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¿Quién ensalza a las mujeres y por qué? Boccaccio, Christine de Pizan, Rodríguez del Padrón y Henri Cornelius Agrippa

Eukene Lacarra Lanz

Universidad del País Vasco (UPV/EHU)

Desde la antigüedad clásica se escriben catálogos de mujeres ilustres como, el Mulierum virtutes que compiló Plutarco. Presentaban a reinas, diosas, y otras grandes mujeres de la antigüedad clásica, que habían ganado guerras, gobernado grandes reinos, fundado ciudades, o destacado en las artes, en las letras o en la jurisprudencia. Su éxito los ha traído hasta la actualidad, aunque hoy en día son más frecuentes los rankings, o los catálogos o listas de mujeres ilustres, en distintas áreas de especialización. En general, estos catálogos ilustran los cambios y transformaciones de los modelos de feminidad y su objetivo es mostrar que hoy en día las mujeres pueden estar a la misma altura que los grandes hombres.1 Un buen ejemplo es el catálogo de Mujeres matemáticas que se publicó en Valencia en 2007. La lista se inicia con dos mujeres de la Grecia antigua, Teano de Crotona (VI a. d. C.), a la que se le atribuyen tratados de matemáticas, medicina y física, e Hipatia de Alejandría (370 d. C.), matemática, filosofa y astrónoma y termina con Emma Castelnuovo, romana que nació en 1913 y murió con casi 101 años en abril de 2014.2

En la Edad Media la literatura dedicada a la alabanza y educación de las mujeres tuvo mucho éxito, y los objetivos de los autores fueron diversos. En las páginas que siguen voy presentar a cuatro autores que escribieron entre los siglos XIV y XVI en cuyas obras se pueden rastrear los objetivos que llevaron a escribir sobre este tema.

Empiezo muy brevemente con Durand de Champagne, pero me centraré en Giovanni Boccaccio, Christine de Pizan, Juan Rodríguez del Padrón y finalmente Cornelius Agrippa de Nettesheim. Mi interés por el franciscano Durand de Champagne se reduce a que el carácter moralizante de su obra Speculum dominarum, escrita a fines del siglo XIII y dedicada a la reina Juana de Navarra, tuvo un éxito considerable a lo largo del siglo XV. Su objetivo era que las mujeres vivieran una vida virtuosa, por lo que su obra tiene un carácter moralista.3 Sus numerosos seguidores promueven la conducta moral de las damas.

El objetivo moralizante del Speculum dominarum contrasta con el objetivo del De Mulieribus Claris de Boccaccio. Boccaccio no escribe para la salvación del alma ni para el bien común. Considera que es una obra menor, libellum, que agradará a sus amigos, ac amicorum solatium, y que para las mujeres será una lectura recreativa e instructiva.4 Dedica su obra a la condesa de Alta Villa, Andrea de Acchiarolis, a quien le asegura, no sin cierta ironía, que alcanzará fama eterna si la lee con atención y aprende de las grandes e ilustres mujeres griegas y romanas:

Será este servicio, que os fará conoscida ser, no sólo en muchos lugares más por muchos estrangeros que hoy viven y ahun después, y fasta en los que vernán vos conservará por fama immortal y gloriosa memoria. Enxalce Dios Nuestro Señor vuestra esclarescida persona y estado.5

Boccaccio señala que la razón por la que ofrece su obra a la condesa de Alta Villa no es porque haya realizado grandes hazañas, sino por su gran honestidad y castidad. Sin embargo, es evidente que no es lectura para mujeres sino para hombres, como explica sin rodeos la segunda razón por la que lo dedicó a Andrea:

Lo que naturaleza al flaco y femenil sexo negó, Dios Nuestro Señor con su dadivosa liberalidad y con arreo de maravillosas virtudes en vos lo suplió, y tan cumplidamente que fasta por vuestro nombre lo quiso demostrar (ca los griegos llaman andros a lo que los latinos llamamos hombres , assí que Andrea nos significa manifiestamente que hay en vos varonidad y virtud más varonil que de dama.6

Christine de Pizan escribe dos libros sobre las mujeres, pero sus objetivos son muy distintos a los de Boccaccio. Su decisión de escribir sobre las mujeres tiene que ver con el duro debate que sobre el Roman de la rose de Jean de Meun mantuvieron de 1401 a 1402 Christine de Pizan, camarera de la reina y primera mujer escritora de Francia, y Jean Gerson, canciller de la Sorbonne, contra Jean de Monstreuil, secretario del rey y el primer humanista de Francia y los hermanos Pierre y Gontier Col, ambos secretarios de la chancillería real. En este dilatado debate que duró dos años se intercambiaron numerosas epístolas. En la pública controversia solo Gerson se le unió a Christine, mientras que en el otro bando, además de los ya mencionados rondaban otros intelectuales, como se deduce del desafío que Christine lanzó a Jean de Montreuil y a Gontier Col para que confirmaran la existencia de sus cómplices.7 Al final del debate Christina reunió toda la documentación y se la envió a la reina en forma de libro titulado Le débat sur le Romand de la rose.

