al sacerdocio, de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen, su madre, de la preocupación pastoral por los niños, de la enseñanza religiosa, de la necesidad de un clero santo, todo de Dios. Es un firme partidario de la organización y de la difusión de la prensa católica, valiente defensor de la enseñanza, de la grandeza, de los derechos del Papa. Sin medias tintas sostiene como signo cierto de vocación cristiana y sacerdotal el amor y la fidelidad al Papa. ¡Cuánta sintonía, semejanza entre las enseñanzas del obispo y los ideales y la obra del joven fundador!

En los primeros meses del año, Orione vuelve a menudo a su pueblo a visitar al padre, gravemente enfermo. La familia, faltando el aporte del trabajo de Victorio, tiene dificultades económicas. Carolina no se queda lamentando miseria, organiza y hace que lo poco que tiene alcance para vivir con una digna pobreza. Un problema difícil, pero urgente a resolver, es el de conseguir las veinte liras para la cuota del seminario. La familia Marchese continúa dando su contribución, pero no se quiere ni pedir, ni aceptar más.

La Providencia, sirviéndose de la estima de los superiores y de los profesores del seminario, viene rápidamente en su ayuda:(42) “Me pusieron a trabajar de sacristán en la catedral –recuerda Don Orione-, porque mi familia no podía pagar por sí sola las veinte liras para la pensión del seminario, que era en verdad la pensión más baja, la más modesta de las que había entonces en el seminario de Tortona. Mientras tanto, como mi padre que había estado muy enfermo, murió poco después, yo solo pude continuar gracias a la bondad de un canónigo, lleno de sabiduría, de piedad, de virtud, Rector por aquel tiempo del Seminario Mayor, quien me concedió la gracia de ser aceptado, por los otros canónigos, como custodio de nuestra catedral. Éramos entonces tres custodios; yo, el último en entrar, era también el último en antigüedad y en retribución. Me daban doce liras por mes”.(43)

Se trata de un encargo de confianza que además requiere energía y buena voluntad para no dejarse distraer o arrastrar por el cansancio, la negligencia o la disipación. Orione, en los dos años de voluntariado en la catedral, ha dado muestras de cómo es. El seminarista piensa en seguida cómo aprovechar las muchas oportunidades que el nuevo cargo le ofrece: seguir a los porteros, conocer a muchas personas, mantener el contacto con la gente común. Delante de su mirada y de su corazón se abre la visión de las numerosas necesidades espirituales que atender, de las muchas necesidades materiales del prójimo que socorrer.

Como es tradición, se le asigna una pequeña habitación en lo más alto de la catedral. Se llega por una escalera estrecha, oscura, empinada y un pasillo igualmente estrecho con una ventanita para controlar los movimientos en el interior de la nave y sobre todo alrededor del altar.

Orione es feliz con esta ubicación. Cuando no está de servicio, está libre para dedicar todo el tiempo que quiere al recogimiento, a la oración. Desde la ventanita puede permanecer en contemplación y en adoración de la Eucaristía sin miradas indiscretas y sin que lo molesten.(44)

El mobiliario de la habitación es simple, una cama de resortes durísimos, una silla desvencijada, una caja vacía de jabón “Banfi” y un baldecito para el agua. Orione lleva consigo el cráneo de una calavera regalado por el guardián del cementerio de Pontecurone y una lámpara de petróleo prestada por su amigo Vicente Guido.(45)

Decidido a no perder tiempo ni buenas ocasiones, en los primeros días observa atentamente cada cosa, reflexiona sobre las oportunidades que se presentan, las mide con las propias capacidades y el desempeño fiel de todos sus deberes.

Pone por escrito un proyecto que puede ser resumido esquemáticamente así:

Único ideal al que se subordinan todos los demás es la santidad alimentada por la mortificación, la oración y la contemplación.

Dedicarse a todas las obras de misericordia espiritual y corporal despojándose de todo y viviendo en la más completa pobreza.

Atraer a los jóvenes para hacerles el bien. El sueño de siempre: iniciar un oratorio como el de Don Bosco.

Agrupar a un puñado de seminaristas valientes y capaces para que sean santos y, mañana, apóstoles creíbles y eficaces.

Empeñarse al máximo en el estudio para estar preparados y dialogar con todos, enraizados en la teología para lograr combatir el error e iluminar las conciencias con la verdad.

Siempre disponible y servicial.

