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3. EL TÍTULO DE «CONFESIONES»

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Efectivamente, el título Confesiones puede desorientar al lector tanto por las características del concepto agustiniano del término como por aparecer en plural. P. Courcelle 20 descubre en él tres significados simultáneamente combinados: confesión de la fe, confesión de los pecados y confesión de alabanza. Los tres están íntimamente relacionados, pues si se reconoce la fe alcanzada tras muchos extravíos es al mismo tiempo necesario hacer un balance de las faltas cometidas e incluir la alabanza de la misericordia divina que ha guiado ese proceso de conversión entendida como «vuelta» o «retorno» a la divinidad. Analizando cada uno de esos significados en el contexto antiguo y cristiano, la confesión de los pecados con el objetivo de recuperar el apoyo divino y liberar al confesor de su desgracia es un elemento común de las religiones del Próximo Oriente Antiguo, de donde bebe el judaísmo, que poseía tanto ritos de confesión periódica e individual como de expiación general y pública en la festividad anual de Yom Kippur. Respecto al cristianismo primitivo, heredero del judaísmo, quedan testimonios de confesión referidos a determinados actos públicos. Uno de ellos consiste en la confesión de los pecados delante de la comunidad antes de recibir el bautismo, pues éste suponía un cambio radical en el modo de vida, ya que a partir de entonces no se comprendía la vuelta al pecado 21 . Una vez recibido el bautismo, podía darse otra forma de confesión pública en el arrepentimiento del pecador manifiesto 22 . No obstante, hay que esperar hasta el siglo VIII para que se desarrolle una forma de confesión individual, privada y periódica, con origen en la vida monástica 23 , práctica que acabará sancionada en el IV Concilio de Letrán de 1215-1216 como obligación para todos los creyentes. A este respecto, Antonio el eremita recomendaba poner por escrito los pecados personales para que la vergüenza y el arrepentimiento aumentasen ante los ojos de los hermanos 24 . En el maniqueísmo, heredero de estas dos últimas religiones, la confesión cobraba gran importancia al articularse su culto en torno a hombres y mujeres santos llamados «elegidos». Modelo de pureza y perfección y reflejo de una teología dualista, éstos debían mantener la parte de la luz depositada en ellos en constante alerta frente a las asechanzas del cuerpo tenebroso que la aprisiona mediante un análisis periódico en forma de confesión. Lo mismo sucedía entre los «oyentes», que aspiraban a imitar el ejemplo de los «elegidos» pero no contaban con las fuerzas necesarias 25 . La confesión tenía lugar todos los lunes, si bien había una confesión y perdón generales durante la festividad anual del Bema , que conmemoraba el martirio de Mani y la transmisión a la humanidad de su revelación salvadora en forma escrita 26 . Incluso durante la cena de los «elegidos», rito que unía a la comunidad, se procedía a la «disculpa ante el pan», de modo que fuese ingerido sin falta por esos hombres santos 27 , ya que no podían arrancar frutos ni ejercer sobre ellos ninguna acción que maltratase las partículas de luz divina que contenían.

El carácter eminentemente público de la confesión en la Antigüedad explica que, según J. Ratzinger 28 , el término confessio haya sido tomado del ámbito judicial y referido a una declaración de culpabilidad entendida como contra se pronuntiatio. A su vez, esta noción inicialmente negativa adquiere en las épocas en que el cristianismo era perseguido un nuevo componente positivo en la osadía de quien se declara culpable de profesar la fe cristiana. Semejante desafío al sistema acaba siendo asociado al martirio, del que constituye la primera fase. De ahí, por ejemplo, las loas que Paulino de Nola, coetáneo y amigo de Agustín, dedica a san Félix en el aniversario de su muerte por el mérito de ser confesor de la fe y sufrir por ello persecución. A partir de entonces, por una reorientación semántica, confessio pasó a significar también una declaración pública de fe.

Por último, la noción de confessio como acción de gracias y alabanza tiene raíces bíblicas y es fruto de la expresión lírica contenida en los Salmos. Esta noción es, sin lugar a dudas, la que describe y más se ajusta a estas Confesiones. Por otra parte, la alabanza se convierte en sacrificio y ofrenda. Ante los lectores se ofrenda el sacrificio de la alabanza que representa la vida y la conciencia de Agustín que, por usar sus mismas metáforas, tras haber estado durante mucho tiempo extraviado en la región de desemejanza y apresado en el visco maniqueo cual hijo pródigo, retornó a luz, se hizo vaso para la ofrenda y se aplicó a irradiar la Verdad, a ser lucero del lucero.

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