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5.3. Escritos antimaniqueos previos a las Confesiones

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Buena parte de la producción intelectual de Agustín a partir de entonces y hasta la composición de las Confesiones se dedica a combatir el maniqueísmo y parte de su interés por la búsqueda de la verdad, al que consagró su vida 50 . Por un lado, el tagastense sentía la necesidad de compensar su anterior activismo promaniqueo enderezando las conversiones que promovió. Alipio y Nebridio, que convivían en estrecho contacto personal con Agustín, le acompañaron en su conversión —casi simultánea en el caso de Alipio— y en su camino hasta el bautismo. Pero éste no fue el caso de otros amigos, como los citados Honorato y Romaniano. Por otro lado, tras regresar a África, el proselitismo maniqueo, muy extendido en todas las capas sociales e incluso en zonas rurales 51 , se le presentaba como el mayor peligro para la iglesia cristiana. Agustín verá incrementado este temor cuando sea investido presbítero y después obispo. Y es que el envoltorio racionalista, filosófico y científico de la oratoria maniquea seducía por igual a poderosos y a humildes, a cristianos y a paganos, a las mentes sencillas y a las elites intelectuales.

Un escueto análisis del propósito, los destinatarios y el contenido de dichos ilustrará mejor el mensaje, el contenido y la intención de las Confesiones, anticipadas ya de algún modo en los escritos de Casiciaco, como se ha visto. Agustín pretende ante todo lanzar un mensaje de alarma a los prosélitos maniqueos —tanto a los que tan sólo simpatizan con ellos como a los que han entrado a formar parte del nivel de auditores—, que considera embaucados, y así evitar que irradien esas falsas esperanzas en su esfera de influencia social. Así separa entre el herético, que produce o sigue falsas y nuevas creencias para alcanzar algún provecho temporal, y en especial la fama y el liderazgo y el que le cree, engañado por una especie de representación de verdad y piedad 52 . Ello explica que todos esos tratados profundicen en la defensa de la validez de las Escrituras, en especial del Antiguo Testamento, y en el papel fundamental de la fe en la salvación de las mentes más sencillas.

La fe, entendida como credibilidad prestada a una fuente de reconocida autoridad, es para Agustín un elemento imprescindible en la comunicación humana y no implica, en principio, una merma en la recepción de la verdad. Aunque las mentes aplicadas a una ardua búsqueda pueden alcanzar la verdad tras largos rodeos, ésta es accesible a todos en la Escritura. De este planteamiento global parten los restantes elementos de la controversia, como la crítica del dualismo maniqueo, la defensa de la bondad de la creación y de la omnipotencia de Dios o el estatuto del ser humano, entre otros, que Agustín irá desgranando y confluirán en las Confesiones.

Esta serie de obras la abre Las costumbres de la Iglesia y las de los maniqueos, comenzada en el 387, todavía en Roma antes de que Agustín zarpase hacia África, donde la concluyó en el 389. Los destinatarios son eminentemente maniqueos. En las dos obras inmediatamente posteriores, Utilidad de la fe y La verdadera religión , datadas en el 391 y el 390 respectivamente, se dirige a una clase letrada con inquietudes afines a las del joven Agustín y que había optado por el modelo maniqueo de continencia. La segunda está dedicada a Romaniano, del que se espera una conversión que sirva de modelo a su círculo de influencia, pues, tal como declara en Conf. VIII 4, 9 a propósito de la conversión de Victorino, «el enemigo es más vencido en la persona que éste más posee y desde la que posee a muchos más». En el prólogo del Comentario al Génesis en réplica a los maniqueos, datado en el 389, reconoce Agustín la necesidad de atender también a los menos letrados, que no por ello dejaban de recibir el influjo maniqueo pero que, como chiquillos en la fe, estaban más indefensos. Concebido, sin duda, para proporcionar un instrumento a los clérigos cristianos en la predicación, el impacto de dicho Comentario no debió alcanzar la popularidad y efectismo de la propaganda maniquea. Por ello Agustín, que destacaba ya por los citados escritos, fue presionado por sus fieles para que sostuviese un debate abierto con el presbítero maniqueo Fortunato, que a su vez accedió a las demandas de los numerosos seguidores que había reclutado en Hipona. El debate, recogido y transmitido como Actas del debate contra el maniqueo Fortunato, se celebró en los baños de Sosio en presencia del público. Fortunato, tras el acoso argumental a que fue sometido por el antiguo rétor con la cuestión de la omnipotencia de Dios frente al mal, hubo de retirarse del debate con la excusa de consultar la cuestión con sus superiores, pero huyó de Hipona para no regresar.

Es esta línea de actuación cabe incluir el tratado Contra Adimanto, datado en el 394. Con él se pretende contradecir unas Disputationes de Adimanto (llamado Adda en otras fuentes), célebre misionero maniqueo y gran conocedor de la Biblia que, a ejemplo de Marción, había reunido una serie de citas del Antiguo y del Nuevo Testamento para, una vez contrastadas, demostrar su incoherencia y hacer un retrato negativo de la figura de Dios y los profetas en el Pentateuco. Por último, en los años inmediatos a la redacción de las Confesiones cabe destacar un tratado en el que Agustín pasa a atacar el dogma maniqueo desarrollado en una obra que sus fieles habían interceptado y habían puesto en sus manos. Se trataba de un escrito salido probablemente de la pluma de Mani. Contra él escribe Agustín entre el 396 y el 397 su Réplica a la carta de Mani llamada «Del fundamento». El propósito inicial era refutar punto por punto el contenido de esta carta, dirigida a un tal Paticio 53 , en la que resumía los puntos esenciales del maniqueísmo y funcionaba como catecismo elemental, muy extendido en Egipto y África 54 . No obstante, la obra conservada sólo rebate la parte inicial de esa carta, especialmente la presentación de Mani como apóstol de Jesucristo y Paráclito, y es posible que reservase la culminación de esa tarea para otra obra que no llegó a escribir o en una de un carácter diferente, como son las Confesiones, pues parecen beneficiarse del nuevo conocimiento adquirido. Además, como estrategia comunicativa para cautivar la atención del lector maniqueo y operar su conversión, Agustín avisa en el prólogo de que no recurrirá a la disputa, la rivalidad y el acoso. Esta indulgencia hacia el lector maniqueo se aprecia en que no le acusa de maldad sino de imprudencia, por lo que prevalecerá (1, 1) «el manso consuelo, el consejo benévolo y el debate cordial». Estamos ya en la pista hacia las Confesiones.

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