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4. La doctrina onírica de Artemidoro

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Su obra representó probablemente una tarea de recopilación respecto de la producción anterior consagrada a esta materia. El autor sostiene que ha consultado la totalidad de la bibliografía existente, incluida la más añeja 62 , y, al mismo tiempo, reivindica su originalidad de pensamiento. Según confiesa, no se ha limitado a copiar a sus predecesores y a repetir cansinamente unas ideas ya manidas, sino que, por el contrario, ha aportado una savia nueva a las especulaciones onirománticas. No estamos en condiciones de poder comprobar la exactitud de sus asertos por no poseer los textos que nos permitirían establecer las oportunas comparaciones. Tan sólo tenemos un testimonio indirecto: cuando menciona a otros estudiosos, colegas suyos, generalmente discrepa de sus puntos de vista y suele adoptar una postura más racionalista y menos obvia en sus apreciaciones. A su juicio, el tratado compuesto por él descuella por sus aires de modernidad, por su sólida y copiosa información, y por la novedosa incorporación de la experiencia adquirida en el ejercicio de su profesión, como un componente esencial de sus concepciones doctrinales. Esta última nota es interesante, ya que uno de los defectos de la ciencia griega fue no saber aunar la teoría con la aplicación práctica en muchos casos. La medicina constituyó una honrosa excepción 63 .

Artemidoro consagra los capítulos iniciales de los libros I y IV a la exposición de los principios epistemológicos. Trazaremos sucintamente algunas de sus líneas maestras. Empezaremos por su definición del sueño que no es otra cosa que «un movimiento o una invención multiforme del alma que señala los bienes y los males venideros». A continuación indica que la visión onírica está compuesta por elementos, es decir, por una serie de imágenes apropiadas y naturales. El aspecto que más le preocupa es la clasificación de estas experiencias. Inicialmente establecerá una neta separación de corte tradicional entre los sueños de valor profético (óneiroi) y aquellos privados de un mensaje premonitorio (enýpnia) . Los primeros nos comunican lo que acontecerá, los segundos levantan acta de los apetitos que dominan al sujeto momentáneamente; por tanto, no son significativos.

Los óneiroi a su vez se dividen en dos grupos. Los que nos anuncian sucesos de cumplimiento inmediato y cuya representación se corresponde con los hechos son llamados sueños directos . En cambio, cuando media un espacio de tiempo suficiente entre el presagio y el evento, de forma que aquél puede ser dilucidado por medio del razonamiento, entonces nos encontramos ante un sueño simbólico . Esta modalidad es la única que le interesa a Artemidoro y, por consiguiente, todo el tratado estará dedicado a su estudio.

De pasada recordará una clasificación tradicional defendida por sus predecesores —y de la que tenemos noticia por otras fuentes— con la finalidad de declararla inoperante 64 .

Su afán de otorgarle una estructura científica a los conocimientos onirománticos le llevará a establecer otras matizaciones. Concretamente, en la modalidad objeto de su atención, distinguirá cinco tipos de sueños: personales, ajenos, comunes, públicos y cósmicos . De igual modo, analizará la existencia de seis factores: naturaleza, ley, costumbre, profesión, nombre y tiempo , los cuales habrán de ser tenidos en cuenta, puesto que incidirán sobre el resultado del mensaje expresado alegóricamente, bien sea positivo o negativo. Así mismo, defenderá la observación de unos parámetros cuantitativos y cualitativos, los cuales ayudarán al onirócrita en el acto del desciframiento. A su modo de ver, los signos que aparecen en el fenómeno onírico no se corresponden unívocamente con el mensaje transmitido, ni por su número ni por su condición.

