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Capítulo 9

La vida en San Bernardino

El seminarista Orione, desde los primeros días del colegio, se pone a buscar una estatua de la Virgen para juntar delante de ella a sus chicos. La encuentra, por mediación de un sacerdote, en el altillo de un edificio. “Es una dulce Virgen de madera, muy antigua, tanto que estaba un poco carcomida. En el pasado había sido venerada en Novi como Madre de los Dolores; pero después había sido puesta en el altillo”.(63)

Desde Novi Ligure la estatua llega a Tortona, a la casa de los Oblatos,(64) toma posesión, por tanto, del Colegio conducida procesionalmente por el seminarista junto con todos sus muchachos.

La Dolorosa en un cierto momento se convierte en la Madre de la Divina Providencia.(65)

“Durante una procesión de ese primer año, aquellos muchachos, cuando vieron y reflexionaron que la Virgen tenía una espada clavada en el corazón, se dirigieron a mí diciendo: ‘¡No, nosotros no queremos que tenga una espada en el pecho!’

Les dolía ver a la Virgen, nuestra buena madre, traspasada; y enseguida apenas le quitaron la espada, agregaron: que no ocurra nunca que la Virgen esté entre nosotros llena de dolores, Dolorosa. Y de ese modo rompieron la espada, e incluso, trayendo unos fósforos, la quemaron en medio del jardín y dijeron: que sean así quemados nuestros pecados. Aquel acto, si bien, ingenuo, decía mucho. Después, llevada sobre sus hombros, la pusieron en su estudio. Y en el lugar de la espada le pusieron un corazón de plata”.(66)

* * *

El colegio se llamó “Pequeña Casa de la Divina Providencia”. En el primer registro de contabilidad, con fecha 14 de octubre, en los asientos contables de entradas y salidas escribe: “Jesús, Almas, Papa” y “Divina Providencia”. Los ecos de la fundación son inmediatos. Sólo después de 4 días, el 19 de octubre, el semanario político católico de Alessandria, “La Sveglia” (El Despertador), escribe: “El sábado fue abierta en Tortona una pequeña Casa de educación para chicos. Es por ahora una pequeña casa; se podría decir que es como un ensayo. Para dirigir esta nueva obra está el seminarista Luis Orione, infatigable y siempre muy celoso a la hora de buscar, de todos los modos posibles el bien de la juventud. Las obras de Dios empiezan siempre pequeñas y Dios protegerá seguramente esta santa empresa, porque grande es la fe y la piedad de quien la dirige. Desde aquí deseamos que crezca y prospere el piadoso Instituto y quisiéramos hacer un pedido a todas las buenas personas para que con la palabra y con las obras vayan en su ayuda”.

Los locales muy pronto resultaron insuficientes. Ponen camas por todos los lugares; el seminarista Albera se contenta con dormir en un colchón puesto en el suelo. La iluminación es a base de kerosene, reducida al mínimo cuando no se lee ni se estudia. En la planta baja los dos locales más grandes son habilitados como sala de estudio y capilla; el director enseña a tener el mismo respeto sagrado en ambos ambientes.

Son pobres, pero no falta lo necesario. A falta de camareros, Orione sirve las mesas animando a todos: “Coman, coman, que pan y sopa, tenemos todo lo que quieran”.

Los sacrificios, las renuncias no asustan: el director da ejemplo y enseña a recibir del Señor con la misma gratitud, alegrías y dolores, “Nuestros chicos, cuenta, aquel año iban a dormir a una habitación en cuyo cielo raso se podía ver el cielo estrellado, cuando estaba estrellado. Y una ola de alegría invadía siempre nuestras almas y teníamos siempre la paz y la serenidad en el corazón”.(67)

El obispo y los superiores del Seminario le apoyan. Tiene como ayudantes a los mejores seminaristas: Pablo Albera, Carlos Sterpi, Gaspar Goggi, Arturo Perduca y otros.(68)

Según la mentalidad de aquel tiempo, también el Colegio de San Bernardino tiene su uniforme: pantalones negros, camisa negra con largo sobrecuello vuelto sobre el pecho y un gorro de visera ribeteado en oro con el escrito ‘D.P.’ (Divina Providencia). El uniforme, para que dure más, se usa solamente en las grandes ocasiones. El director anima a llevarlo con dignidad y con santo orgullo incluso cuando causa provocaciones e insultos.