Desde este momento, sus elecciones hacen referencia constantemente a ese proyecto. Preciso en sus obligaciones, supera con fe y optimismo los contratiempos y las inevitables dificultades y sufrimientos. Es gentil y paciente con todos, incluso con los más hoscos, afable y tolerante con los sacristanes laicos, lleno de cortesía y de pronta atención con los fieles.

La predicación es una de las tareas más duras del ministerio sacerdotal. Orione, después de comer o por la nochecita, cuando la catedral está cerrada, sube al púlpito e improvisa homilías dejándose juzgar con humildad por un compañero que le escucha. Son ensayos hechos con la máxima seriedad y empeño. En alguna ocasión son sorprendidos por el vozarrón solemne del canónigo Ratti que amonesta paternalmente a los dos seminaristas: “Pero muchachos, ¿qué hacen todavía a esta hora? Ma andè a drumì”.(46)

Con las doce liras del sueldo hace milagros: se mantiene, paga la renta de un seminarista más pobre que él, reparte algunas limosnas y, muchas más cosas.

Los custodios, no viviendo en el seminario, tienen que proveer por cuenta propia las comidas. Orione, que a mediodía va habitualmente a lo del tío Carlín, disminuye sus raciones para ahorrar algo a favor de los pobres.

Está siempre sereno y alegre. Podría parecer un farrista. En cambio, lleva una vida llena de renuncias, mortificaciones y penitencias. Logra esconderlo casi todo. Un día el anciano canónigo Ratti, se siente mal, tiene necesidad de tumbarse en una cama. ¡Ni que pensarlo! Orione pone enseguida a disposición la suya. Sosteniéndolo con otro seminarista lo ayudan a subir por esa empinada escalera que parece que no acaba nunca. Un último esfuerzo a lo largo del pasillo y cuando llega el buen canónigo a la habitación se abandona en la cama deseada, pero apenas la toca pega un grito y exclama: “Pero hijo, ¿cómo puedes dormir en esta cama?”. Lo que pasaba es Orione, para hacer penitencia, la usaba incluso sin colchón.

Canónigos y fieles pueden constatar la piedad, la devoción, la oración intensa y prolongada que distinguen al seminarista Orione. Nutre una devoción tierna y filial hacia la Madre de Dios, se queda absorto e inmóvil por largo tiempo en adoración de la Eucaristía. En las horas nocturnas la oración se vuelve más confiada y habla a Jesús y a María incluso en voz alta.

Victorio Orione, después de algunas recaídas, parece encaminarse a una rápida curación. En primavera vuelve a su trabajo, pero regresa a casa deshecho.El excesivo agotamiento del oficio de empedrador, los sacrificios de la vida militar y de la guerra, han minado su fibra de robusto trabajador. A pesar de todos los tratamientos, se agrava progresivamente hasta no dejar ya ninguna esperanza.

El hijo lo sigue visitando. Cuando no logra correr hasta al pueblo, le escribe cartas expresando su afecto y su preocupación, recomendándole hacer todo lo posible por curarse y después, tener fe y aceptarlo todo de las manos de Dios.

Inicia el año al lado de la cama de su padre. Lo asiste, lo prepara y lo acompaña hasta su encuentro con el Señor que ocurrió el 9 de enero de 1892.

41. Ibíd. I, 602-603; Humberto ZANATTA (ed.), Luis Orione Seminarista. Estudiante de teología y fundador 1891-1893 (vol. 3), Buenos Aires, Pequeña Obra de la Divina Providencia, 1990, 42-44 (en adelante: ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador)).

42. En la vida de Don Orione debemos acostumbrarnos a constatar cómo la Providencia responde siempre en el momento justo y con cuanto es estrictamente necesario.

43. DOPO I, 583; ZANATTA, Luis Orione seminarista (teología y fundador), 10.

44. Por los documentos y los testimonios sabemos de las noches pasadas en oración y de su fervor eucarístico se conservan también sus composiciones poéticas y numerosos escritos del seminarista Orione.

45. A este mobiliario hay que añadir después una estatua de San Sixto II, el papa del diácono mártir San Lorenzo, encontrada y rescatada del polvo del altillo y regalada por los Canónigos. Será un buen apoyo para los primeros chicos del oratorio cuando tienen que escribir. La estatua está ahora en el museo de la Casa Madre.

46. “¡Pero vayan a dormir!” (en dialecto).

San Luis Orione

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