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I EL PROCESO DEL GENIO DEL GRECO LA GÉNESIS DEL GENIO

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El proceso de la creación del Greco es, en realidad, como un esquema, apasionante por su claridad, del gran problema, bien conocido, de la creación genial. La función que caracteriza al genio es la creación de formas desconocidas de lo que está desde el principio creado. Todo ser vivo, aun el más humilde, crea solo con vivir. Vivir, en cada instante, es la máxima creación, porque es una victoria actual frente a la muerte, y, además, vivir es la posibilidad de reproducirse y, por lo tanto, en cierto modo, de superar a la muerte. Pero la creación del genio se diferencia de la de los hombres vulgares en que lo creado por él es algo inesperado y sorprendente. La creación de los hombres normales es solo una rutina. La del hombre de genio está fuera de lo común, y muchas veces contra lo común, contra lo que se llama normal. De donde resulta que el genio es necesariamente anormal, palabra equívoca a la que torpemente damos todos un sentido despectivo, pero que muchas veces significa, por el contrario, la superación y la sublimación de las normas humanas. Esto es lo que les ocurre a los genios y a los grandes santos, que son genios también; y a los que, por lo tanto, es lícito llamar, con toda reverencia, anormales.

Tal capacidad de superar a la normalidad y de superarla eficazmente, y no en la forma inútil o destructora de los inadaptados y los rebeldes, supone, en el genio, junto con el entendimiento luminoso, una voluntad impávida y a veces heroica. Hay seres humanos de una inteligencia igual que la de los genios, pero que mueren sin dejar rastro por falta de ímpetu creador. En cualquier tertulia de España, se ha dicho muchas veces, abunda esta fauna de ingenios, de fantasía sorprendente, pero infecunda.

Sin embargo, la obra genial no requiere solo entendimiento y voluntad, sino la colaboración de estas específicas dotes creadoras, con las circunstancias, también estrictamente específicas, de tiempo y de lugar. El problema de los superdotados y de los números unos, aspirantes a genios, se plantea siempre sin contar con estas circunstancias, que solo el azar depara y que casi siempre son decisivas. Para poner un ejemplo equiparable al del Greco, citaremos a santa Teresa: con sus mismas inteligencia y voluntad prodigiosas, puede pensarse que hubiera sido solo una discreta y virtuosa mujer, doscientos años antes o después de la época de la Reforma y de la posibilidad de las fundaciones; y aun habiendo nacido en el tiempo propicio, es dudoso que hubiera creado su gran obra, social y literaria, de haber visto la luz en Alemania o en Rusia y no en España, y quizá precisamente en Castilla. Han de converger, pues, exactamente, para que el genio florezca, con la inteligencia y la voluntad excelsas, las circunstancias de tiempo y de lugar que forman el ambiente rigurosamente favorable. Y así se explica que la floración del genio sea casi un milagro, y como todos los milagros, excepcional.

La fuerza, decíamos, de estas circunstancias cronológicas y geográficas es decisiva. Es decir, que no solo el genio mejor dotado puede anularse si esas circunstancias no le son favorables, sino que, si lo son óptimamente, pueden hacer que brote la llama genial en un cerebro donde estaba amortiguada o dormida. Y hay que señalar que esta poderosa influencia creadora de las circunstancias no se contradice por el hecho, característico del genio, de que este se imponga y supere a la rutina vital de su tiempo. Al genio le crean las circunstancias precisamente para que domine a las circunstancias, sociales, artísticas, científicas o del orden que sean.

El Greco y Toledo

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