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Profeta valiente, rey culpable

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El rey y el profeta están frente a frente. En la presencia de Elías, Acab parece acobardado y sin poder. En las primeras palabras que alcanza a balbucear: “¿Eres tú el que le está creando problemas a Israel?”, reveló inconscientemente los sentimientos más íntimos de su corazón y procuró culpar al profeta de los gravosos castigos que apremiaban la tierra.

Es natural que el que obra mal tenga a los mensajeros de Dios por responsables de las calamidades que son el seguro resultado que produce el desviarse del camino de la justicia. Cuando se los confronta con el espejo de la verdad, los que se colocan bajo el poder de Satanás se indignan al pensar que son reprendidos. Cegados por el pecado, consideran que los siervos de Dios se han vuelto contra ellos, y que merecen la censura más severa.

De pie, y consciente de su inocencia, Elías no intenta disculparse ni halagar al rey. Tampoco procura eludir la ira del rey dándole la buena noticia de que la sequía casi terminó. Lleno de indignación y del ardiente anhelo de ver honrar a Dios, le declaró intrépidamente al rey que eran sus pecados y los de sus padres lo que atrajo sobre Israel la terrible calamidad. “No soy yo quien le está creando problemas a Israel –asevera audazmente Elías–. Quienes se los crean son tú y tu familia, porque han abandonado los Mandamientos del Señor y se han ido tras los baales”.

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