Читать книгу La mente del futuro - Luis Muiño - Страница 18

«BIG IN JAPAN»

Оглавление

Los frikis le teníamos miedo a 2020. En Akira, un manga clásico de los años ochenta, había una viñeta con un gran anuncio de los Juegos Olímpicos de Tokio del año 2020. Un grafiti inquietante, a su lado, advertía: «Anúlenlos». Muchos lectores de Akira recordamos con desasosiego todo lo que sucedía en su argumento cuando el Comité Olímpico anunció que se le concedían a esa ciudad, justamente, los juegos de ese preciso año. Incluso los más racionalistas vimos un augurio alarmante.

Soy de una generación fascinada con Japón a la que han seguido otras más influidas aún por el país nipón. El resultado es que he vivido las primeras décadas de este siglo XXI compartiendo el magnetismo de aquel país con otakus de diferentes edades. He disfrutado con la proliferación de restaurantes de gastronomía de ese país, me he dejado seducir por mangas y animes, he podido transmitirles a mis hijos la sugestión que producen aún Hokusai y los artistas de Shin-hanga, he redescubierto la animación gracias a El viaje de Chihiro o Death Note, me ha fascinado la capacidad de renovar el universo del terror que tuvieron películas como The Ring, he vuelto a ver con amigos las antiguas cintas de Ozu, Kurosawa o Mizoguchi... y, por fin, he viajado a ese país y he regresado con más ganas de volver que las que tenía la primera vez.

¿Qué nos ofrece Japón a ciertas personas? La japofilia tiene muchas posibles explicaciones. A mí personalmente me fascina la sencillez que recorre toda su estética japonesa; me encanta el concepto del wabi-sabi: lo simple, lo fugaz. Para un hedonista como yo, la belleza cotidiana es tan importante como la Gran Obra de Arte, y la cultura japonesa la fomenta. También me atrapa la conexión con el futuro de su sociedad. Recuerdo atravesar el cruce de Shibuya, en el que confluyen varios pasos de peatones y tres mil personas a la vez. Mi imagen de 2018 de cientos de ciudadanos, la mayoría de ellos con mascarillas, entrecruzándose sin tocarse y manteniendo la distancia social, auguraba lo que sería el futuro...

Pero quizá, para mí, lo más interesante de la cultura nipona sea su absoluto respeto hacia la diversidad interior. El coronavirus llegó justo en plena Quiet Revolution, la Revolución de los Silenciosos. Desde las teorías pioneras de Eysenck, se ha dividido a los seres humanos en dos categorías: introvertidos y extravertidos. Los primeros se sienten más cómodos en ambientes con un grado bajo de activación externa. Por eso dosifican los estímulos: buscan continuamente espacios de intimidad y organizan la vida en torno a su necesidad de aislamiento puntual. Por la misma razón son más selectivos en sus relaciones y no se abren a los demás con facilidad. Prefieren la conversación cara a cara al grupo. Un fenómeno habitual en ellos es que suelen disfrutar más cuando recuerdan los buenos momentos en compañía que cuando los están viviendo. Son más proclives a la lectura o a escuchar música sin necesidad de bailarla.

A los extravertidos, por el contrario, les descansa estar con muchas personas, participar en conversaciones continuas y tener gran cantidad de estímulos a su alrededor. Pueden estar solos si es necesario o si se sienten aturdidos por la situación. Pero incluso en esos momentos, su corriente mental se canaliza hacia fuera: por eso suelen poner música, encender la radio o la televisión para mantenerla como sonido de fondo o atendiendo continuamente mensajes en su teléfono. Son más propensos a contarle sus intimidades a todo el mundo y suelen ser más espontáneos a la hora de manifestar sus emociones. También es habitual que tengan más parejas a lo largo de su vida.

Yo soy, claramente, de los primeros. Siempre me consideré (y me consideraron) un friki. Me iba de las fiestas el primero, aunque me lo estuviera pasando bien, porque ya había tenido bastante activación social. No me gustaban las interrupciones de mi intimidad y era un perfecto desastre en la charla insustancial. Por eso no ligaba y no era, precisamente, un éxito social.

No soy el único. Hasta principios de este siglo, la introversión era considerada insana. La psicóloga Susan Cain nos recuerda, en libros como El poder de los introvertidos,7 que hasta bien entrado el siglo xx vivíamos en un mundo que hacía apología de la juventud, una etapa en la que es muy importante estar integrado en el colectivo. Además, se primaban más las habilidades sociales que la eficacia laboral o académica: era más importante «vender» nuestro trabajo que haberlo hecho bien. Prueba de esta tendencia era que los consejos de los «orientadores sociales» (profesores, coaches o pedagogos) se encaminaban, hasta hace bien poco, a que las personas manifestaran continuamente sus sentimientos, aprendieran a trabajar con todo tipo de individuos sin elegir sus compañeros y fueran capaces de hablar de cualquier tema con cualquier persona. Esos ideólogos nos condenaron a los frikis de finales del siglo pasado a llevar una vida de continuo disimulo social en la que sentíamos el peor de los aislamientos: la soledad en compañía de personas.

Pero eso empezó a cambiar a partir de este movimiento para reivindicar la introversión. Susan Cain nos pide que pensemos en individuos a quienes admiramos en facetas diferentes. Cuando hacemos la lista, es fácil darse cuenta de que Johann Sebastian Bach, Miguel de Cervantes, Immanuel Kant, Charles Darwin, Albert Einstein, John Lennon, Steve Jobs y la gran mayoría de nuestros ídolos eran introvertidos. No es de extrañar: Jenn Granneman, otra de las destacadas promotoras de este Movimiento de los Silenciosos, nos hace notar que muchas de las actitudes asociadas a la introversión son muy adaptativas en el mundo moderno. No airear nuestras vulnerabilidades, concentrarse en silencio, profundizar en las relaciones nutritivas en vez de dispersarse dedicando el tiempo a cualquiera o ser ajenos a la presión de grupo son actitudes que rendirán frutos en este nuevo mundo que nos espera después de la pandemia.

Yo, como paleofriki que contempla con envidia el respeto con el que ahora se trata a los chavales neofrikis, le doy la razón a la doctora Granneman. La generación Y sabe que el chaval callado que no parece precisamente el macho alfa de la manada puede convertirse en el nuevo Bill Gates, Steve Jobs o Mark Zuckerberg. Ser friki en la actualidad es mucho más fácil de lo que ha sido nunca.

La mente del futuro

Подняться наверх