En 1404, apenas tres años después de la traducción de De Mulieribus Claris,8 y dos del famoso debate, Christina escribe La Cité des dames con el objetivo de defender a las mujeres de las acusaciones injuriosas que recibían de los hombres, acusaciones que eran similares a las que Jean de Meung había vertido en su continuación de Le roman de la rose. Dedica su obra a la reina de Francia, Isabeau de Baviera, con la intención de que lidere el cambio y ayude a recobrar el honor y la dignidad de las mujeres que los hombres les niegan.

A diferencia de Boccaccio, Pizan escribe para que su obra sirva al bien común. Reflexiona sobre los muchos doctores y filósofos que hablan mal de las mujeres y no puede comprender por qué las vituperan y las juzgan aviesamente. Se pregunta si esos doctos barones tienen razón y llega a desconfiar de sus propias opiniones porque teme que sean erróneas. Para llegar a la verdad comienza a buscar en su propia experiencia y en el conocimiento que tiene de otras mujeres de muy diversa condición social y económica, mujeres con las que ha tratado y que le han confiado su intimidad y sus secretos. Sin embargo, sigue dudando ante la autoridad de estos hombres ilustres, teme que tengan razón y que ella misma, como mujer que es, sea digna de ser vilipendiada. Sus reflexiones le llevan a un estado de consternación y de desprecio de sí misma y de todo el sexo femenino. Se lamenta amargamente de su naturaleza femenina, se duele de no haber nacido varón, y de que Dios le haya dado cuerpo de mujer.

Su desesperación y llanto cambia cuando se le aparecen tres damas que llegan para consolarla. La primera de ellas, Razón, le asegura que la experiencia y el buen juicio son los mejores consejeros. Le dice que los filósofos no siempre dictaminan bien qué es lo verdadero y lo falso; le recuerda que también Aristóteles refuta a Platón en su Metafísica y que, a su vez, algunos doctores de la iglesia refutan a Aristóteles. Además, apunta que los filósofos y doctores no siempre concuerdan y lo que dicen no es artículo de fe. Por ello, Razón le aconseja que se fije en las intenciones de quienes injurian y le advierte que la experiencia muestra que la verdad es contraria a los que afirman que todo lo malo viene de las mujeres. Finalmente, le señala que muchas de las cosas que se leen en los libros son mentiras evidentes y termina concluyendo que la difamación de las mujeres siempre se vuelve contra los difamadores.

Las tres damas, Razón, Rectitud y Justicia, le explican que la divina providencia les ha encargado estar en el mundo para velar por el mantenimiento del orden de las leyes, corregir a los hombres y a las mujeres y llevarles por el buen camino. Le indican que ella ha sido la elegida para esta visita porque siempre ha amado y buscado el camino de la verdad y porque se ha dedicado al estudio. Le anuncian que la han visitado para que se de cuenta del error en el que ella misma había caído, y para que informe de la verdad a todas las mujeres, de modo que puedan defenderse de sus agresores, porque han estado mucho tiempo sin defensa, ni socorro. Insisten en que la justicia obliga a todo hombre de bien a defenderlas, aunque muchos por negligencia o por enemistad no lo hagan y las calumnien. Razón insiste que los hombres han ganado la guerra porque no se les oponía resistencia; que toda fortaleza cae rápidamente sin defensa y el enemigo puede ganar lo más injusto si no tiene adversario. Concluye que ha llegado la hora de que esta justa causa comience porque las mujeres han sufrido con paciencia y cortesía grandes insultos orales y escritos y es el momento de actuar. Las tres damas vienen para construir una ciudad en donde las mujeres virtuosas puedan gobernar y han elegido a Christine para construirla, y fortificarla. Christina acepta el reto y demuestra a través de la casuística que las mujeres son tan capaces como los hombres en todos los ámbitos.

Christina toma como fuente la obra de Boccaccio, De Mulieribus claris, pero no sus objetivos. Christina utiliza la misma herramienta que Boccaccio, la casuística, y a través de ella llega a la conclusión de que las mujeres son iguales o mejores que los hombres y deben acceder a todos los ámbitos que les han sido vedados. Para que las mujeres salgan del maltrato masculino y recobren su autoestima decide tomar la pluma otra vez. En 1405 escribe Le livre de trois vertus. Dedica su libro a Margarita de Borgoña, quien el 31 de agosto de 1404, con once años había celebrado sus esponsales con el delfín de Francia. El libro se dirige principalmente al comportamiento que deben tener las princesas y nobles, pero Pizan no olvida al resto de las mujeres y aconseja también a todas, incluso a las prostitutas. Insiste en la importancia que tiene la educación para las mujeres y les anima a aprender porque defiende su capacidad intelectual y su habilidad para llevar a cabo todo tipo de trabajos, también los considerados masculinos, y hacerlo incluso mejor que los hombres.9