El estilo de vida hace pensar más en una comunidad que en un colegio, una comunidad que reconoce en el seminarista Orione a su fundador y al jefe que con entusiasmo y acento profético, les anticipa los ideales y el futuro desarrollo. Algunas personas viven en el interior de la institución, otros prestan un servicio gratuito, signo de aprobación y de aliento.

Orione enseña italiano, geografía e historia, pero cuando es necesario también latín y matemáticas. Educado por Don Bosco, enseña ofreciendo a todos la oportunidad de una formación y maduración humana además de una sólida preparación cultural. Una escuela seria ayuda a los alumnos a la búsqueda de todo lo que es verdadero y bello: santidad y ciencia, por tanto, pueden y deben crecer juntas. Se estudia como se reza: con la misma dedicación y empeño, el mismo fervor, porque Dios es belleza, Dios es verdad.

Los recreos son muy animados y el seminarista es el alma y el promotor. Las “aguas estancadas”, es decir, los jóvenes que no juegan ni son alegres y ruidosos, le dan miedo. También las salidas y paseos que incluyen siempre momentos de formación tienen la misma impronta de desbordante vivacidad. Es un comportamiento que algunos admiran, otros, en cambio, juzgan como desequilibrado, pero es tan eficaz que vale la pena continuar.

De hecho, el sistema educativo desde el comienzo es paternal: los superiores son hermanos mayores que ayudan a crecer a los más pequeños con el ejemplo antes que nada y después con la participación y la persuasión.

Uno de los alumnos escribe: “Desde los años del colegio su corazón estaba abierto a todos. Nosotros sabíamos que podíamos contar con su bondad, tenía para todos y cada uno una palabra de consuelo y de aliento, y alguna vez también de paterno reproche. Si alguno de nosotros estaba afligido por algún dolor familiar, el seminarista Orione era para él una madre. Se le veía con frecuencia junto a su cabecera si estaba enfermo; estaba cerca para compartir con él el dolor y confortarlo.

El hombre es alma y cuerpo, materia y espíritu. Su verdadera maduración tiene que tener en cuenta esas dos distintas realidades. Excluir una o poner ambas en contraste, significa romper el equilibrio en la persona, con consecuencias desastrosas.

Por este motivo el director, inspirándose en Don Bosco, está atento al crecimiento espiritual de sus chicos. Desde el primer momento les ha puesto en las manos de la Virgen, les recomienda participar cada día en la Santa Misa en la capilla de San Bernardino, hacer la comunión frecuente y la visita al Santísimo después de la comida. Para la confesión tienen a disposición al P. Novelli y los que lo desean pueden subir al convento de los Capuchinos.

Siguiendo el ejemplo de Don Bosco les da charlas periódicamente y les da las “buenas noches”.(69)

En la patria del músico Lorenzo Perosi,(70) no podía, por cierto, faltar en el Colegio la escuela de música y canto. El profesor es José Perosi, padre de Lorenzo y maestro del coro de la catedral. En las tres lecciones semanales prepara los cantos, enseña y selecciona las voces más hermosas para unirlas en las solemnidades al coro de la catedral.

El coro del colegio hace su primera salida el 18 de diciembre de 1893 con ocasión de una asamblea de asociaciones católicas. El éxito fue extraordinario gracias a la habilidad del maestro y al empeño de los muchachos.

Orione se vale de todas las ocasiones posibles para abrir la mente y el corazón de sus alumnos proyectándoles a horizontes amplios, sin límites, en el campo religioso y social. Percibe los tiempos que cambian, que corren velozmente, desea prepararse él mismo y a cuantos están cerca suyo, para estar a la cabeza de los tiempos y guiar, orientar el nuevo curso de los acontecimientos en beneficio de la sociedad humana.

