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6.7. Estructura de las Confesiones

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Esta clave alegórica ofrece también una pista para comprender la controvertida estructura de las Confesiones y el valor simbólico del número tan extraño de libros, único en la literatura latina —trece— que las componen. A nuestro juicio, esta pista ha pasado desapercibida en las numerosas propuestas de interpretación 104 por no atender al conjunto de la obra, sobre la que durante muchos años ha pesado el juicio de grandes estudiosos que concebían su origen como un núcleo autobiográfico que habría ido creciendo con distintos añadidos 105 , cuando no se duda sin más de la maestría compositiva del antiguo rétor Agustín 106 . A simple vista y tal como reconocía Agustín en el citado pasaje de Las revisiones II 6, en las Confesiones se dibujan dos partes muy marcadas: los libros I-X por un lado y los libros XI-XIII por otro, que hacen verosímil considerar su estructura como 10 + 3. Para comprender esta división resulta interesante la comparación con el citado Asno de oro, articulado en once libros que, en la interpretación de S. Heller 107 , corresponden respectivamente al plano humano y al divino (11 = 10 + 1). En el caso de Agustín este último plano se escinde en trinidad divina. Con esta división pretendía Apuleyo resaltar el dualismo platónico y se servía de la numerología pitagórica según la cual el diez equivale al mundo —materia ordenada o kósmos — que deriva del Uno, principio divino, mediante un patrón derivativo cuaternario denominado tetractýs. En efecto, de la mónada, totalidad ilimitada —ápeiron — sin comienzo ni fin, deriva la díada, primer número par, y la tríada, primer número impar, que ya disponen de límite, a diferencia de la mónada; el número cuaternario deriva de los anteriores como una proporción perfecta de la tríada en cuanto que la suma de los extremos (1 + 3) es el número que le sigue, que es el mismo que el doble del medio (2 + 2). Por otra parte, el número cuaternario es el primer número par total por tener, a diferencia de la díada, comienzo, mitad y final. A su vez, de la suma de los componentes del número cuaternario (1 + 2 + 3 + 4) se obtiene la década, que supone un retorno a la mónada (10 =1 + 0 = 1).

Agustín deja constancia a lo largo de su obra de que conocía y aplicaba esta doctrina pitagórica, especialmente en su tratado Sobre la música, en realidad una disquisición sobre el ritmo y la proporción cuyo libro inicial se cierra con una detallada exposición de las proporciones y cualidades de la tetractýs (párrafos 20-26) que han servido de base a la explicación precedente 108 . Estas consideraciones legitiman la aplicación del esquema 10 + 3 a las Confesiones, validado ya por los tres últimos libros, dedicados a Dios como creador (libro XI), al Cielo del Cielo y a la exégesis de la Palabra divina (libro XII), al Espíritu que llama a la creación para que retorne a su origen (libro XIII), y todo ello en relación con el alma, creación espiritual caída en el tiempo pero que puede retornar a la contemplación de la Verdad con la ayuda del Espíritu.

También lo corrobora el análisis de los diez primeros libros, en los que la tetractýs se acomoda a los estadios de la vida narrada por Agustín: en el libro I narra su primera infancia y su niñez; los dos libros siguientes (II y III) se abren con el estallido de la pubertad (el comienzo de la adulescentia) y los tres siguientes (IV, V, VI) se dedican a su juventud (el final de dicha adulescentia que en Roma llegaba aproximadamente a los 28 años 109 ), que engloba también los nueve años que pasó como auditor maniqueo. Los cuatro libros restantes, una vez muerta ya su juventud mala e incalificable 110 , se dedican a la narración de su madurez (la iuuentus, que abarcaba la treintena y la cuarentena), momento en que el evolucionismo aristotélico veía plenamente alcanzadas las potencialidades humanas, y que coincide con la redacción de la obra. Por otra parte, a este esquema en la evolución biológica se acopla, como se ya se ha dicho, otro de tipo espiritual emanado de la interpretación alegórica del relato de los días de la creación. A este respecto, y para no incidir en lo ya dicho, nos remitimos al ilustrativo texto del Comentario al Génesis en réplica a los maniqueos 25, 43 en donde, tras aplicar el esquema de los siete días a la historia mundial, lo aplica a las edades del hombre.

