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«FISHERMAN’S BLUES»

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Ya antes de la pandemia, existían estudios que mostraban que quienes somos propensos a vivir a lo ermitaño también tenemos un hueco en nuestra sociedad. «Si un hombre está en una minoría de uno, lo encerramos bajo llave», se quejaba el juez Oliver Wendell Holmes a principios del siglo xx. Sin embargo, los estudios de las primeras décadas del XXI apuntaban ya la posibilidad de ser solitarios... y no morir en el intento. Sin ir más lejos, el neuropsicólogo escocés David Weeks analizó a miles de personas que viven fuera del rebaño y constató que, entre otras ventajas, gozan de una salud estupenda. Los que van a su aire acuden al médico una vez cada nueve años de promedio, mientras que la población general lo hace dos veces por año.4 Los datos de Weeks corresponden a Estados Unidos en 1995. Si los extrapolásemos a nuestra sociedad actual, el número de visitas médicas aumentaría considerablemente. Pero la relación se mantiene, por lo que las conclusiones del neuropsicólogo son plenamente vigentes: atribuye la vitalidad de los solitarios a los que él denomina su «insultante felicidad». Estas personas se caracterizan por el inconformismo, el idealismo, la dedicación a aficiones propias muy particulares y un alto grado de tolerancia a la frustración: exploran nuevos caminos y no temen a los fracasos. Quizá porque dependen mucho menos de la satisfacción de las expectativas de los demás: no les importa decepcionar a quienes los rodean.

¿Será este el tipo de individuo más adaptativo en la tercera década del siglo XXI? A mí, personalmente, me encanta la posibilidad. Soy, como el barón rampante que ideó Italo Calvino, «un solitario que no evita a la gente»5. No he necesitado vivir toda mi existencia en ramas de árboles para esquivar a aquellos que no me interesan: los solitarios modernos tenemos casas que nos sirven para ese fin. Parapetado dentro de mi hogar, me relaciono solo con aquellos cuya compañía me aporta más que el silencio. Las nuevas tecnologías me sirven para abrir y cerrar las compuertas de mi mente: si quiero quedarme a solas, me basta con cerrar el WhatsApp y las redes sociales. De hecho, me sorprende que los críticos no entiendan ese potencial de las nuevas tecnologías, que nos liberan de la esclavitud de tener que hablar con quienes están cerca y nos permiten dedicar nuestro tiempo a los que realmente nos importan, aunque estén lejos..., o a tener una cita con nosotros mismos.

En la nueva sociedad que se avecina, el centro será la persona, que solo saldrá de sí misma por propia elección. Para llegar a eso, tenemos que empezar a entrenarnos en una capacidad que resultará decisiva: ser indiferentes a la opinión de los otros. El tiempo posterior a la pandemia nos abre esa posibilidad. El psicólogo Dustin Wood6 analizó cómo se ha llegado a esa capacidad. Según él, hasta tiempos recientes la expresión de nuestros rasgos estuvo regulada por una especie de barómetro que nos indicaba cómo actuar «siguiendo al rebaño». Pero en las últimas décadas ha habido un vuelco cultural. La independencia de criterio y la capacidad de seguir nuestro propio camino aunque los demás nos miren mal se valoran tanto que, como afirma Wood, «el imaginario colectivo empieza a asociar la absoluta normalidad con problemas de salud mental».

La mente del futuro

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