Las dos obras tuvieron gran éxito, especialmente entre la nobleza. Se conocen más de 30 manuscritos en francés entre los siglos XV y XVII de La Cité des dames y 21 manuscritos de Le livre des trois vertus, solo en el siglo XV. Un buen número de ejemplares se escribieron e iluminaron en París como objetos suntuarios para los miembros de la familia real y para los duques de Borgoña. A lo largo de esos siglos al menos tres de los ejemplares de La Cité des dames estuvieron en manos de mujeres de la casa de Borgoña, para la que Pizan había servido durante la mayor parte de su vida. En el siglo XV Anne y Agnes de Borgoña (ambas hijas de Juan sin Miedo) María de Borgoña y Margarita de Austria tuvieron su ejemplar. En los siglos XVI y XVII las mujeres más poderosas de Europa fueron propietarias de uno o más ejemplares de La cité des dames y de Le libre des trois vertus. Margarita de Austria, llegó a tener tres ejemplares en su biblioteca cuando ya era Regente de los Países Bajos.10 También tuvieron ejemplares su sobrina, María, Reina de Hungría, Luisa duquesa de Saboya y regente de Francia y otras muchas damas. Por supuesto, reyes, duques y otros nobles barones también tuvieron ejemplares de las obras de Pizan y también un número no despreciable de burgueses, a juzgar por el número de manuscritos en papel conservados.11

La posesión de las obras no significa necesariamente su lectura, porque los manuscritos se compraban o se regalaban como objetos suntuarios. No obstante, Christine confiaba mucho en el éxito de sus enseñanzas y estaba segura de que su obras estarían en manos de reinas y princesas, en diversos lugares de Europa y que a través de ellas las conocerían otras mujeres y así sería difundida y publicada en muchas copias por todo el mundo: «Si la verront et orront maintes vaillans dames et femmes d’auctorité ou temps present et en cil a venir».12

En efecto, la escritora tuvo razón. Un número importante de las damas, que Christine define como «princepces et haultes dames»,13 es decir, reinas, emperatrices, princesas, duquesas, condesas y algunas otras, tuvieron ejemplares de sus obras, fueron buenas lectoras y pusieron en práctica sus doctrinas, alcanzando un poder extraordinario en su tiempo.14 Un caso singular, es el de la duquesa de Borgoña, Isabel de Portugal. Ignorada durante cinco siglos por los historiadores, ahora conocemos con detalle su activa participación en la política francesa, gracias al magnífico libro de Sommé que la ha rescatado del olvido.15 Merced a la detallada información que esta historiadora nos proporciona, se puede decir que Isabel fue una alumna aventajada de las enseñanzas de Christine de Pizan.

El éxito de Pizan con los escritores de su tiempo fue, sin embargo, escaso. Martin Le Franc incorpora a Christine entre las mujeres ilustres de su poema Champion des Dames, compuesto hacia 1440-1442;16 Jean Marot (1510) la sitúa junto a Tamar y Débora en su La vray disant advócate des dames et princesses; Jean Bouchet la menciona en su Temple de bonne renommée (1516) en el apartado titulado «Tabernacle des illustres dames».17 Estos hombres al incluirla en sus obras como una mujer ilustre más se reapropian de ella y la silencian. En mi opinión la reducen a un cameo y esta supuesta visibilidad se transforma en invisibilidad. La esconden para ningunearla, porque sus objetivos chocan con los de la escritora, y en sus obras no defienden a las damas como pretenden, sino que prefieren mantener el status quo y moldearlas a su manera. La mayor parte la ignoran completamente, quienes se describen como defensores y admiradores de las mujeres, como el poeta anónimo de Miroir aux dames (1428) les instan a que cambien sus costumbres, critican sus tocados excesivos, sus afeites, la ropa que visten etc., y les aconsejan la belleza natural, la humildad y la obediencia al marido.18 Algo similar escribe a finales del siglo XV Olivier de la Marcha, autor de Le Triomphe des Dames. Su poema a pesar del título no ensalza a las damas, sino que es una descripción moralizada del vestido y del ornamento femenino. Lo dedica a una dama innominada a quien ofrece un vestido de virtud para aparecer así ante Dios y el mundo. Cada pieza de la vestimenta simboliza una virtud. Por ejemplo, las pantuflas significan humildad, la camisa la honestidad, los guantes la caridad, etc. Le alerta de los peligros de la vanidad de las cosas del mundo y muestra cómo parecerán las mujeres en la vejez, próximas a la muerte si no mantienen el pudor y el honor debido.19

Al parecer, las obras de Pizan sobre las mujeres no se conocieron en España. Ni Rodríguez del Padrón, ni Álvaro de Luna ni Diego de Valera la citan. El primer español en nombrar La cité des dames fue Cristobal de Acosta, que la introdujo como una de las mujeres sabias en su Tratado en loor de las mujeres, publicado en Venecia en 1592.20 En España se conocía De mulieribus claris al menos desde 139321 y cuando hacia 1440 Juan Rodríguez del Padrón escribe el Triunfo de las donas y Cadira de honor esta obra de Boccaccio es una fuente importante. Se ha escrito bastante sobre el objetivo del Triunfo y se ha considerado al padronés como uno de los primeros grandes defensores de las mujeres. En mi opinión, este no es el caso, porque su objetivo es político y la dedicación es engañosa por su duplicidad, al ser el medio de que se vale para esconder lo que verdaderamente quiere manifestar a quienes sepan descifrar su intención.