Pero no quiere engañar ni trabajar en balde. Sabe muy bien que cada actividad formativa, cultural, recreativa, espiritual ayuda al crecimiento y a la maduración auténtica de la persona en la medida en que transmite y alimenta el amor de Dios, de la patria y de la familia. La historia enseña que las civilizaciones se derrumban cuando falla alguno de estos pilares.

Las dificultades, las cruces no sólo marcan el inicio de las obras de Dios, sino que constituyen la característica constante. La propaganda detractora de la prensa enemiga, la oposición a la Iglesia, los celos y la envidia se abaten como un huracán sobre el Colegio y su director.

El cielo, sin embargo, le es favorable y lo conforta haciéndole intuir el posterior desarrollo de la Obra: “En un momento de gran dolor para la Congregación, apareció el Sagrado Corazón de Jesús y dijo: ‘Desde este lugar partirá mi gloria’. Por esto esa Casa está dedicada al Sagrado Corazón; por esto está allí esa pequeña estatua del Sagrado Corazón”.(71)

Una escuela católica como la de San Bernardino, es peligrosa, hace demasiado bien, hay que buscar la forma de neutralizarla. Y, de hecho, no pasa ni siquiera un mes de la apertura, y le cae de improviso una inspección que ordena perentoriamente el cierre. El seminarista Orione con gran valor recurre al inspector: un nuevo control y todo se concluye con la orden de ampliar el local dedicado a aula escolar. Albera y los chicos de inmediato, derriban un tabique, amontonan los escombros en el patio; el local está listo. El nuevo local es aula, estudio y capilla.

En la capilla se reza, se medita y se encienden velas a la imagen de la Virgen. Un día tal vez se encendieron demasiadas: “No sé cómo, cuenta Don Orione, se prendió fuego y se quemó todo el altar, el fuego llegó hasta tocar los pies de la estatua de la Virgen. Solamente la Virgen quedó intacta, y sólo los pies, como recuerdo de aquel hecho, le quedaron un poco ahumados. Y en verdad, si miran bien, verán que la Virgen de la Divina Providencia, tiene un pie chamuscado”.(72)

Lleno de gratitud hacia la Virgen por librarles del cierre del colegio y por la protección ante consecuencias del incendio aún más graves, organiza para la Inmaculada un buen paseo a Pontecurone: “No recuerdo bien a qué hora partimos: recuerdo sólo que el Reverendísimo Arcipreste no nos recibió bien, él acaso pensaba que estuviese medio loco. A aquellos primeros chicos que fueron la semilla, el primer núcleo de la Congregación, les llevé a visitar también aquella humilde capillita campestre a la que yo solía ir de pequeño a rezar particularmente a la Virgen dulcísima para que me concediera la gracia de ser sacerdote”.(73)

Después de la Santa Misa van todos a casa de mamá Carolina a comer una sabrosa sopa con garbanzos. Mientras están comiendo alegremente, la pobre mujer no sabe cómo contener su emoción ante la imagen de su hijo Luis rodeado de un numeroso grupo de muchachos. En un momento dado le dice: “Dì, Don Luìs, quanti fioeu aghèt giamò?”, y el director responde rápidamente: “Ièn quasi quaranta ma poeu at vigre’!...”.(74)

Hay otra anécdota simpática de Carolina y su hijo. Con el permiso del director, Carolina, muchas veces, viene y se queda algún medio día en San Bernardino. Con todo el trabajo que hay que hacer, no es por cierto, una mujer que se quede quieta: cocina, remienda, limpia, y si es el caso, echa un vistazo a los chicos. Un día, acabada la preparación de la comida, espera a que los chicos bajen a comer. Se retrasan: Luis tendrá sus razones para darles una buena lección, pero a Carolina le disgusta que la comida se enfríe. Sin esperar más, con su poder de madre, grita desde la planta baja: “Pero déjales venir ya, pobres chicos, pobrecitos”. El director, que está muy serio en la cátedra, al oír la voz de la madre, después de una sonora carcajada, dice: “Vamos a comer, muchachos”.

