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DOCUMENTOS, ARTE Y CIENCIA

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A pesar de muchos de su asertos, en cierto sentido inerciales o de grupo, Marañón se había propuesto superar el estancamiento de una psicología prefreudiana que habría estado detrás de ciertas interpretaciones —las más veces de aficionados a la psicología— intencionales del Greco de Toledo, sin echarse —tal vez en actitud defensiva—[8] en los brazos de los psicoanalistas seguidores de Sigmund Freud. Para don Gregorio, estos eran consecuencia —más que causa— de la renovación del conocimiento de la personalidad profunda del ser humano y para muchos historiadores contemporáneos, solo literatura.

Aunque Marañón apelaba, como ya hemos señalado, a la interpretación basada en el juicio certero de las «emociones del arroyo» más que en las opiniones de las gentes cultas, aquellas eran difícilmente recuperables como producto de una cultura oral pero documentalmente silente. Su pulsión científica, no obstante, tenía que buscar un terreno más sólido y recurrió a los documentos que podían ser más significativos. Y en dos de ellos —los juicios que el Greco vertió en su contrato de San Vicente Mártir y en la leyenda de la Vista y plano de Toledo—, a pesar de su datación muy tardía, Marañón vislumbró acertadamente los fundamentos de su psicología y su estética; un tercero, contradictorio con respecto a estos dos, una carta del candiota a Giorgio Giulio Clovio, lo condujo por la senda de lo que llamó «el sueño abismal» de la mística judía, su «soñar despierto», o su cultivo de la «fantasía onírica», del ensimismamiento o dejadez mística que lo vinculaban con los místicos alumbrados. Lástima que no le llegara a tiempo la prueba irrefutable de la naturaleza falsa de este testimonio.[9]

No obstante, y a pesar de su propia circunstancia, tal vez por su propio genio, Marañón dibujó a la postre para el Greco un personaje mucho más complejo de lo que podríamos haber pensado: personaje exótico, teólogo, inteligente, intelectual, agudo, irónico, melancólico, introvertido, altanero, de humor intransigente y atrabiliario, rebelde, arbitrario. No deja de ser sorprendente que estos perfiles lo aproximaran mucho al Greco más actual, menos místico, menos ascético, más filósofo, producto de sus propios testimonios escritos más que de los deseos de sus intérpretes (véase Fernando Marías, El Greco, biografía de un pintor «extravagante», 1997).

El Greco y Toledo

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