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INTRODUCCIÓN 1 1. Datos biográficos

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Las noticias que tenemos sobre este autor son muy escasas. En realidad, nuestra mejor fuente es la propia obra, cuya versión ofrecemos. Al margen de ella tan sólo se han conservado tres magras citas, que sepamos 2 .

La primera obligación, al hablar de un escritor, es situarlo en el espacio y en el tiempo. Sobre la primera coordenada poseemos información precisa. Artemidoro nos cuenta que era natural de Éfeso, pero que, dada la notoriedad de su ciudad natal, prefirió proclamarse oriundo de Daldis, pequeña localidad lidia, y de la que procedía por línea materna 3 . El gesto nos parece enternecedor: por sus ribetes de piedad filial 4 y por el ingenuo objetivo de sus pretensiones, ya que tiene la certeza de que su valía personal redimirá del anonimato a una aldea desconocida 5 . En cambio, no nos proporciona ninguna pista sobre la fecha de su nacimiento, ni menciona explícitamente algún otro elemento cronológico de su peripecia vital. Sin embargo, los datos internos esparcidos a lo largo de su tratado nos permiten localizarle en el siglo II d. C. 6 .

Respecto de sus estudios o lugar de formación tampoco sabemos nada. No obstante, debió de recibir una instrucción de un cierto nivel. Su obra no está ayuna de citas literarias 7 y su manejo del lenguaje denota un relativo dominio del mismo, aunque bien es verdad que entendido como un mero instrumento de comunicación de unas doctrinas. Su prosa pone de manifiesto las aspiraciones aticistas del autor, de acuerdo con las tendencias de la época. Quizá se pueda aducir como prueba de su respeto por la elocuencia el hecho de haberle dedicado los tres primeros libros de su manual onirocrítico a Casio Máximo, un consumado y amanerado maestro de retórica. A pesar de sus buenos deseos, encontraremos en sus escritos numerosas huellas del habla popular 8 , motivadas en gran parte por la naturaleza de sus fuentes, puesto que sobre este profesional pesaba el influjo de una literatura mántica de cortos vuelos y, por consiguiente, ajena a las cuestiones de índole formal. Incluso cabe pensar que sus textos hayan sufrido una manipulación tardía con el fin de propiciar una mejor comprensión de su contenido en aras de un público iletrado o, al menos, poco cultivado. En realidad, menudean en su léxico vocablos y locuciones formularias que también figuran en las obras de astrología. Este estrecho parentesco corrobora que el universo de la adivinación se servía de unas expresiones técnicas muy codificadas y que Artemidoro fue un fiel seguidor de una tradición secular.

Por otra parte, su bagaje intelectual se vio enriquecido a través de las experiencias adquiridas en sus numerosos y lejanos desplazamientos. Proclama con una vanidad mal disimulada que ha recorrido los caminos de Grecia, Asia e Italia y, así mismo, las grandes islas del Mediterráneo 9 . Estos viajes estaban directamente relacionados con el ejercicio de su profesión, como más adelante veremos. Artemidoro deseaba perfeccionar sus conocimientos sobre el mundo de la mántica; por ello frecuentará los lugares donde esta modalidad adivinatoria gozaba de un mayor prestigio, aprovechando las ocasiones que eran más idóneas para el desarrollo de dichas actividades, esto es, fiestas públicas, competiciones deportivas, celebraciones religiosas, etc. El material así acumulado llegó a ser enorme y variopinto. Este rico conglomerado le consentirá cimentar sus elucubraciones teóricas, de forma que sus escritos serán fruto de una feliz coyuntura: la especulación personal apoyada en unas exhaustivas fuentes bibliográficas 10 y la aplicación de una casuística controlada por la vía de la experiencia.

Hay otro dato, deparado por el autor, que completa este apartado. Se trata de la existencia de un hijo que ostenta el mismo nombre —comme il se doit — y que, probablemente, ejerció la misma profesión paterna. El tenor de los consejos de Artemidoro trasluce un gran afecto hacia el heredero, en quien pretende depositar todo su saber en lo que atañe a su oficio. Esta faceta de su personalidad cierra el somero recuento de las noticias fidedignas de carácter biográfico que poseemos sobre él.

Este bosquejo de su «identikit», a todas luces insuficiente, puede perfilarse algo más. Todos somos hijos de nuestro tiempo; por tal razón, quizá, convenga recordar los rasgos principales de la época en que le tocó vivir, ya que, dada la escasez de información sobre su persona, al menos nos será posible captar el clima reinante en el período cronológico que aproximadamente coincide con su etapa vital, o lo que es lo mismo, la segunda mitad del siglo II . La bibliografía existente sobre esta centuria es abundante. Amén de estudios de carácter general, existen algunas monografías excelentes que nos permiten conocer en profundidad el entramado político, social y espiritual de esas décadas 11 . A través de dichos trabajos queda manifiesto que aquellos años estuvieron marcados por el signo de la contradicción. En efecto, resulta posible detectar un sentimiento difuso de tristeza y de agotamiento y, al mismo tiempo, observar un florecimiento intelectual que tiene por norte la revalorización de algunas facetas del pasado, entendidas como modélicas. Esta ambivalencia justifica el calificativo de bifronte que se le ha otorgado al ciclo 12 . Sin lugar a dudas, el arco temporal de los Antoninos supuso un momento de equilibrio en el terreno político y de esplendor en el ámbito cultural. No obstante, se traslucen los síntomas de una sociedad cansada: decadencia biológica 13 , proliferación de sectas y de creencias, crisis generalizada de valores, triunfo del agnosticismo, reinstauración de los ideales clásicos en el universo de la creación artística, etc.

Si dejamos a un lado estos caracteres generales y nos centramos en el terreno de la literatura, constataremos que en esta época la poesía queda relegada a un segundo término y que, en cambio, se produce un claro predominio de la prosa. Esta vía de expresión ofrece muestras de muy variada índole. B. P. Reardon 14 propone establecer una distinción entre las obras según respondan a unos esquemas nuevos, en lo que concierne a su temática y géneros, o bien se atengan a los cánones tradicionales. El primer grupo estaría compuesto por todas aquellas creaciones artísticas relacionadas con la paradoxografía, la pseudociencia, las religiones en general, la literatura cristiana, en particular, y la novelística. Como se puede apreciar, esta relación comprende asuntos muy dispares que van desde el relato de pura ficción hasta las más sutiles argumentaciones teológicas. Y, precisamente, en este cajón de sastre tiene cabida el tratado de Artemidoro, en tanto que claro exponente de la corriente paracientífica. Este autor es, por tanto, un fiel testimonio de determinadas inquietudes intelectuales. Sus elucubraciones se definen por un cierto aire de modernidad en lo que se refiere a su tratamiento y a su orientación. Sus libros estaban destinados a ser degustados por las clases populares 15 , las cuales acceden masivamente al fenómeno de la fruición literaria en torno a estas fechas en búsqueda de vías redentoras de la realidad cotidiana, bien a través de la evasión deparada por una narrativa folletinesca, bien a través de unas recetas soteriológicas.

La interpretación de los sueños

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