Las solicitudes de ingreso llegan también durante el curso por lo que los jóvenes aumentan y con ellos aumentan también las deudas. Los proveedores se vuelven impacientes, protestan y alguno, el panadero y el de la leña, se niegan a dar más créditos.

Pensativo y triste, Orione da vueltas por las calles cercanas al castillo. Una señora se le acerca y le pregunta la razón de tanta pena. Con sincera humildad el seminarista le expone el problema: sufre porque no tiene dinero para el pan de sus chicos. “Bien -le dice la señora, esbozando una ligera sonrisa-, acepte, mientras, esta suma y le prometo que le daré más aún”. La suma recibida corresponde exactamente a la deuda con el panadero.

Ha dado las gracias a la señora desconocida, pero siente enseguida el deber de agradecer todavía más, junto a sus chicos, a la Virgen que en los momentos de dificultad les hace sentir de modo tangible su maternal asistencia.

El día de la inauguración de la casa de los Oblatos, 14 de mayo de 1894, Orione está entre los oradores oficiales, mientras sus alumnos han sido invitados para los cantos, las lecturas y poesías. En su discurso exalta la grandeza del sacerdocio católico, suscitando en los presentes, entusiasmo y continuos aplausos; pero también las reacciones agresivas de cierto tipo de prensa. Al enviado de ‘La Linterna’,(75) de hecho, no le gusta aquella bandera del Papa puesta bien a la vista por Orione. Molesto, polemiza, y con ironía subraya que “el discurso más digno de comentario fue el de un curita”.(76) Evidentemente molesta el coraje, la firmeza, la documentación con la cual el “curita” habla de la Iglesia, del Papa y del compromiso cristiano en la sociedad a favor de los débiles y de los pobres.

El trabajo intenso, constante por el desarrollo del Colegio y el bien de tantas familias son la mejor respuesta a las críticas sin sentido de la prensa. La ordenación sacerdotal del P. Albera, que tuvo lugar la semana siguiente de la inauguración de la Casa de los Oblatos, es para el director y los chicos motivo de gran alegría y consuelo.

Orione, convencido de la importancia de la presencia cristiana en lo social, continúa participando e interviniendo en todas las reuniones y manifestaciones de trasfondo religioso. Ya conocen todos su fogosa oratoria, la llama interior del amor de Dios y su celo por el bien de las almas. Lo buscan los superiores, le dan la palabra los dirigentes de las asociaciones católicas, lo invitan a hablar en las reuniones juveniles. Tenemos además un hecho extraordinario y sorprendente y es que el obispo en persona le nombra oficialmente, todavía seminarista, predicador de la diócesis. “El día 4 de junio -escribe “La Sveglia” (‘El despertador’)-, el Obispo presentaba a los sacerdotes y a las señoras al seminarista Orione, fundador y director del Instituto de la Divina Providencia en Tortona, un segundo Don Bosco. Lo invitaba a hablar. Orione hizo una apología del papado y nosotros nos sentimos incapaces de reproducir, ni siquiera de lejos, aquellos conceptos sublimes. Fue un himno a la milagrosa institución: arrancó lágrimas a muchos presentes y hubo a cada pausa vivísimos aplausos.

Después de la conferencia, obtuvo públicamente del obispo la facultad de predicar en todas las iglesias de la diócesis, aún siendo seminarista. Y la ciudad de Novi tiene el honor de haber sido la sede de la que emanó tan grata disposición”.(77)

Es un predicador que habla al corazón, que sacude, entusiasma, pero que habla demasiado claro y a veces dice cosas, que según la susceptibilidad de algunas personas, no debería decir. No nos sorprende, por tanto, que junto a muchos aplausos haya críticas y búsqueda de pretextos para hacerlo callar. Precisamente en Novi dos gendarmes se presentan en la sacristía para “secuestrar” las hojas del discurso cuestionado. Pero los santos son también astutos: las hojas han desaparecido y los policías vuelven a casa con las manos vacías.