Bautista, en su artículo «Nobleza y bandos en la El Triunfo de las donas y Cadira de Honor» muestra desde el punto de vista jurídico y político, que el objetivo de Rodríguez del Padrón es defender a ultranza la nobleza del linaje. Señala que en el conflicto de los bandos la reina se había posicionado frente a su marido en el bando de los nobles rebeldes y al lado de sus hermanos, el infante Enrique y el rey Juan II de Aragón. Dadas estas circunstancias, Bautista apunta la oportunidad de la dedicatoria de la Cadira a la reina y la posibilidad de que la obra fuera «un hipotético tratado de consenso».22 Serrano en su artículo «Del debate a la propaganda política mediante la querella de las mujeres en Juan Rodríguez del Padrón, Diego de Valera y Álvaro de Luna» también argumenta que la Cadira y el Triunfo se enmarcan en la actualidad política. Además, sabemos que el cardenal Juan de Cervantes, que era Arcediano de la Reina y muy cercano a Rodríguez del Padrón estaban en el bando de la reina. Todo esto confirma que el objetivo de la obra es político y que la dedicación sirve para mostrar y a la vez esconder el verdadero objetivo.

Así pues la excelencia de las mujeres que se defiende en la dedicación no es el fin en sí, sino el medio para demostrar la superioridad y excelencia de la reina María sobre el resto de hombres y mujeres, lo que conlleva necesariamente la inferioridad del rey. En otras palabras, el objetivo del Triunfo de las donas es servir de sutil tapadera política. Creo que esto confirma los argumentos de Bautista, al señalar que Rodríguez del Padrón se pone en el bando de los rebeldes al dedicar su obra a la reina María de Aragón. Además hay que señalar que a lo largo de las 50 razones los hombres salen muy mal parados, pues son vituperados e infamados sin piedad por la ninfa Cardiana. La infamia de los hombres sirve también bien al propósito político, porque indirectamente puede señalar al rey y a su valido Álvaro de Luna. Todos estos argumentos invitan a leer la obra como un «roman à clef», como ya propuso Vélez.23

Rodríguez del Padrón, como Boccaccio y Christine de Pizan, se valen de la casuística propia de los catálogos de mujeres ilustres para lograr sus objetivos. Son muchas las mujeres ilustres que citan para mostrar o para ocultarlos. Sin embargo, no quiero detenerme en ellos, y me centro en un solo ejemplo, porque creo que muestra la singularidad de los objetivos de cada autor. He elegido a Semíramis porque todos la incluyen sus obras y porque la representación que cada autor hace de ella es muy significativa.

Boccaccio:

Esta vellaca muger ensuzió con una sola suziedad y flaqueça, ca en[c] endida entre otras de una continua comezón de luxuria, la desaventurada, según se cree, se dio a muchos, y entre sus enamorados se cuenta su mismo fijo, mancebo de muy fermosa disposición.24

Pizan:

Semiramis fu femme de moult grant vertu en fait e de vertueux et de for couraige […] bien est vray que plusiers le donnent blasme [—] et a bon droit luy fust donné se de nostre loy eust esté—[…] pour ce que adonc n’estoit encores point de loy escripte […] car n’est pas doubte que se elle penssast que mal fust ou que aucun blassme luy en peust encourrir, que’elle avoit bien si grant et si hautt couraige et tant amoit honneur, que jamais ne le faist.25

Rodríguez del Padrón:

La reyna de perpetua membrança digna, Semíramis perdió su gloriosa fama, la cual seyendo por su único fijo, deseoso de reynar engañosa mente rogada, pues quería tomar segundo marido le restituyese el reyno que de su padre Nino le había queado, con amor entrañable que a lo fijos trahen las madres, le respondió no querer otro esposo haver nin otro marido jamás, salvo a él, su caro e amado fijo. El qual encendido de la set raviosa de querer señorear, bolvió aquella palabra en contrario entendimiento; con falsa religión e fengido color de virtud, diziendo querer la divina e natural ley ofender, la vida et la fama, el honor e la señoría le robó con viçiosa mano, dando a los abtores ocasión de poetar el non pensado viçio, e fengir más adelante.26

Los tres discrepan al juzgar la relación incestuosa entre Semíramis y su hijo. Boccaccio insulta: «bellaca mujer» injuria gravemente: «ensuzió con una sola suziedad», «flaqueza», «luxuria», y acusa a Semíramis de ser la culpable: «se dio a muchos, y entre sus enamorados se cuenta su mismo fijo». El hijo es la víctima de su madre: «mancebo de muy fermosa disposición». Esta descripción es absolutamente condenatoria. La mujer no tiene nada bueno.

