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1.5. Ética y política: algo más que una etapa

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En 1980 concluye Tugendhat su «retiro» de Starnberg y vuelve a dar clases, en la Universidad Libre de Berlín, hasta su jubilación, que tendrá lugar en 1992. Es la última década de la Guerra Fría y sus escritos se proyectan en tres apartados diferentes. El primer apartado, bastante discontinuo, son los trabajos que recogen la temática analítica de la etapa anterior. Destaca la Propedéutica lógico-semántica, un libro sencillo y claro –«caído del cielo», me dijo una vez– que resume muchos resultados de su periplo filosófico anterior, escrito en colaboración con su discípula Ursula Wolf.

El segundo apartado, más absorbente, es el compromiso político que Tugendhat asume como filósofo y como ciudadano en distintos órdenes, a medida que la política se convierte para él en la cuestión «más importante». A partir de la revolución estudiantil, Tugendhat es un intelectual radical de izquierda que ejerce como tal, especialmente agresivo con el círculo «conservador» de Ritter y Spaemann, en cuya órbita anduvo algún tiempo antes de Heildelberg, y con el comunitarismo de MacIntyre, Taylor y Sandel, que también tacha de conservador.33 Lamentando su modo de filosofar anterior, tan «abstracto», Tugendhat dirige ahora seminarios de ética política o participa activamente en los que organiza Ursula Wolf sobre, por ejemplo, los «derechos de los animales». Años después reconocerá que, en este tiempo (sobre todo entre 1983 y 1986), su trabajo filosófico se resintió –«me extravié totalmente»– y que impartió pocas Vorlesungen de calidad.

Pero eran los años ochenta y era Berlín. Dos son las causas políticas que estallaron allí entonces, reclamando el compromiso político e intelectual de nuestro autor. La primera, la de los refugiados. A resultas de la Guerra Mundial y de la división de Alemania, la República Federal se definió simbólicamente como la patria del asilo político, en espera de la reunificación. No estaba previsto, sin embargo, que la institución del asilo la aprovecharan emigrantes turcos o árabes, y una ley de 1984 terminó en la práctica con ella. Tugendhat protesta enérgicamente contra la expulsión de minorías kurdas y libanesas, llegando incluso a formar parte del comité ejecutivo de una sociedad en defensa de los pueblos amenazados. Es en relación con los derechos de las minorías étnicas como reelabora su conciencia de ser judío, no tanto como un ingrediente de su biografía personal, sino como el elemento central de una identidad pública que puede así esgrimir polémicamente frente a las políticas del Estado judío y de la Alemania occidental. Su persistente enmienda a la totalidad del sionismo israelí le llevará, años después, a donar su cuantioso premio Meister Eckhart a una escuela palestina. Sus relaciones simbólicas con Alemania fueron, en cambio, más ondulantes. En los años ochenta, se enfrenta a la tristemente renovada «xenofobia» alemana, dice, con un tono tan provocador que su próxima mudanza a Chile, al acercarse su jubilación, la presenta como un acto de contenido político.34

La segunda causa política en la que Tugendhat milita en esos años es el movimiento pacificista, fuertemente reactivado cuando Estados Unidos decide instalar misiles nucleares en suelo alemán. Los trabajos que publica sobre el tema en los cuatro años siguientes llegan a componer el singular libro Reflexiones sobre el peligro de guerra nuclear y por qué no se le ve35 (Nachdenken, 19882), más de cien páginas de «pintura negra» que merecen respeto intelectual y moral. Más allá de la retórica fácil, Tugendhat argumenta que el eslogan «Antes muerto que rojo» (lieber tot als rot) es más irracional que su contrario; distingue entre el pacifismo absoluto y el pacifismo nuclear, el pacifismo sentimental y el pacifismo moral; o reconstruye un razonamiento matemático probabilístico que demuestra contundentemente que la política del rearme no puede –no podía– sostenerse por un tiempo indefinido [5.4].

No obstante la intensidad de sus compromisos políticos, el tercer grupo de escritos de estos años representa la principal contribución filosófica del autor en esta etapa y la más conocida. Se trata de una cascada de trabajos dedicados a la ética, unos treinta artículos especializados y cinco libros. En la cálida acogida que la crítica dispensó al primero de ellos, Problemas de la ética (1984), influyó la brillantez de los dos grandes libros analíticos del autor, pero sobre todo la novedosa frescura con que planteaba la cuestión central de los fundamentos de la ética. Y acaso también el hecho, bastante insólito, de que un primer intento de fundamentación, relacionado con la filosofía del lenguaje (las «Tres lecciones de ética» de 1981), se publicara al mismo tiempo que las «Retractaciones» (1983) con que el autor respondía a las objeciones de U. Wolf. Esta probada tendencia autocrítica del autor, que contiene dosis importantes de honestidad intelectual, en adelante ya no dará pie a ningún cambio de rumbo espectacular, sino solo a migraciones «interiores», dentro del mismo campo de problemas y de enfoques de filosofía moral.

Tugendhat se jubila al terminar el semestre de invierno de 1991-1992. Por razones estrictamente personales, deja con gusto Alemania y regresa a Hispanoamérica, consciente de que allí volverá a ser extranjero. Antes de partir, recopila en dos libros de 1992 casi todos sus artículos dispersos: Ethik und Politik (recientemente traducido como Un judío en Alemania), que es una breve recopilación de posicionamientos públicos, y Philosophische Aufsätze, que es un libro grande en todos los sentidos. Ya en Chile, concluirá poco después sus Lecciones de ética, tercer intento de fundamentación de la moral, el más extenso con diferencia. Recién publicado, el autor se percata de la inviabilidad de su «concepto plausible de moral»36 y compone Diálogo en Leticia, un penúltimo intento de «rendir la fortaleza» que es, al mismo tiempo, un esfuerzo de autocomprensión y balance de la propia filosofía moral.37

Tugendhat reconoce que sus «diferentes ensayos sobre el problema de la moral y su justificación pueden parecer suficientemente desconcertantes para el lector».38 No hay que verlos, sin embargo, como una serie reiterada de «borrón y cuenta nueva». Por más que «rara vez se llega en filosofía a una posición que pueda pretender ser definitiva»39 y que incluso en algunos artículos reconozca el autor incertidumbres y excesos, la dirección en la que se ha movido resulta suficientemente clara. Es posible reconstruirla o articular sus distintos peldaños sustrayéndose al desconcierto que provoca la sucesión de retractaciones, las cuales, en Tugendhat, representan un género literario e intelectual tan filosófico como el de las lecciones, pero menos agradecido.

Con la jubilación, no solo muda de residencia, cambian también otras cosas. Por un lado, crece la necesidad de un balance filosófico personal. Por otro, el estilo literario deja de ser perfeccionista y muestra cierta informalidad o desaliño, como si el autor se viera repentinamente libre de la presión académica y pasara a concentrarse en decir con cierta urgencia y concisión lo que quiere decir, sin fijarse en el trabajo de otros filósofos más que allí donde ello contribuya a mejorar el propio camino.

La pregunta más humana de Ernst Tugendhat

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