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«HALLELUJAH»

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Hace ya unas cuantas décadas, la antropóloga Ruth Benedict nos dio una pista sobre un factor que podría definir cuándo estamos demasiado cerca o demasiado lejos del prójimo. Esta investigadora realizó estudios comparativos para explicar por qué en algunas sociedades se daban más fenómenos de responsabilidad solidaria que en otras. El factor explicativo que encontró era un sentimiento subjetivo al que llamó sinergia y que podríamos definir como sensación de «estar o no en el mismo barco». En las culturas personalistas existía esa sensación. No tenían que decidir entre individuo y colectivo porque sentían que lo que hacían podía servir, al mismo tiempo, a su propio beneficio y al del grupo. En palabras de Abraham Maslow, que rescató este concepto, una sociedad con alto grado de sinergia es «aquella en la que la virtud rinde». Después del coronavirus, tendremos la opción de redirigir nuestro camino y caminar hacia el personalismo psicológico. La sinergia nos puede servir como nueva regla mental para tomar decisiones e implicarnos solo en actividades que nos beneficien a nosotros y al grupo, a la vez, sin sacrificar ninguno de los dos aspectos.

Para trabajar interiormente con el fin de conseguir ese equilibrio, tendríamos que alejarnos de fenómenos limitadores procedentes de nuestra formación en un tipo de cultura o en otro. Aquellos de mis pacientes que han mamado el colectivismo sufren, habitualmente, de un exceso de deseabilidad social: su tendencia a agradar a todo el mundo les quita libertad individual. Estar pendientes de ser elegidos los hace olvidar su derecho a elegir. Un ejemplo: muchas personas son pusilánimes porque alguno de sus progenitores lo era. En la infancia es fácil confundir la debilidad de los padres con la bondad. Las personas que han crecido con ejemplos de padres demasiado sumisos tienden a creer que defender nuestros derechos es ser egoísta.

Los que han sido educados en el individualismo padecen, por su parte, de un excesivo narcisismo que los lleva a competir continuamente con los demás. Rechazan cooperar, aunque eso les pudiera acarrear un mayor bienestar vital. Sus padres los premiaban cuando tenían éxito pisando a los otros, cuando destacaban por encima del colectivo. Y toda su autoestima se basa en esa sensación de superioridad.

Si queremos aprovechar esta oportunidad, tenemos que cambiar por dentro, haciendo que se respeten nuestros derechos personales. Pero también por fuera, usando las circunstancias para construir una arquitectura vital personalista. Por ejemplo, las redes sociales se pueden usar para la adicción al narcisismo y el cultivo de la imagen más individualista... o para la búsqueda de vínculos nutritivos, aprovechando que Internet acaba con la obligación de aguantar forzadamente a las personas que tenemos cerca y nos permite elegir aquellas relaciones que nos resulten más sinérgicas.

Un fenómeno como una pandemia parece una coyuntura perfecta para unirnos a todos en una lucha sinérgica. Pocas veces el bienestar individual y el colectivo han estado ligados de una manera tan clara. Aun así, ha habido, por supuesto, quienes salieron de aquello reafirmados en su individualismo (protestando contra todos y aplicando el sálvese quien pueda) o en su colectivismo (aferrándose al espíritu de rebaño para reprimir la libertad de los demás). Pero creo que los que consigan darse nacimiento a sí mismos en este personalismo y usar lo que los rodea para fomentarlo tienen mucha cancha para correr en el mundo futuro. Podrán construir una arquitectura vital que una la libertad y el respeto por la diversidad con el cariño grupal y las relaciones que los harán crecer. La oportunidad está ahí.

La mente del futuro

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