Pizan describe a Semíramis como una mujer de gran virtud y fortaleza: «femme de moult grant vertu en fait e de vertueux et de for couraige», que muchos la deshonran: «plusiers le donnent blasme» sin tener en cuenta que para Semíramis el incesto no es pecado porque tiene otra religión y unas leyes que no lo prohíben: «pour ce que adonc n’estoit encores point de loy escripte». Por tanto, la considera inocente, la defiende de quienes la culpan, añade que es una mujer tan valerosa y tan honorable que si hubiese pensado que lo que hacía estaba mal, jamás lo habría hecho.

Finalmente, Rodríguez del Padrón niega la mayor. Afirma que no ha habido incesto. Apunta que Semíramis era una magnífica mujer a quien su hijo deshonró: como una madre que ama a su hijo como todas las madres los aman y que su hijo: «con amor entrañable que a lo fijos trahen las madres» malentiende ese amor materno y que con engaños, llevado de su gran deseo de poder, acusó falsamente a su madre y la deshonró gravemente, dando lugar a que los poetas anunciaran por todas partes sus mentiras.

Estas tres posturas delatan a las personas y sus ideales. Boccaccio reacciona contra Semíramis. No duda de su maldad y la insulta concluyendo que es mucho peor de lo que parece. Christine, por el contrario no se conforma con las apariencias. Busca la verdad y señala que antes de juzgar hay que investigar las razones por las cuales una persona honrada y honorable se comporta de manera que otros consideran pecaminosa y escandalosa.

Rodríguez del Padrón se decanta por culpar al hijo. Considera que Semíramis, como toda buena madre, muestra su amor a su hijo y éste que tiene una ambición de poder incontenible, la acusa falsamente, llevado de la codicia y la destruye acusándola con engaños, que hace públicos, de modo que los poetas van contando las mentiras que el hijo les cuenta para deshonrarla y tomar el poder.

Al principio de este trabajo señalaba que el objetivo del Boccaccio en su De Mulieribus Claris no es defender a las mujeres sino agradar a sus amigos. Su descripción de Semíramis lo confirma, porque no solo no defiende a Semíramis, sino que agrava su culpa. De los tres autores es el único que condena a Semíramis. Christine de Pizan, la defiende y la alaba. No acepta las apariencias, sino que busca y encuentra la verdad. Llega a la conclusión de que es una mujer honorable y que deshonrarla es un grave error. El análisis de Rodríguez del Padrón es singular. Acusa al varón, denuesta su ambición, sus engaños y sus mentiras y apunta que el amor de Semíramis es un amor maternal, puro y no transgresor.

La obra de Rodríguez del Padrón tuvo otra vida y podríamos decir que un nuevo autor llamado Henri Cornelius Agrippa.

Cuando El triunfo de las donas se desgajó de la Cadira de honor perdió su carácter político inicial. Se podía haber convertido en una obra mucho más original de las muchas que circulaban por Francia, algunas con ese mismo título. Sin embargo, tuvo una vida más larga e interesante en manos de Agripa, porque éste era un intelectual muy conocido y porque el Triunfo es radicalmente distinto de las defensas y alabanzas de las mujeres que circulaban por Europa y por tanto muy original. Es original en primer lugar, porque habla mal de los hombres, lo que no ocurre en ninguno de los textos de este género. En segundo lugar porque pretende demostrar que las mujeres tiene más honor que los hombres, lo que tampoco se decía. En tercer lugar porque está en la boca de una ninfa llamada Cardiana, quien para demostrarlo desgrana 50 razones «ciertas, divinas, humanas e verdaderas, non fingidas». Quizás podríamos convenir con Willard en que «the fifty reasons the author assembles to demonstrate the superiority of women over men are scarcely of consuming interest», pero ahora no viene al caso.27 En cuarto lugar porque trasladan a un país que desconoce su idioma y es ignorada durante 20 años. Al cabo de estos años la traducen al francés, pero sigue sin salir a la superficie. En quinto lugar porque después de ser encontrada y traducida al francés sigue sepultada en la biblioteca de Borgoña otros 20 años más o menos. Cuando reaparece en público en manos de Agrippa en 1509 en Dole, la obra ha sufrido retoques, tiene otro autor y otro idioma y su primer autor está muerto y enterrado. El segundo autor es un joven alemán, hombre de gran inteligencia y ambición, perseguido por la inquisición, famoso por sus escritos encuentra un puesto de profesor en la universidad de Dole, donde el gran emperador Carlos V ha nombrado a su tía Margarita de Austria, Regente de los Países Bajos.

