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UN BAÑO GRUPAL PUNTUAL ES BUENO PARA LA MENTE

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Me gusta llamar personalismo a esa mezcla que rompe la falsa dicotomía e intenta aunar la libertad que da el individualismo con el cariño social que ofrece el colectivismo. Quiero defender que nuestra psicología puede avanzar hacia un tipo de mente que se siente independiente del grupo, pero que elige asociarse a otras mentes cuando cree que le favorece. Los últimos acontecimientos nos brindan esa oportunidad. De hecho, sentí en mi barrio ese espíritu desde el principio de la pandemia.

En Malasaña aceptamos el confinamiento por protección individual. En general, no tuvimos problemas en recluirnos en nuestros hogares y aprovechar la libertad que nos daba Internet para relacionarnos con personas de todo el mundo buscando afinidades, teletrabajar en nuestros modernos y peculiares oficios y vivir nuestras vidas con total libertad fuera de las miradas ajenas.

Pero a la vez buscamos el cariño del rebaño. La música nos unió. En mi calle salíamos a los balcones a las ocho de la tarde a aplaudir conjuntamente a los sanitarios. Un buen día, un vecino sacó un altavoz y, de manera espontánea, se organizó todos los días una especie de garito formado por balcones en los que la gente bailaba. Yo llegué incluso a cantarle a alguien el «Cumpleaños feliz», una canción que odio de manera especial y que considero el acúfeno social más insidioso de la historia de la humanidad. Pero cómo no unirse a un fenómeno que creció hasta autoorganizarse como ritual colectivo: en otra de las calles del barrio se organizó un día un festival2 con un DJ que coordinaba a un vecino que tocaba clásicos del jazz, a otros que interpretaban música del siglo xvii con instrumentos originales, a alguien que se arrancaba con «La llorona» y a los demás que bailaban disfrazados. En el tipo de cultura personalista que tenemos la oportunidad de crear, la música puede ser una de las formas de sentimiento colectivo. Nos une, pero no nos quita libertad individual, porque va directamente a las vísceras, a un sentimiento de tribu que no afecta a nuestras decisiones personales.

«¿No es extraordinario que unas tripas de carnero tengan la propiedad de hacer salir las almas de su envoltura corporal?», se preguntaba Benedicto en la obra de William Shakespeare Mucho ruido y pocas nueces. El misterio evolutivo de la música fascina a los psicólogos. Las ventajas evolutivas de la guerra, la envida o la atracción sexual son evidentes. Pero ¿por qué nos emocionamos con la música? ¿Por qué todas las culturas del mundo dedican tanto tiempo y energía a elaborar y escuchar ruidos rítmicos o armoniosos?

Para algunos investigadores, la respuesta es que la música es nuestra forma más ancestral de colectivismo. Nos ayuda a comunicar emociones que el lenguaje no puede expresar y que nos unen al grupo. Steven Mithen, autor del libro Los neandertales cantaban rap,3 sostiene que la música y el lenguaje fueron un sistema de comunicación conjuntos, al que podríamos llamar musilengua, que se dividió en dos formas distintas de transmitir información. Sus teorías se apoyan en algunas lenguas en las que se utilizan sonidos (como, por ejemplo, chasquidos con la lengua) que parecen situadas a medio camino entre los dos fenómenos. La música se quedaría como una forma visceral de unión de grupo, al contrario que el lenguaje, que por lo general nos separa. Por eso es una solución sencilla pero sutil para conservar el espíritu celta, de esas que tanto le gustaban a Panorámix. Quizá por eso, los antiguas druidas tenían que empezar por ser, primero, bardos, dominando el arte de la música.

Me he detenido en la música porque siempre ha sido mi forma de unión emocional preferida. Este libro, como verás, está lleno de canciones: he hecho una lista en Spotify con todas las que aparecen para que puedas escucharlas mientras lo recorres. Pero sé que en una cultura personalista existirán muchas más formas de disolverse en el colectivo conservando nuestra personalidad única. Una charla entre amigos con una sana dosis de cervezas de por medio (estoy seguro de que los neandertales bebían cerveza mientras cantaban rap) es otro ejemplo. Pero también lo es un grupo de chavales que se ríen juntos mientras juegan a Minecraft o haciendo una flash movie reivindicativa en un centro comercial. Son formas puntuales de sentimiento colectivo que buscan el calor visceral de la tribu sabiendo que, después, se volverá a los mundos personales. En Galicia, en mi otra aldea, se habla mucho de la estrategia del erizo. Es un animal que, en invierno, necesita estar cerca de los otros para calentar su cuerpo. Pero, a la vez, debe tener cuidado de no pincharse con las púas de sus congéneres. Mantener la distancia adecuada es el secreto.

La mente del futuro

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