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7. La «fortuna » de la obra artemidorea: manuscritos, ediciones y versiones

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Ignoramos la acogida que recibió y la difusión que alcanzó el tratado sobre La interpretación de los sueños . No tenemos ningún testimonio acerca de este particular, pero suponemos que debió de disfrutar de una buena recepción por parte del público al que, en realidad, iba claramente destinado, esto es, los estamentos populares 102 . Por aquellas décadas los representantes de dichas clases sociales se convierten en degustadores del mensaje escrito. Se llegó a crear una literatura de consumo para satisfacer las necesidades de unos lectores potenciales 103 . El fenómeno no afectó tan sólo a la narrativa y a los géneros de ficción en general. También se intentó poner al alcance de sus manos otros productos originariamente minoritarios, es decir, se comenzó a practicar una política de divulgación cultural 104 . La obra de Artemidoro por su carácter paracientífico y por la naturaleza del tema tratado reunía todos los requisitos para convertirse en un libro de amplia circulación. Y quizá lo fue durante años. Pero la segunda centuria fue una época crepuscular. A partir de ella se produce un declive en todos los órdenes, el cual afectó, sin duda alguna, a la obra que comentamos. Su argumento era de actualidad, por consiguiente, en un primer momento lograría pervivir, pero a costa de soltar mucho lastre. Artemidoro había compuesto una auténtica summa oniromántica, y los tiempos no permitían tales lujos: sus dimensiones eran excesivas. En consecuencia, sufrió las pertinentes operaciones de reducción. Parte de su material, en unión de otros textos afines, se utilizó para crear prontuarios de fácil consulta por su esquematismo conceptual y por su formato 105 . Estas nuevas versiones se olvidaron de su progenitor y fueron recibiendo numerosos padres adoptivos. Se recurrirá a nombres altisonantes o prestigiados como autores para vender mejor la mercancía: el profeta Daniel, el mago Astrampsico, el emperador Manuel II Paleólogo, etc. Afortunadamente se conservaron algunos ejemplares completos en innominadas bibliotecas, porque en el siglo IX aparece una traducción al árabe realizada por Hunayn ibn Isḥaq 106 . La versión se apoya en otra siria que sirvió de intermediaria. Esta fuente es de inestimable valor, ya que nos ofrece un texto que es anterior, al menos en dos siglos, al manuscrito griego más antiguo conservado. Comprende tan sólo los tres primeros libros. Esta circunstancia permite sustentar la hipótesis de que tal fuese el contenido de la obra de Artemidoro en su primera redacción y distribución. En una edición posterior se habría completado el tratado con los dos libros dedicados a su hijo. Por supuesto, también cabe la posibilidad de que se operase una desmembración por razones diversas. En tal sentido abunda el testimonio que constituye la primera mención de este autor en el mundo bizantino. Dicho testimonio figura en el Léxico Suda que, como es sabido, se sitúa en torno al siglo X . Ahí se afirma que La interpretación de los sueños consta de cuatro libros. Quiere decirse, pues, que los avatares de la composición del tratado tuvieron su reflejo en la tradición del mismo 107 .

El texto en lengua original es rescatado y puesto a salvo a fines del siglo xv. La operación fue promovida por dos mecenas de la cultura clásica, quienes obraron de forma independiente en cuanto a sus actuaciones, pero en el fondo guiados por un mismo ideal. Uno de ellos, el florentino Lorenzo de Médicis, no en vano llamado el Magnífico, encomendó a Ianus Láscaris la misión de adquirir códices griegos. Este erudito, en un viaje realizado en la primavera de 1492 a Creta con tal objetivo, compró en la ciudad de Candia de un médico, Niccolò di Giacomo da Siena, un lote de libros antiguos entre los que se encontraba un ejemplar que contenía la obra de Artemidoro 108 . Este manuscrito membranáceo (Codex Laurentianus plut . 87.8 = L) data del siglo XI. Es nuestra fuente más antigua. Se caracteriza por su legibilidad: manu clara exaratus . El segundo protector fue el cardenal Besarión, el cual costeó desde Venecia la tarea de transcribir el texto de Artemidoro. El copista fue nada menos que Miguel Apostolio, quien a la sazón se hallaba en la isla de Creta en una precaria situación económica, tras su exilio de Constantinopla. El fruto de esta colaboración se tradujo en un manuscrito admirable por su nitidez y belleza caligráfica: el codex Marcianus 268 (= V), también membranáceo. Este trabajo debió de llevarse a cabo en torno al año 1467. Estas son nuestras dos fuentes principales 109 . Los restantes testimonios —varios códices 110 y excerpta — derivan en su mayoría de L o V 111 . Tras este historial no resulta de gran utilidad trazar un stemma .

La interpretación de los sueños llegó a Italia en el momento adecuado y a través de unos intermediarios de excepción. Además del alto patronazgo hay que tener en cuenta el enorme interés que suscitaron las ciencias ocultas, en general, y la oniromancia, en particular, en el Renacimiento 112 . La obra del daldense se vio favorecida por este cúmulo de circunstancias. Una prueba de su buena acogida la tenemos en el hecho de su impresión (la primera edición salió de los talleres de Aldo Manucio en 1518) y de su difusión mediante versiones a diferentes lenguas: al latín en 1539 por Cornario; al italiano en 1542 por Pietro Lauro Modenese 113 ; al francés en 1546 por Fontaine; al inglés en 1563 por Hill; al alemán en 1597 por Ryff 114 , etc. En esta relación echamos de menos la existencia de una traducción al castellano.