En efecto, el joven que bromeando llamo segundo autor es el alemán Heinrich Cornelius Agrippa de Nettesthein, a la sazón de 23 años de edad. Agrippa antes de acabar el año, e iniciar el curso ofrece una lección inaugural en la que hace el elogio de la princesa, y que titula: Declamatio de nobilitate et praecellentia foeminei sexus. Su estancia en Dole es breve, pues a raíz de sus conferencias sobre De verbo mirífico, un tratado influido por las ideas cabalísticas de Johann Reuchlin, Agrippa entabla una violenta diatriba con el franciscano Catilinet. En 1510 es acusado de judaizante y herético y pierde su puesto al servicio de Margarita y se va de Dole. Durante varios años de conflictos con la Inquisición Agrippa comienza a tener problemas económicos. Por un tiempo breve está al servicio del Emperador Carlos V, pero pronto solicita el mecenazgo de Margarita de Navarra dedicándole en 1526 un libro sobre el matrimonio, pero Margarita lo rechaza. En 1528 la duquesa de Saboya rompe definitivamente con él y le retira la pensión que le daba. Agrippa se encuentra en una situación difícil, con problemas con la inquisición y con una economía casi inexistente y se decide solicitar de nuevo sus servicios a Margarita de Austria.

El 16 de mayo de 1529 Agrippa presenta a Maximilien d’Outremont, Consejero de Carlos V y antiguo camarada al servicio del emperador, dos cartas. Una dirigida a su amigo y otra que éste debe dar a Margarita. En la carta a Maximilien le recuerda las circunstancias de su composición en 1509 y le asegura que ahora está en disposición de cumplir la promesa que le hizo a Margarita hace veinte años de publicar la Declamatio de nobilitate et praecellentia foeminei sexus. Añade que envía el texto tal y como estaba cuando lo escribió en 1509, pues apenas ha revisado a la carrera algunos pasajes. Comprende que es una obra de juventud es cosa «nimia y de bagatela», pero le pide a Maximilien que asegure a Margarita que ahora, con más edad, está dispuesto a escribir para ella obras más serias, profundas: «de la plus haute importance, et où elle puise faire usage de ma plume dans la guerre et dans la paix». Termina la carta diciendo a su a migo protector que espera ser perdonado por defender la superioridad de las mujeres sobre los hombres, pero espera que el público masculino acepte graciosamente la paradoja de haber elevado a las mujeres sobre los hombres, pues lo hace para honrar a tan excelente princesa: «De plus, si j’ai mis le beau sexe au-dessus du nôtre, j’espère que le public me fera grâce, en faveur de l’auguste princesse, à l’honneur de qui j’ai avancé un si grand paradoxe».28

No hay que olvidar que eran años muy conflictivos entre España y Francia en los que Margarita estaba políticamente muy comprometida como Regente de Carlos V, y que Agrippa tenía cierta experiencia política, pues había servido a su padre también como diplomático.

La carta dedicatoria que dirige a Margarita es también interesante, pero muy diferente a la dirigida al consejero. Agrippa silencia el verdadero motivo de su escrito y aduce que escribe sobre la superioridad del sexo femenino para no caer en ingratitud ni en sacrilegio silenciando las alabanzas que les deben y callando sus virtudes excelencia y belleza. De inmediato se alaba a sí mismo al afirmar que son pocos los autores que han escrito en alabanza de las mujeres, y ninguno que él sepa ha escrito sobre su superioridad: «Très peu d’auteurs ont écrit à la louange du beau sexe; mais jusqu’ici, du moins que je sache, pas un écrivain n’a osé donner aux femmes la supéririté de mérite antre les deux sexes».29

En la carta a Margarita no descalifica su obra como «bagatelle», como hace en la que envió a d’Outremont. Por el contrario la califica de «haute et sublime matière» , que el cielo le ha reservado para que la difunda como heraldo divino. Finalmente, ofrece el libro a Margarita, asegurándole que «la flatterie et l’adulation n’éstant nullement entrées dans mes motifs». Termina calificando a Margarita como la mejor mujer «entre toutes les dames illustres. qu’il y a eu, qu’il y a, et qu’il y aura jamais sur la terre», ya que ella como el sol brilla con luz propia, «une perfection sans le moindre défaut».30

Aquí nos encontramos con un hombre que afirma que ha sido llamado para informar a todos de la superioridad del sexo femenino. Sin embargo, no lo hace por convicción propia sino para conseguir ser aceptado al servicio de una mujer poderosa. Que a su amigo le escribe una cosa y a Margarita otra. Que escribe sobre la superioridad de las mujeres, pero les dice a los amigos que no se enfaden por ello. Que asegura a la princesa que no pretende adularle y que está dispuesto llegar hasta el final, aunque crean que está chiflado:

Ansij aurai l’honneur d’annoncer, de préconiser, de publier, en hérau du ciel, la gloire de la femme, et je ne dissimularai rien de son mérite. De plus, je suis si eloigné de me repentird’avoir entrepris ce grand et important sujet; je crains si peu qu’on me traite de ridicule et d’extravagant, pour avoir donné le dessus à la femme, qu’a peine oserais. Je me promettre qu’on m’excusera dàvoir traté cette haute et sublime matière avec si peu d’élévation, de politesse et de dignité […].31

Volvemos a encontrarnos con Rodríguez del Padrón, o mejor con su sombra. Es probable que Agrippa habría encontrado en la biblioteca de los duques de Borgoña, la traducción francesa del Triunfo de las donas. Ciertamente allí dormían los dos ejemplares que Queymado de Villalobos había regalado a los duques en 1460 porque al parecer la obra de Rodríguez del Padrón seguía prácticamente desconocida.