A continuación introducirá una precisión terminológica en aras de la nomenclatura utilizada por algunos tratadistas. Los sueños pueden también subdividirse en provocados —o de estado ansioso— y en divinos 65 . El significado de este último adjetivo le obligará a determinar su punto de vista: «yo no me encuentro en la misma postura de incertidumbre que Aristóteles sobre si la razón del soñar es exterior a nosotros y depende de la divinidad o si, por el contrario, existe en nuestro fuero interno alguna causa que predispone a nuestra alma hacia un cierto estado y origina de forma natural lo que acontece. Simplemente llamo a dichos fenómenos «divinos» al igual que calificamos así en el lenguaje corriente a todos los hechos que se escapan a nuestras previsiones» 66 . Como se puede apreciar, evita todo compromiso, a pesar de que el tema planteado es de la máxima importancia: se trata de dilucidar la etiología de los sueños. Ante semejante cuestión escamotea dar una respuesta personal. En otro pasaje admitirá el origen trascendente del mismo, mas inmediatamente manifestará su incertidumbre mediante una pirueta verbal que atenta a los principios de la lógica: «pues la divinidad suscita visiones en consonancia con lo que sucederá en el futuro al alma del sujeto, debido a que ésta posee facultades mánticas por naturaleza o bien porque exista alguna otra razón que induce a las representaciones oníricas» 67 .

La parte teórica contiene además algunas observaciones complementarias relacionadas con la localización temporal de los sueños, los hábitos locales y universales, y algunos otros aspectos secundarios. Esta introducción se cerrará con el análisis del camino a seguir en el curso de una interpretación y la valoración de las cualidades que debe reunir un buen especialista.

A pesar de los esfuerzos —y pretensiones— de Artemidoro, la estructura doctrinal que nos presenta resulta incompleta, artificiosa y carente de coherencia científica. No obstante, hay que reconocer su buena voluntad y su deseo de crear un sistema epistemológico adecuado para albergar una fenomenología vastísima y compleja. En medio de sus limitaciones en el terreno de la especulación hay atisbos y consideraciones dignos de ser tenidos en cuenta y que más adelante señalaremos. En cualquier caso, resulta evidente que las páginas compuestas por el daldense como apoyatura teórica de su metodología representan un afán de síntesis respecto de los numerosos escritos disponibles en la época sobre esta cuestión. El criterio selectivo aplicado no ha sido afortunado en la medida en que ha recopilado indiscriminadamente unas concepciones, unos supuestos y unas clasificaciones del material onírico que no constituyen un todo orgánico. En los capítulos introductorios se vislumbra la superposición de diversos estratos arqueológicos; mas da la impresión de que las excavaciones han sido practicadas por un amateur . Por ello, los intentos realizados por algunos estudiosos tendentes a atribuirle a Artemidoro una filiación respecto de una escuela filosófica en particular o su dependencia de un autor concreto resultan, en nuestra opinión, fallidos. Tal es el caso de G. Reichardt 68 , quien defiende su vinculación con el estoicismo, basándose en el importante papel que desempeñan las etimologías y las alegorías en sus interpretaciones. Ahora bien, estas técnicas exploratorias aplicadas al mundo de la mántica son muy antiguas y sus más remotos antecedentes nos llevan hasta Babilonia. Claes Blum 69 , a través de un cotejo textual indirecto, llega a la conclusión de que la fuente principal de Artemidoro es Posidonio. Al tiempo sugiere que Hermipo de Berito sea «the inmediate source ». Ambas posturas ilustran suficientemente la corriente de los críticos que pretenden encasillar e identificar las raíces de nuestro autor. Estas hipótesis nos parecen poco plausibles. En realidad, nos encontramos ante un escritor que se esfuerza por crear un marco lógico y racional para una disciplina carente de rigor científico y que procede de unas prácticas tradicionales muy enrevesadas.

Si dejamos a un lado sus premisas iniciales y examinamos el resto, constataremos que el nivel de la producción mejora. La obra se convierte en una auténtica preceptiva del mundo onírico. Intenta abarcar de acuerdo con un criterio sistemático la totalidad de los casos que se pueden presentar. El panorama es de por sí inabordable. Esta circunstancia determina que tenga que recurrir a sucesivos addenda para colmar lagunas y soslayar las críticas de sus adversarios.

