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6.2. Modelos literarios de Agustín

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Todos estos rasgos aparecen de alguna u otra manera en las Confesiones y permiten considerarlas un protréptico cristiano. En efecto, por citar sólo lo más llamativo, el tópico de los dos caminos se halla implícito en la parábola del hijo pródigo, auténtico hilo conductor del relato autobiográfico, que se complementa con la parábola de la dracma perdida y luego encontrada y la muerte del hombre viejo renacido en el hombre nuevo 66 , variante del paso del sueño a la vigilia. En lo que respecta a otros elementos protrépticos, ya en las primeras páginas hay una contraposición de modelos, de reacciones y el germen de la futura evolución personal. Así en el libro I, cuando Agustín critica la educación recibida de niño, un niño de «grandes esperanzas», todo el mundo le exhortaba y acuciaba para que siguiese sus estudios hasta alcanzar unos objetivos mundanos que después habrían de tornarse falsos. También es significativo que el «vamos, hagámoslo» que precede al robo de las peras en II 9, 17 —narración alegórica, recordémoslo, de su caída en el maniqueísmo— se convierta en el súbito «vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano» de la conversión de Mario Victorino en VIII 2, 4. Ésta es, por otra parte, una de las historias de conversión narradas en el libro VIII que, juntas, consiguen encender la de Agustín, que, a su vez, instantes después prende la llama de la de Alipio. Es más, en el momento crucial del relato, mientras Agustín escuchaba el «toma, lee» se decía a sí mismo el «mañana, mañana» (cras et cras) tomado de la quinta sátira que Persio dirigía contra los discípulos de filósofos que no se atrevían a cruzar el umbral de la metánoia. A partir de ese momento de la narración de Confesiones, en especial en los tres últimos libros, aparece el segundo componente del género, la refutación, aplicada a la antropología y la cosmología maniqueas.

De entre todos los representantes del género protréptico, el que ejerció una influencia constatada en el joven Agustín fue el citado Hortensio, modelado según todas las evidencias según la mencionada obra de Aristóteles. El estagirita animaba al lector al ejercicio de la filosofía como medio de alcanzar la sabiduría, labor que constituía la auténtica felicidad y, a la zaga de Sócrates en su famosa apología, concluía que una vida sin autoanálisis no tenía sentido 67 . Cicerón, por su parte, llamaba a despegarse de lo mundano, efímero y transitorio, y adherirse a los bienes eternos e inmutables. Las huellas de esa lectura se dejan notar en los escritos de Casiciaco, pues Agustín se sirve de ella para convencer a sus jóvenes discípulos Licencio y Trigecio 68 y para configurar su Contra los académicos, reconocido protréptico. También son intensas en estas Confesiones. En este sentido resulta significativa la secuencia narrativa de los libros III y IV: la descripción del enorme dolor sentido por la muerte de su anónimo amigo de juventud sigue al relato de cómo el protréptico ciceroniano le inflamó para buscar la sabiduría y lo eterno. Aunque en secuencia inversa, las coincidencias con las circunstancias vitales en que Cicerón, afligido por la muerte de su querida hija Tulia, intentó consolarse escribiendo su Hortensio son altamente significativas.

Aparte del Hortensio pueden aducirse otras obras, protrépticas o no, que ejercieron su influencia en la concepción de las Confesiones. En muchas de ellas el componente autobiográfico es notable y se presentaron a P. Courcelle 69 como jalones en la evolución de la autobiografía, aunque es posible descubrir en ellas una intención protréptica, puesto que ofrecen la vida misma del autor como modelo de búsqueda de la verdad y de conversión. Como modelo de búsqueda de la verdad y haciendo un recuento diacrónico cabe comenzar por la autobiografía de Sócrates en su Apología y en el Fedón, que Agustín seguramente conocía en la traducción latina de Apuleyo 70 . Sin dejar este último autor, ya se ha comentado la más que probable influencia en Confesiones de su Asno de oro, cuyo carácter autobiográfico reconocía el propio Agustín 71 . Aunque Apuleyo toma como base un relato que transmite también Luciano de Samósata en su obra Lucio o el asno —esto es, el mundo criticado por un esclavo en la figura de asno— el revestimiento festivo y carnavalesco deja traslucir el relato de una evolución y conversión espiritual, de cómo el autor se disipó en las cosas del mundo cambiante y se ató a las pasiones, pasando a ser una bestia de carga, y cómo Isis, tras ser invocada, le permitió regresar de la región de desemejanza. Al igual que las Confesiones, es también relato de muerte y resurrección, del renacimiento del hombre viejo en el hombre nuevo, y un ejemplo de la gracia divina hacia quien buscó el conocimiento del Uno por la fuerza de la magia. Por otro lado, el empleo literario de la alegoría —concretamente en el relato de Psique y Cupido, verdadera clave interpretativa de la obra— es otro elemento que parece compartir Agustín en las citadas anécdotas referidas a Alipio e insertadas en el interior de Confesiones.

Pasando a la literatura cristiana, el motivo de la búsqueda de la verdad aparece cristianizado en el Diálogo con Trifón y en las Recognitiones del Seudo-Clemente, traducidas al latín por Rufino. Aunque no pueda constatarse que Agustín los leyese en griego, resultan llamativas las coincidencias de Confesiones con el citado Diálogo en que Justino narra su periplo intelectual por diversas escuelas (estoicos, peripatéticos, pitagóricos) hasta dar con los platónicos; también relata el diálogo que mantuvo con un anciano, personificación de la sabiduría cristiana, que le disuadió del platonismo y le presentó el cristianismo como la auténtica filosofía, tras lo cual se operó la conversión en un entorno semejante a la de Agustín. Más cercano y de más probable influencia es Hilario de Poitiers, que en el prólogo de La Trinidad, destinada a refutar el dogma arriano, narra cómo buscó la verdad en la filosofía hasta dar casualmente con la Biblia y obtener por gracia divina el don del entendimiento.

Como modelos de conversión aparece la de Pablo de Tarso en Hechos de los Apóstoles 9, 1-19, que, al igual que Agustín, pasó de perseguidor a predicador del cristianismo, una vez bautizado 72 . Pero es especialmente significativa la conversión de Cipriano de Cartago en su Carta a Donato. La angustia de su alma en búsqueda de la luz encontró reposo en la conversión que, como la de Agustín, se opera en la época de las vacaciones de vendimia y en un jardín. Incluye Cipriano también la confesión de los pecados pasados. Éste es el objetivo principal de la Confesión de Cipriano de Antioquía 73 , confundido con el anterior en Occidente, donde alcanzó gran difusión a fines del siglo IV. Allí el antioqueno se arrepiente ante el obispo —de quien espera recibir el bautismo— de su vida pasada como iniciado en varios cultos mistéricos y practicante de la magia hasta que la virgen Justina le opusiera el poder del signo de la cruz y así se operara la conversión.

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