Agrippa estuvo muy poco tiempo al servicio Margarita porque en 1530 lo despidió porque teólogos de Lovaina condenaron su reciente publicación De vanitate de impía y herética. Margarita murió poco después, el 1 de diciembre de 1531 y Cornelius Agrippa de Nettesheim le dedicó un elocuente elogio fúnebre en la catedral de Malinas.

Es sorprendente el éxito de la obra de Agrippa, que se tradujo pronto al francés, inglés, alemán, flamenco, italiano y polaco. En su tiempo y también hoy en día ha sido alabada y criticada. Unos la conciben como un ataque escéptico o incluso anti-racional sobre la capacidad de la mente humana de llegar al conocimiento y a la verdad; otros ven en la obra una denuncia contra la injusticia social y la corrupción e hipocresía de la Iglesia, mientras que otros opinan que puede ser una sátira divertida que intenta escandalizar a los lectores. Muchos han considerado que es una obra excelente, original y que verdaderamente el autor cumple su objetivo.

El éxito europeo de su obra relanzó la literatura de alabanza femenina y muchos autores tomaron directamente de él los argumentos para demostrar la superioridad del sexo femenino sobre el masculino. Otros autores le imitaron, al menos en el título como Pierre Brinon (1574-1658). Le triomphe des dames: a trez-haute, trez-puissante, & trez-illustre princesse Madame Catherine Henriette de Ioyeuse, duchesse de Montpensier. A Roven : Chez Iean Osmont, dans la court du palais, 1599.

En cuanto a la relación de la obra de Agrippa y el Triunfo de las donas de Rodríguez del Padrón se ha tratado muchos años en conocerla. En mi opinión esto se debe a que quienes conocían la obra de Agrippa desconocían la de Juan Rodríguez del Padrón, y viceversa. La primera en darse cuenta de que la principal fuente de la obra de Agrippa era el Triunfo fue Emilia Telle. En su libro L’Oevre de Marguerit d’Angoulêm, reine de Navarra et la querelle des femmes analiza la obra de Agrippa y señala que en parte es un burdo plagio del Triunfo de las donas de Rodríguez del Padrón, aunque apunta que en justicia el plagio no tenía lugar en el siglo XVI porque no se tenía el sentido de la propiedad literaria.32 Su libro se publicó en 1937 y se volvió a publicar en 1969. Sin embargo, se seguía ignorando la relación de las dos obras hasta la publicación en 1990 de una edición la obra de Agrippa, editada por Antonioli. Unos años después Albert Rabil, en su introducción y notas también señala a Rodríguez del Padrón como una de las fuentes de la obra de Agrippa.33

Agrippa, como he citado más arriba, alardeó en su carta a Margarita de ser el primero que tuvo la audacia de demostrar la mayor excelencia del sexo femenino. Sus palabras son engañosas, porque sabía bien que eso no era verdad. No parece muy honesto porque, como bien señala Telle, Agrippa plagia una buena parte del Triunfo de las donas de Rodríguez del Padrón. Antonioli opina que ni la composición general ni los argumentos detallados de la obra de Agrippa proceden de La Cité des dames o de Le Champion des dames. En su opinión provienen del Triunfo de las donas de Rodríguez del Padrón, por lo que deduce que tuvo que leer su obra. Señala cuidadosamente los lugares donde cree que Agrippa ha tomado como fuente a Padrón. Afirma que toma de él el esquema de las 50 razones en la organización general de su obra y señala que Agrippa le sigue en los dos primeros tercios del tratado. También, anota que Agrippa evoca las razones 6 y 39 y algunas propiedades que alegan los naturalistas antiguos, como Plinio, o poetas como Ovidio y Virgilio. También aduce que le sigue muy cerca en sus razones 23-33, sobre la responsabilidad del pecado original.34

Señala también que Agrippa, como Rodríguez del Padrón apuntan que la mujer por su naturaleza misma está en comunicación con lo divino y que esto ilumina su cara sobrenaturalmente y es la fuente de su belleza. El argumento más fuerte de que la mujer es superior en la creación, también lo toma de su obra.35

Los lectores de la obra de Agrippa no coinciden en sus análisis. Unos la ven como una obra de circunstancias, oportunista, que solo intenta obtener el patronazgo de Margarita, otros aducen que se trata de un ejercicio de retórica que no pretende ser el vehículo de una convicción profunda en la superioridad de las mujeres, otros ven en los argumentos propuestos un sincero convencimiento y otros ven en la obra una sátira que trata de divertir por lo que la obra no debía tomarse seriamente. Dhavernás opina que así se veía fundamentalmente en su tiempo.36 En los últimos años se insiste en su radicalismo en la reinterpretación de citas bíblicas para probar la superioridad de las mujeres y también que las restricciones y exclusiones de las mujeres de la esfera pública no son parte del orden natural sino el resultado de leyes y costumbres injustas. Barbara Newman también lo toma muy seriamente y concluye que su objetivo no es alentar el cambio social sino criticar la teología escolástica.37

Conclusión

Los objetivos que movieron a los autores medievales a favor y en contra de las mujeres fueron muy diversos. En este trabajo he intentado indagar los motivos de cuatro escritores que vivieron entre 1313 y 1535 que en sus obras manifiestan escribir favor del sexo femenino, bien para defenderlas bien para demostrar que son superiores a los hombres: una mujer, Christine de Pizan y tres hombres, Giovanni Boccaccio, Juan Rodríguez del Padrón y Henri Cornelius Agrippa. Los resultados de mi investigación son en cierto sentido esperables, pero no por ello dejan de ser sorprendentes.

