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El pueblo finalmente está listo para la reforma

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Al fin, “después de un largo tiempo“, esta palabra del Señor fue dirigida a Elías: “Ve y preséntate ante Acab, que voy a enviar lluvia sobre la tierra”. Obedeciendo a la orden, “Elías se puso en camino para presentarse ante Acab”.

Más o menos en esa época, Acab había propuesto a Abdías, gobernador de su casa, hacer una cuidadosa búsqueda de los manantiales y los arroyos, con la esperanza de hallar pasto para sus rebaños hambrientos. Aun en la corte real se hacía sentir agudamente el efecto de la larga sequía. El rey, muy preocupado por lo que esperaba a su casa, decidió unirse personalmente a su siervo en busca de algunos lugares favorecidos donde pudiese obtenerse pasto. “Acab se fue en una dirección, y Abdías en la otra. Abdías iba por su camino cuando Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se postró rostro en tierra y le preguntó: ‘Mi señor Elías, ¿de veras es usted?’ ”

Durante la apostasía de Israel, Abdías había permanecido fiel. El rey no había podido apartarlo de su fidelidad al Dios viviente. Ahora fue honrado por la comisión que le dio Elías: “Ve a decirle a tu amo que aquí estoy”.

Aterrorizado, Abdías exclamó: “¿Qué mal ha hecho este servidor suyo, para que usted me entregue a Acab y él me mate?” Esto era buscar una muerte segura. Explicó al profeta: “Tan cierto como que vive el Señor su Dios, que no hay nación ni reino adonde mi amo no haya mandado a buscarlo. Y a quienes afirmaban que usted no estaba allí, él los hacía jurar que no lo habían encontrado. ¿Y ahora usted me ordena que vaya a mi amo y le diga que usted está aquí? ¡Qué sé yo a dónde lo va a llevar el Espíritu del Señor cuando nos separemos! Si voy y le digo a Acab que usted está aquí, y luego él no lo encuentra, ¡me matará!”.

Con solemne juramento Elías prometió a Abdías que su diligencia no sería en vano. “Tan cierto como que vive el Señor Todopoderoso, a quien sirvo, te aseguro que hoy me presentaré ante Acab”. Con esta seguridad, “Abdías fue a buscar a Acab y le informó de lo sucedido”.

Con asombro mezclado de terror, el rey oyó el mensaje enviado por el hombre a quien temía y aborrecía, a quien había buscado tan incansablemente. ¿Sería posible que el profeta estuviese por proclamar otra desgracia contra Israel? El corazón del rey se sobrecogió de espanto. Recordó cómo se había desecado el brazo de Jeroboán. Acab no podía dejar de obedecer a la orden, ni se atrevía a alzar la mano contra el mensajero de Dios. De manera que, acompañado por una guardia de soldados, el tembloroso monarca se fue al encuentro del profeta.

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