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Hospitalidad recompensada

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Dios recompensó admirablemente su fe y generosidad. “De modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías. Y tal como la palabra del Señor lo había anunciado por medio de Elías, no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro.

“Poco después se enfermó el hijo de aquella viuda, y tan grave se puso que finalmente expiró. Entonces ella le reclamó a Elías: ‘¿Por qué te entrometes, hombre de Dios? ¡Viniste a recordarme mi pecado y a matar a mi hijo!’

“Dame a tu hijo –contestó Elías–. Y quitándoselo del regazo, Elías lo llevó al cuarto de arriba, donde estaba alojado, y lo acostó en su propia cama. [...] Luego se tendió tres veces sobre el muchacho y clamó [...] El Señor oyó el clamor de Elías, y el muchacho volvió a la vida.

“Elías tomó al muchacho y lo llevó de su cuarto a la planta baja. Se lo entregó a su madre y le dijo: ‘¡Tu hijo vive! ¡Aquí lo tienes!’ Entonces la mujer le dijo a Elías: ‘Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que lo que sale de tu boca es realmente la palabra del Señor’ ”.

La viuda de Sarepta compartió su poco alimento con Elías; y en pago, fue preservada su vida y la de su hijo. Y a todos los que en tiempo de prueba y escasez ofrecen simpatía y ayuda a otros más necesitados, Dios ha prometido una gran bendición. Su poder no es menor hoy que en los días de Elías. “Cualquiera que recibe a un profeta por tratarse de un profeta recibirá recompensa de profeta” (Mat. 10:41).

“No se olviden de practicar la hospitalidad, pues gracias a ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Heb. 13:2). Nuestro Padre celestial continúa poniendo en la senda de sus hijos oportunidades que son bendiciones disfrazadas; y aquellos que aprovechan esas oportunidades encuentran mucho gozo. “Si te dedicas a ayudar a los hambrientos y a saciar la necesidad del desvalido [...] Serás como jardín bien regado, como manantial cuyas aguas no se agotan” (Isa. 58:10, 11).

Hoy dice Cristo: “Quien los recibe a ustedes me recibe a mí”. Ningún acto de bondad realizado en su nombre dejará de ser reconocido y recompensado. En el mismo tierno reconocimiento incluye Cristo hasta a los más humildes y débiles miembros de la familia de Dios. Dice él: “Y quien dé siquiera un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños –a los que son como niños en su fe y conocimiento de Cristo–, por tratarse de uno de mis discípulos, les aseguro que no perderá su recompensa” (Mat. 10:40, 42).

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