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2. Análisis de la producción artemidorea

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Hasta nuestras manos tan sólo han llegado los cinco libros dedicados a la interpretación de los sueños. Pero tenemos la certeza de que compuso otras obras. Él mismo reconoce haber redactado precedentemente escritos de teoría oniromántica 16 , amén de su producción sobre temas diversos 17 . De todas formas, sospechamos que el trabajo objeto de nuestro estudio fue el más laborioso y el que le otorgó una mayor fama.

El Onirocrítico es un magnum opus , al menos, por su tamaño. La denominación a la que tradicionalmente responde es válida en la medida en que nos ilustra sobre un asunto examinado monográficamente a lo largo de muchas páginas, pero resulta inadecuada si analizamos la técnica compositiva del mismo. El tratado está formado por cinco libros, según acabamos de indicar. Ahora bien, esta agrupación es algo ficticia. El hecho de que existan dos destinatarios diferentes ya evidencia una falta de homogeneidad; pero es que, además, los fines perseguidos por el autor también divergen. Por tanto, cabe señalar una línea divisoria neta entre los tres pirmeros libros dedicados a Casio Máximo y los dos últimos concebidos a modo de legado paterno. Mas aún se puede hilar más fino. En el primer caso no se trata de una auténtica trilogía. El libro I y el II reflejan una planificación previa, llevada a término felizmente. El propio Artemidoro expone los temas que va a desarrollar y justifica el orden seguido en el tratamiento de los mismos 18 . En el Proemio del libro II subrayará que se ha mantenido fiel a las promesas hechas precedentemente. Hasta aquí el texto responde a un criterio único y armónico. En cambio, el libro siguiente tiene carácter de apéndice. El autor reconoce que hay un cierto desorden estructural y una falta de conexión entre los capítulos. La razón de este suplemento es doble: acallar las críticas provenientes de especialistas puntillosos y evitar la posibilidad de que otros aborden la materia omitida. Este conglomerado será llamado por su creador El amigo de la verdad o Vademécum .

El libro IV está compuesto primordialmente para asesorar al hijo y, de paso, para replicar a los lectores que han señalado algunas deficiencias en los volúmenes precedentes 19 . Artemidoro aconseja a su descendiente que el texto permanezca en su poder y que no facilite copias; de esta forma destacará por su saber y gozará de prestigio 20 . Los primeros capítulos están dedicados a reproducir o a resumir algunos aspectos de la teoría onirocrítica expuesta en la parte inicial de la obra. En los apartados restantes se considerarán diversos fenómenos hípnicos, siguiendo el procedimiento expositivo habitual, con la salvedad de que en todos ellos se pretende aleccionar al neófito con el fin de que sepa sortear las dificultades y se convierta en un experimentado y hábil intérprete. El autor considera que a esas alturas de su vida domina la técnica profesional y que sus escritos revelan un notable grado de maestría. Esta constatación le produce un legítimo orgullo y le lleva a desear que su hijo sea el continuador de su obra y el transmisor de sus saberes. Sus aspiraciones son harto comprensibles: en toda paternidad subyace un deseo de perpetuarse por persona interpuesta. Su afecto y deseo de protección hacen que ilustre al vástago sobre los secretos y los trucos que deberá poner en práctica en ocasiones para ganarse a la clientela. Así mismo le advierte que no hay que pecar de ingenuo, ni desmoralizarse ante situaciones conflictivas, ni dar motivo para el descrédito… En estas páginas se aprecia un didactismo bien dosificado. Esta tendencia culmina en la conclusión, donde le anuncia su proyecto de componer una nueva obra en su honor, en la que sólo figuren experiencias oníricas rigurosamente comprobadas.

En la introducción del libro V justifica su tardanza en cumplir la promesa debido a la dificultad que encierra la tarea acometida: «Tal vez sería justo, hijo mío, censurar mi lentitud, si estuviese motivada por la pereza, mas como mi propósito era recoger para ti información sobre sueños que han tenido cumplimiento, se trataba de una empresa difícil y laboriosa, al menos, para quien se propone registrar visiones oníricas dignas de ser descritas». Unas líneas más abajo analizará las características de las cuatro partes precedentes. Quiere decirse, pues, que el autor concibe como un corpus único este conjunto de escritos consagrado a la oniromancia, a pesar de que se trate de un totum revolutum . El último libro, en efecto, difiere de los anteriores. Es una mera compilación de casos —noventa y cinco en total— tratados esquemáticamente desde el punto de vista del contenido y de la forma. De cada sueño ofrece un «abstract» en la mejor tradición científica actual.