Después de este florecimiento, circunscrito a los intereses de una época, la obra de Artemidoro volvió a entrar en un período de letargo. Algunos helenistas de talla continuaron trabajando en la reconstrucción crítica del texto durante algún tiempo, pero éstos fueron casos aislados 115 . Las versiones en lenguas modernas sufrieron por segunda vez las mismas manipulaciones que en etapas precedentes. De nuevo el contenido fue utilizado indiscriminadamente para confeccionar tablas de correspondencias simbólicas y opúsculos anónimos de híbrida procedencia.

El silencio secular fue interrumpido por la edición hecha en 1864 por Rudolph Hercher. Esta labor se vió completada por la traducción que realizó al alemán F. S. Krauss en 1881. Estos dos intentos no obtuvieron la respuesta deseada, porque Artemidoro no sintonizaba con los ideales propios de la mentalidad positivista, ni por su forma ni por su contenido. Basta con leer la recensión hecha a la versión de Krauss por Theodor Gomperz en el mismo año de su publicación 116 . En ella el crítico juzga el tratado como «una contribución a la patología del espíritu humano» 117 . Está claro que los tiempos no estaban aún maduros para este género de divagaciones, salvo honrosas excepciones. En 1963 Roger A. Pack da a conocer en el marco prestigioso de la colección Teubner su edición 118 , la cual tiene en cuenta los datos de una tradición directa e indirecta. Hoy por hoy, es nuestra mejor fuente para leer a este escritor en su lengua vernácula y, por consiguiente, nuestra traducción se ha realizado sobre este original 119 .

A pesar de su tardía fecha de publicación, el autor de esta edición emplea todavía algunas cautelas para justificar su tarea 120 . Sin embargo, en estos últimos años han empezado a soplar aires que van en la dirección del daldense. Al margen de las enormes distancias de toda índole que nos separan de él, estamos más capacitados que otras generaciones para captar su mensaje, porque éste ya no hiere a nuestra sensibilidad. Es más, muchos de los rasgos que él retrata son para nosotros síntomas que nos permiten emitir un diagnóstico. El hombre de hoy comparte con el anónimo cliente artemidoreo una sensación de angustia y de incertidumbre. Corrobora este punto de vista un fenómeno librario que coincide por su amplitud con el que se produjo en el siglo XVI: de nuevo menudean las traducciones. En el espacio de muy pocos años se han publicado las de M. Kaiser (1965), K. Hirvonen (1970), A. J. Festugière (1975), R. J. White (1975), D. del Corno (1975), R. Hosek (1975), y K. Brackertz (1979). Además, en Italia se ha vuelto a editar la versión renacentista de Pietro Lauro Modenese en dos ocasiones: en 1970 con una Introducción firmada por Séferis y en 1976 con una presentación de Cesare Musatti.

Y, por fin, casi con quinientos años de retraso, llega nuestra traducción en castellano 121 . Confiemos en el dicho popular que reza: «Nunca es tarde, si la dicha es buena». Nos resta por hacer un par de observaciones sobre ella. El texto original se caracteriza por sus abundantes expresiones formulares y repeticiones léxicas. Hemos procurado conservar las primeras para reproducir el ritmo de su estilo, en cambio, hemos recurrido a amplias gamas de sinónimos para evitar la machacona insistencia de un mismo término en el espacio de unas cuantas líneas. Nuestros oídos son especialmente sensibles a la iteración. En cambio, este particular no afectaba por igual al usuario de la lengua griega. El gusto y la cacofonía son libres por definición. Las construcciones elípticas han sido desarrolladas lo mínimo indispensable para alcanzar el nivel de la comprensión. Por ejemplo, el autor no distingue con frecuencia entre el universo onírico y el real. La acción es descrita sin solución de continuidad. En este caso hemos introducido las adiciones imprescindibles para deslindar ambos terrenos. Igualmente no hemos conservado la terminología original en lo que respecta a las acciones expresadas por verbos vinculados con el campo semántico del «sueño». Una concepción diferente de los fenómenos fisiológicos y psíquicos nos impide una fiel reproducción de tales usos expresivos 122 .

Un lugar aparte ocupan las numerosas y variadas operaciones lingüísticas que son la clave de muchas interpretaciones. Hemos procurado recrearlas en la medida de lo posible, pero hay muchos matices y algunos casos que resultan irreductibles. De todo ello hemos facilitado las oportunas explicaciones en nota a pie de página. Artemidoro practicó con magistral habilidad el difícil arte de la «curación por la palabra» 123 . Estamos seguros de que sus fórmulas incantatorias tenían infinitas resonancias y suscitaban múltiples asociaciones de ideas que nosotros hemos perdido para siempre. La ingeniosidad de sus juegos verbales es una buena prueba de ello. Por tanto, queremos simplemente dejar constancia de nuestra incapacidad para imitar su verbo de tantos repliegues.

La interpretación de los sueños

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