El objetivo que llevó a Boccaccio a escribir su De mulieribus clarises libelum, fue entretener a sus amigos con una obra curiosa y de poca trascendencia. Escribe para los hombres, no para las mujeres, como el mismo infiere en el proemio. Su obra, pese al título, no ensalza a las mujeres, porque aunque es verdad que hay bastantes excelentes, pocas son las que no tienen grandes y muchas tachas.

Christine de Pizan tiene dos objetivos fundamentales. El primero, desarrollado en La Cité de dames, es demostrar a las mujeres que tienen la capacidad intelectual y la habilidad necesaria para hacer todo tipo de trabajos, incluidos los que se consideran masculinos. El segundo objetivo, desarrollado en Le libre des trois vertus, es enseñar a las mujeres a través del estudio, principalemnte, a ser respetadas y a respetarse, así mismas.

El objetivo de Rodríguez de Padrón en su Triunfo de las donas y Cadira de Honor, es político. Las mujeres no son el fin sino el medio.

El objetivo de Agrippa al escribir la Declamatio de nobilitate et praecellentia foeminei sexus es conseguir el favor de Margarita de Austria en un momento que había perdido el favor de quienes hasta entonces le mantenían a su servicio.

En conclusión, solo una mujer, Christine, cumple el objetivo de demostrar que las mujeres merecen ser alabadas. Boccaccio en verdad no las llega a alabar, para Juan Rodríguez del Padrón y para Agrippa, las mujeres son, la tapadera o el medio, no las alaban por sí mismas, sino por lo que consiguen por alabarlas.

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2.Tercer ciclo «Mujer y ciencia», Museo de la ciencia y del agua, Valencia, 2007.

3.Hentsch (1903: 99-103).

4.Cito por la edición de Vittorio Zaccaria (1970: 18).

5.De aquí en adelante cito por la edición de José Luis Canet (1997), en línea.

6.Ibíd., Proemio.

7.Hicks (1977: XVI-XVIII).

8.Parece ser que la primera traducción del De Mulieribus claris al francés se hizo en 1401 como señala Lucía Megías (2002: 9), aunque Tesnière (1999a) sostiene que la primera traducción al francés se hizo en 1403 y se encuentra hoy en la BNF Ms. 598.

9.Lacarra Lanz (2001: 352).

10.Debae (19954: 281) señala que en el inventario de obras que Margarita de Austria se llevó de España se encontraba un ejemplar que quizás se trate del ms. 10974 que actualmente se encuentra en la Biblioteca Real de Bruselas, ya que en el inventario de Granada el 28 de septiembre de 1499 se nombra: «Otro libro en Frances cubierto de tapas coloradas que es de las tres vertudes para enseñamiento de las mujeres».

11.Curnow (1975: 89-97), Willard (1996: 433-44), Lacarra Lanz (2001).

12.Cito de aquí en adelante por la edición de Williard y Hicks (1989: 225).

13.Ibíd, p. 148

14.Lacarra Lanz (2001).

15.Somme (1998).

16.Ibíd. Debae (1995) señala Margarita tenía en su biblioteca dos ejemplares de esta obra de Champion, 251 y 379-380.

17.Curnow (1975: 269-85).

18.Hentsch (1903: 102-04).

19.Este texto también se encuentra en la biblioteca de Margarita de Austria, como señala Debae (1975: 221-222).

20.Ibíd, p. 286.

21.Lucía Megías (2002: 15).

22.Bautista (2005: 129).

23.Vélez-Saínz (2006: 268).

24.Boccaccio, cap. XV.

25.Curnow (1975: 677 y 680).

26.Triunfo de las donas, pp. 416-417.

27.Willard (1965: 963).

28.Dhavernas (1990: 27).

29.Ibíd. p. 28.

30.Ibíd. pp. 28-29.

31.Ibíd. p. 29.

32.Telle (1969: 45-51).

33.Me consta que Rabil se enteró de la existencia de la obra de Rodríguez del Padrón por Ottavio di Camillo porque me lo dijo él mismo.

34.Antolioni (1990: 22-27).

35.Ibíd. p. 35.

36.Dhavernas (1990) opina que es un libro «bizarre», que su punto de vista es original, pero cree que puede ser irónico.

37.Newman, Renaissance Feminism pp. 337–56.

Literatura y ficción

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