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¿Qué es el género gramatical?

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¿Es lo mismo el género de una palabra que el sexo de la entidad que representa? Álvaro García Meseguer, lingüista español, se plantea si es posible decir una frase como “Todas fueron hombres” y qué significado puede atribuírsele4. En principio, parece tratarse de una expresión incoherente; sin embargo, si la situamos en un contexto como “La noche de Año Nuevo nacieron tres guaguas en el hospital de Rancagua. Todas fueron hombres”, podremos darnos cuenta de que es una oración perfectamente construida. ¿Por qué funciona? La clave está en que guagua es un sustantivo de los llamados epicenos, lo que quiere decir que (al igual que otros como víctima, personaje y muchos nombres de animales, como cebra o paloma) es una palabra que, independientemente del sexo biológico de la entidad a la que se refiera, toma siempre un solo género gramatical, en este caso el femenino. El pronombre todas, por lo tanto, no hace referencia en el ejemplo al sexo de los recién nacidos (que, se nos informa, fueron hombres), sino al género gramatical de la palabra guaguas, que está en su contexto inmediato: femenino. Este sencillo ejemplo sirve para cuestionar la identidad entre género gramatical y sexo biológico, que es frecuente dar por asumida.

La verdad es que el género en las lenguas es otra cosa. Fijémonos en este otro texto: “Llegué con mi bicicleta al parque. Estaba más suci_ que de costumbre”. En él el rasgo de la suciedad al que alude la segunda oración puede referirse a dos cosas: a mi bicicleta o al parque. ¿Cómo soluciono esta ambigüedad? Fácilmente. Si digo sucio me estaré refiriendo al parque, mientras que si digo sucia estaré hablando de mi bicicleta. El juego entre estas tres palabras, sucia/o, parque y bicicleta (ninguna de las cuales se refiere a una entidad sexuada, nótese al pasar), nos muestra que el género gramatical es una marca que comparten ciertas palabras (como sustantivos, adjetivos y pronombres, entre otras), que permite establecer vínculos entre ellas, en una relación conocida como “concordancia”, y que nos posibilita construir textos extensos y complejos, pero que mantengan un alto grado de cohesión interna. El género gramatical tiene muy poca relación con el sexo biológico. De hecho, es una escasa minoría de sustantivos la que en nuestra lengua manifiesta esa relación (hombre, mujer, algunos nombres de parentesco como tío/tía, nombres de profesiones y oficios, una fracción de los nombres de animales). En la mayor parte de los otros, como lo muestra el ejemplo anterior, el género de un sustantivo como parque no tiene relación alguna con el dimorfismo sexual; menos aún en el caso del adjetivo sucio/a, ya que las cualidades son de por sí rasgos abstractos y, por lo tanto, no sexuadas. El género en las lenguas, entonces, tiene poco que ver con el sexo.

Otro hecho que confirma esta afirmación es la observación de que la categoría de género es muy variable en las diferentes lenguas del mundo y o bien no siempre existe o, cuando sí, no siempre se relaciona con el sexo. Así, tenemos lenguas sin género gramatical (como el armenio o el rapanui), otras con dos géneros pero no basadas en el sexo, sino en otros criterios (como la distinción animado/inanimado en el georgiano o el elamita), lenguas con tres géneros (como el latín, el alemán o el tamil), cuatro (como el dyirbal, el checheno o el eslovaco), cinco (como el polaco) o incluso más: en ganda (lengua africana de la familia bantú) se ha descrito la existencia de al menos 10 géneros distintos basados en criterios que nada tienen que ver con el sexo (algunas de sus clases son, por ejemplo: personas, animales, nombres de masa, idiomas, objetos largos y cilíndricos, etc.). En consecuencia, si revisamos el conjunto de lenguas del mundo, veremos que las diferencias sexuales no son necesariamente la motivación para las categorías de género que en ellas se encuentran. Más aún, en lenguas cuyas categorías de género sí se basan (al menos nominalmente) en distinciones sexuales, la identidad entre género y sexo no siempre se cumple. Ya hemos revisado el caso del español. Volvamos la mirada ahora hacia el alemán. En esta lengua existen tres géneros: femenino, masculino y neutro. Se da en ella, entonces, una situación ideal (al menos en principio), en la que lo esperable sería que las palabras femeninas se usaran para hablar de entidades femeninas, las masculinas para denotar entidades masculinas y las neutras, en fin, se refirieran a objetos no sexuados. La realidad, sin embargo, es muy diferente. Solo por citar un par de ejemplos, en alemán la palabra Mädchen (‘muchacha’) tiene género neutro y no femenino, mientras que Tisch (‘mesa’) y Tür (‘puerta’) son masculina y femenina, respectivamente, y no neutras como cabría esperar. Una vez más, la identidad entre género y sexo se muestra, entonces, como inválida.

Sexo, género y gramática

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