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EL IMÁN DE TOLEDO

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Se han ideado hipótesis razonables para dar un sentido de causalidad humana al impulso que le atrajo hacia la ciudad imperial.[31] Se ha supuesto, y es verosímil, pero no probado, que vino a la Península al reclamo de una intervención posible en la gran obra de El Escorial, intervención preparada por el embajador de España en Roma, don Luis de Zúñiga. La conjetura es difícil de admitir, porque lo sabríamos documentalmente, como sabemos que un embajador anterior, don Luis de Requesens, reclutó a los primeros pintores italianos que acudieron a la obra de San Lorenzo (1567).

Otros hablan de sus relaciones en Roma, quizá en el mismo palacio Farnesio, donde se alojaba o adonde, en todo caso, debía de concurrir asiduamente, con dos españoles que tenían gran influencia en la Iglesia de Toledo y, por lo tanto, en la corte de España. Uno de estos españoles era don Luis de Castilla, deán de Cuenca y hermano de don Diego de Castilla, deán de la Primada, el que había de contratarle para pintar el retablo del convento de Santo Domingo el Antiguo, de Toledo, ambos descendientes directos y adulterinos del rey don Pedro de Castilla; y el otro era el canónigo obrero, don García de Loaysa, muy amigo de Fulvio Orsini, el bibliotecario de Farnesio, que fue otro de los grandes protectores del Greco y que, con el tiempo, ocupó la archidiócesis toledana.[32] Estos dignatarios de la catedral de Toledo estaban en Roma, probablemente para entrevistarse con el arzobispo Carranza, preso en el Vaticano. No debe olvidarse esta relación, desde Italia, del Greco con los amigos de Carranza, que eran todos adversos a la Inquisición y a Felipe II y amigos de los cristianos nuevos y de los místicos.

Se ha dicho, en fin, que tuvo que salir de Roma porque le hizo difícil su estancia allí la hostilidad de los pintores, indignados por su soberbia y por sus juicios despectivos sobre el ídolo, Miguel Ángel.[33] «Más bien huida», llama a su salida de Roma, Camón Aznar[34] y, en efecto, algunos suponen que le habían amenazado gravemente.

Pero el que le reclamaran desde El Escorial, o desde Toledo, o el que le empujara desde Italia la irritación de los otros artistas, no invalida el que el motivo principal fuera la llamada del instinto, el espiritualismo escondido; en suma, el amor. En otro lugar he dicho que esas señales materiales fueron como el pañuelo que parece que llama desde la orilla al viajero que se acerca, cuando, en realidad, saluda a su llegada, desde mucho antes decidida.

Después de un año o año y medio de vivir en Madrid, de cuyo tiempo no ha quedado rastro alguno, fue a Toledo, antes de la primavera de 1577, para pintar los lienzos del retablo de Santo Domingo el Antiguo, hoy en vías de irrespetuosa y lamentable dispersión. La documentación sobre este punto es terminante.[35] Los datos de los archivos hacen pensar que fue a Toledo nada más que para cumplir este encargo y que tenía prisa para marcharse, pues don Luis de Castilla, que redactó el contrato y que conocía bien al pintor, desde Roma, tuvo que poner unas cláusulas draconianas para evitar que se fuese antes de terminar los lienzos, dejándolos en manos de artistas secundarios. Sin embargo, ya no volvió a salir, salvo un breve retorno rápido a Madrid[36] o a Illescas, a unas leguas de la ciudad imperial. Desde luego, es seguro que no fue a Sevilla, como afirmó el gran escritor y no muy puntual historiador Francisco Manuel de Melo.[37] Y cuando en 1596 tuvo que armar el retablo que había pintado para el colegio de doña María de Aragón, en Madrid, envió a su criado Francisco Preboste.

El viajero juvenil de Creta a Venecia, el de los caminos inseguros de Italia, el de la travesía mediterránea eludiendo los corsarios, quedó, como tantos otros, preso en la fascinación de Toledo, «su ciudad-demonio, que fue para él como el súcubo de sus sueños»;[38] fascinación dura, a veces angustiosa y, por eso mismo, inexorable. Porque del campo abierto de la felicidad es mucho más fácil huir que de un recinto cercado de murallas, de murallas de misterio, más altas que las de piedra, como era y es la ciudad del Tajo. Y allí vivió obstinadamente, y allí quiso que le enterraran, y allí se conservan sus huesos, no en un sepulcro de donde se pudieran sacar, sino deshechos y mezclados con el polvo de la Historia y de los siglos.

El proceso del genio del Greco culminó en Toledo porque era allí donde tenía que culminar. Es, pues, importante saber cómo era el Toledo del Greco.


FIGURA 1. Ruinas del artificio de Juanelo, dibujo del siglo XVIII. (Col. G. Marañón.)

El Greco y Toledo

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