A modo de resumen podemos afirmar que La interpretación de los sueños es un tratado de vastas proporciones y de penosa gestación. Es el fruto de toda una vida de ejercicio profesional. De ahí que sea una muestra de «work in progress» 21 . En un primer momento concibe un plan bien estructurado para transmitir a la posteridad el cúmulo de sus conocimientos sobre esta disciplina. Mas en ningún momento confesará este objetivo llanamente. Preferirá encubrir su motivación mediante el recurso a dos expedientes convencionales 22 , pero no por ello menos eficaces. Según él su obra responde a una doble necesidad: poner en práctica las recomendaciones divinas y satisfacer los requerimientos de un amigo ilustre. El ser sobrenatural en cuestión no es otro que Apolo, deidad que gozaba de una especial veneración en Daldis. Artemidoro reconoce que se le ha aparecido en sueños en diversas ocasiones 23 y, en particular, desde que ha trabado conocimiento con Casio Máximo, que desempeña el papel de mentor de esta obra artemidorea; al menos, de parte de ella. La identificación de este personaje se ha podido realizar gracias a una inocente fórmula de cortesía empleada por nuestro autor 24 . En ella se asegura que entre los lidios y los fenicios han existido de siempre unos vínculos solidarios de hospitalidad. Este dato hace suponer que el interlocutor que figura en el Proemio sea Máximo de Tiro, famoso conferenciante y filósofo platonizante que encarna muy bien los ideales de una cierta clase intelectual 25 . La hipotética familiaridad entre ambos escritores, la mención de M. Cornelio Frontón, maestro de Marco Aurelio, y la alusión a los múltiples viajes realizados por el propio Artemidoro nos inducen a suponer que tal vez este autor formó parte de una de esas cohortes de hombres de letras y de especialistas de muy variado cuño que con carácter itinerante iban dando a conocer los frutos de su minerva en actuaciones públicas y privadas. Desde luego, no tenemos elementos de juicio suficientes para determinar su status social, pero sabemos que no fue un adivino modesto y mediocre como tantos otros colegas suyos, caracterizados por su charlatanería y su falta de preparación, porque nos habla de ellos con un cierto distanciamiento, pero sin caer en el desprecio, ya que los considera portadores de unos conocimientos empíricos de indiscutible valía. Incluso llega a afirmar que ha convivido con ellos durante años con el fin de ejercitarse plenamente. Por otra parte, se muestra orgulloso de haber manejado todas las fuentes escritas sobre esta modalidad mántica y de aportar en sus obras unas doctrinas innovadoras y, al mismo tiempo, convincentes 26 . En consecuencia, Artemidoro ofrece de sí la imagen de un profesional que sabe aunar la teoría y la práctica en el ejercicio de su cometido. Investiga y acumula información sin cesar, trabajando de noche y de día 27 , según sus propias palabras. Tal vez gozó de un cierto prestigio y pudo vivir desahogadamente a expensas de una clientela acomodada. Lo que sí resulta evidente es la oposición que sus escritos encontraron en determinados sectores. Esta crítica le hace mella, como se puede apreciar en algunos pasajes en los que da rienda suelta a su amargura 28 . Y, en definitiva, el libro III será una especie de mentís contra sus detractores.

Los prólogos y los epílogos, que arropan el cuerpo doctrinal, merecen toda nuestra atención. Son auténticos retazos a través de los cuales vamos descubriendo su personalidad. En estas líneas se asoma el ser humano con sus debilidades y aciertos, y, aunque estas secuencias adolezcan de un anquilosamiento impuesto por el género, nos es posible rescatar elementos de carácter individual. En su haber señalaremos, como cualidades esenciales, su entusiasmo profesional, su afán de perfeccionarse continuamente, su curiosidad insaciable y su espíritu de trabajo. En él consignaremos la falta de rigor científico, la fragilidad argumental de sus exposiciones teóricas y, como rasgo menor, su vanidad infantil. En el momento en que se abandonan estos umbrales, se penetra en un mundo impersonal y aséptico. Incluso desde un punto de vista lingüístico se aprecia el cambio. Los capítulos puramente especulativos se caracterizan por la aridez de su estilo, por el empleo de fórmulas que se repiten cansinamente, por unas construcciones elípticas y por una cierta monotonía. En cambio, los pasajes transicionales revelan un deseo de expresarse con elegancia. Los períodos son largos, la estructura sintáctica se desarticula y da la impresión de que remeda cadencias latinas a través del hipérbaton. Su forma de decir sigue los modelos vigentes en la época y su pensamiento discurre por unos cauces amanerados. Aquí el científico cede el paso al hombre de letras. Y demuestra que conoce su oficio, a pesar de que en la realización práctica incurra en torpezas.

La interpretación de los sueños

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