El procedimiento seguido en la praxis exegética se fundamenta en el principio de la analogía 70 . Es decir, en la mente del profesional debe surgir por medio de la asociación de ideas una respuesta que equivalga a la imagen vista en el sueño por el consultante. El significado del mensaje anunciador de un hecho futuro es averiguado mediante la aplicación de criterios tales como la continuidad, la inversión, la antítesis, la contigüidad, la semejanza, etc. Aparte de estos recursos existen otros basados en operaciones lingüísticas y gráfico-numéricas entre otras variantes posibles. Resultan particularmente interesantes aquellos mecanismos que son de naturaleza verbal. En este apartado habría que incluir el empleo de etimologías, polisemias, homofonías, descomposición y recomposición de términos, juegos de palabras, asociaciones y evocaciones semánticas, etc. La aritmología también ocupó un lugar destacado, sobre todo bajo la modalidad de la isopsefía, práctica griega que gozó de mucho predicamento como método criptográfico. Según se puede apreciar, los caminos que se le ofrecen al intérprete son múltiples y heterogéneos.

El símbolo es de naturaleza proteica, pero es que, además, no encierra el mismo significado de modo universal; para una acertada intelección hay que tener en cuenta innumerables factores, unos intrínsecos, otros extrínsecos. Este relativismo también afecta al destinatario: es necesario considerar el sexo, la condición social, el estado de salud, el grado de parentesco, la edad, la profesión, las circunstancias personales, las disposiciones psíquicas, etc. Estos rasgos son otros tantos elementos que deben ser valorados correctamente en el momento de emitir un dictamen.

El pronóstico tampoco responde a un esquema fijo. Es ilimitado en cuanto a su contenido, ya que oscila entre una mera aclaración cualitativa, de signo positivo o negativo, y el anuncio pormenorizado de un evento específico. Generalmente se refiere a un futuro más o menos próximo.

En consecuencia, interpretar un sueño equivalía a resolver una ecuación con tres incógnitas, representadas, como acabamos de ver, por el asunto de la visión onírica, la persona a quien va destinado el mensaje y el desenlace auspiciado. Dado el número de variables, las combinaciones posibles eran infinitas, por tal razón resultaba indispensable consultar a un especialista, capaz de desentrañar en medio de esta complicada trama la clave del enigma. Y aunque a este intermediario no lo hemos tenido en cuenta en nuestro esquema anterior, ello no significa que fuese un elemento de poca importancia. Al contrario, de su maestría dependía que todo el proceso interpretativo llegase a feliz término. De ahí la exigencia de unas cualidades por parte del técnico y la conveniencia de que el consultante se asesorase y acudiese a la persona idónea. Los libros de oniromántica podían proporcionar una cultura general sobre la materia y satisfacer una necesidad de información a nivel popular. Eran manuales de divulgación que estimulaban la fe en estas prácticas, al tiempo que intentaban convencer de que sus soluciones estaban bien fundadas a través de argumentos vagamente científicos. Pero el simple hecho de poseer y de leer estos ejemplares no era un remedio suficiente. Sólo el profesional reunía todos los requisitos indispensables para que su diagnóstico fuese veraz y tuviese cumplimiento. El libro IV ilustra ejemplarmente el camino que debe seguir el aprendiz hasta llegar a maestro.

El cuerpo de la obra artemidorea recoge una casuística amplísima. No sabemos en qué medida se sirve de la literatura específica precedente. De igual modo ignoramos si los numerosos ejemplos consignados reflejan en su totalidad auténticas experiencias oníricas. Cabe sospechar que algunas muestras sean fruto de su invención con vistas a ofrecer una imagen pregnante de un fenómeno de contornos muy irregulares. En cualquier caso, este conjunto considerado globalmente constituye un interesante testimonio de ciertas manifestaciones espirituales de una colectividad alejada de nosotros por sus hábitos culturales y por el tiempo transcurrido. Jane Harrison 71 definió el mito como el pensamiento onírico de un pueblo y el sueño como el mito del individuo. Según este principio la obra de Artemidoro sería un espléndido catálogo de anónimas aventuras personales.

La interpretación de los sueños

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