Efectivamente, el primer libro narra cómo fue educado en la fe el pequeño Agustín, aunque sin recibir el bautismo. El contraste entre la carnalidad del libro II —el despertar de su sexualidad y el robo de las peras— y el libro III —la apasionada lectura del Hortensio y el desprecio de lo material— parece también corresponderse con la alegoría del segundo día. La evolución espiritual de los libros IV al VI, que culmina en el magisterio de Ambrosio y en el deseo de fundar una comunidad monástica que fracasa ante la incapacidad de renunciar a la sexualidad parece ser un ejemplo de la máxima bíblica que ejemplifica el tercer día. ¿Y qué decir de los libros VII, VIII y IX en que van siendo sucesivamente convertidos el intelecto, la voluntad y el corazón de Agustín cuya alma hace balance de resultados «a día de hoy» en el libro X? Las obras que corresponden al quinto se ven plasmadas en la labor de praedicator, en el hecho mismo de que Agustín haga ofrenda de estas Confesiones.

En una plasmación gráfica de la estructura tetráctica de los diez primeros libros y su compenetración con los tres restantes (fig. II ), se aprecia por una parte el vínculo cíclico que une los libros I y X en el empleo de la memoria, usada en un caso para reconstruir sus primeros años y en otro para descubrir la huella que dejó en ella la divinidad; por otra parte resalta el carácter culminante del libro VII, justo medio de los trece 111 , en cuyo centro se describe el alumbramiento del hombre nuevo (VII 7, 11), la primera contemplación de la Verdad (VII 9, 13) y un canto de alabanza por la bondad de la creación (VII 13, 19). Todo lo que sigue a este momento sería un mero corolario. También se observa, dentro de los diez primeros libros, la posición central del libro V, que narra el viaje a Roma y posteriormente a Milán, donde gracias a la predicación de Ambrosio se operará la conversión 112 . Como observa F. J. Crosson 113 , dicho libro actúa como punto de unión de los dos grandes escenarios del relato, África e Italia, y paso de personajes anónimos a dotados de nombre. En torno a este libro R. Martin 114 ha descubierto una organización concéntrica de los nueve primeros libros mediante correspondencias temáticas que recuerdan las que tejen la estructura de las diez Églogas de Virgilio. Así el bautismo aplazado en el libro I se hace efectivo en el IX, al tiempo que el nacimiento de Agustín contrasta con la muerte de Mónica. Las faltas morales narradas en el libro II se compensan con la conversión moral en el VIII: podríamos añadir también la presencia de un peral en el inicio de la vida de pecado y el abandono de la misma a la sombra de la higuera. Al mismo tiempo, la pasión despertada por la verdad en el libro III es saciada en el VII. Por último, los libros IV y VI estarían unidos por el tema de la amistad con el contraste entre el efímero apego que unía a Agustín con un amigo innombrado y fallecido prematuramente y la amistad en Dios que comparte con Alipio y Nebridio. Finalmente se puede apreciar cómo el mundo sensible que representa la década está sostenido por la triple acción divina que lo envuelve, siendo la llamada del Espíritu y la mediación de la Palabra el medio en que la creación, y con ella el ser humano, vuelve su mirada al Creador.


Figura II

Vista así la estructura de la obra, faltan por descubrir los elementos que unan las dos partes de la estructura 10 + 3. Ése es el papel del libro X, centrado en el corazón que, como la serie numérica, ha retornado de su dispersión a su unidad inicial y se ha abierto a la trinidad divina. Y es que si se atiende al análisis del tiempo realizado en el libro XI, el libro X aparece como un momento presente en tránsito desde el pasado (libros I-IX) hacia el futuro que espera al alma en la contemplación eterna de la divinidad (libros XI-XIII). Por otro lado, ya se ha comentado el papel que tienen determinadas sentencias bíblicas en la cohesión de toda la obra, pero resulta enormemente reveladora la presencia de elementos del prólogo que abre el libro I en el prólogo del libro XI. Concretamente se trata de Apocalipsis 15, 3-4, grande eres, Señor, y sobremanera loable , el canto que los justos, en su séptimo día, tributan con sus cítaras a la bondad del Creador 115 . Que la obra termine uniendo la aspiración de gozar del sábado eterno y el versículo de Mateo 7, 7, es altamente significativa.

Como se aprecia, esta estructura numérica es eminentemente musical en los términos antiguos y se suma al lirismo sálmico. La estructura armónica y musical de la creación, inmensa partitura que el creador eterno desarrolla en modo, medida y orden dentro del tiempo (XI 17, 35) se reproduce también a nivel humano. Retomando la imagen de la lira con que Agustín pretendía arrancar del lector la confesión y la alabanza, el corazón de los diez primeros libros se presentaría como el salterio de diez cuerdas del Salmo 91, 4. A modo de plectro triangular, la trinidad divina lo tañería con su canto: Creador, Espíritu —Spiritus, esto es, «soplo»— y Palabra.

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