El año escolar termina con satisfacción general: “Los jóvenes crecieron bien; todos han esculpido bien en el corazón el dulce recuerdo del tiempo pasado en aquella casa, pobre sí, de aquello que hoy se llama moderno ‘confort’, pero rica de caridad recíproca y de amor hacia Dios, la Virgen y al Vicario de Jesucristo en la tierra”.(78)

La prensa tiene palabras de elogio y el mismo inspector Pratesi, que escribe: “El Instituto Paterno de la Divina Providencia, dirigido por sacerdotes (79) en las cercanías de la ciudad, en los antiguos locales de San Bernardino, comprende un colegio que cuenta ya con veinticuatro internos, un curso de estudios secundarios, limitado por ahora al primer año, un lugar de recreo para jóvenes externos; un pequeño número de niños internos frecuentan las escuelas básicas públicas. Además del director están dedicados al Instituto otros dos sacerdotes para la enseñanza y dos seminaristas y un laico para la disciplina. La orientación educativa es óptima desde todos los aspectos, cuidando incluso la Educación física con ejercicios de gimnasia dirigidos por un suboficial del ejército, y se enseña el canto coral y, a los mejor dispuestos, también música con el piano. La comida suministrada a los alumnos es saludable y suficiente. La instrucción es impartida con pericia según los programas del gobierno, con provecho muy satisfactorio”.(80) La buena semilla, después del frío y largo invierno, germina. Y el pequeño tallo pronto será una planta lozana y frondosa.

63. DOPO II, 50; GEMMA, Las florecillas, 70; ZANATTA, Luis Orione Sacerdote, 72.

64. La casa de los Oblatos es la primera casa en propiedad de la Obra. La estatua está celosamente conservada y honrada en el nicho de la Capilla interna. Don Orione interpreta la llegada de la estatua desde Novi a esta casa como una toma de posesión anticipada de parte de la Virgen.

65. Don Orione escribe: “Esta vieja estatua es la primera Madre de la Divina Providencia. Ha quedado así para siempre… Todo cambia en esta casa, todo pasa: una sola cosa no cambia aquí dentro y no cambiará, porque ésta es una voluntad que espero sea respetada y tenida como sagrada en el futuro” (DOPO II, 53; Luis Orione Sacerdote (v 4), 74).

66. DOPO II, 52; ZANATTA, Luis Orione Sacerdote, 73.

67. Ibíd. II, 81; ZANATTA, Luis Orione Sacerdote, 117.

68. Albera será Obispo; Sterpi será el primer sucesor de Don Orione; Goggi, convertido en profesor y sacerdote, muere prematuramente y se pierde así un gran colaborador; Perduca será digno sacerdote orionita y guía espiritual durante muchos años de la Congregación femenina fundada por Don Orione.

69. Las “buenas noches” son el pensamiento paterno y familiar que el director dirige a la comunidad al terminar la oración de la noche. Son comunicaciones, confidencias, proyectos, preocupaciones sobre la vida de la Casa (y más adelante, cuando se multipliquen las casas, sobre la Congregación).

70. La relación con la familia Perosi no se limita solo a la relación con la música es una amistad consolidada en el tiempo y siempre conservada.

71. DOPO II, 74; ZANATTA, Luis Orione sacerdote, 104.

72. Scritti 62, 23.

73. DOPO II, 79; ZANATTA, Luis Orione sacerdote, 112.

74. “Dime, Luis, ¿cuántos alumnos tienes ya?”. “Son casi cuarenta, pero ya verás”.

75. Periódico anticlerical de la ciudad de Tortona.

76. “La Linterna”, 19 de mayo 1894, año II, nº 20, 3.

77. “La sveglia”, 7 de junio de 1894.

78. DOPO II, 109; ZANATTA, Luis Orione sacerdote, 165-166.

79. Ibíd., 169. Pratesi escribe así, pero el sacerdote del que habla no es otro que el seminarista Luis Orione.

80. DOPO II, 111; ZANATTA, Luis Orione sacerdote, 169-171.

San Luis Orione

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