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SEXO, GÉNERO Y GRAMÁTICA Presentación
Оглавление¿Queremos darle varias vueltas más a un término como género? ¿Podremos encontrar alguna que sea inesperada, sorprendente, que ilumine y divierta, en ambos sentidos, el conjunto de expresiones y de sentimientos sociales que envuelven hoy esa palabra, tan cargada de sentidos contradictorios y de pasiones?
La Academia Chilena de la Lengua, como las otras academia de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), tiene por pasión propia la de las palabras del idioma español y las formas en que el español articula, entiende y divide el continuum del pensamiento humano. Dicho de manera exageradamente simple, cada lengua es un modo de ver y captar el mundo, un sistema en que cada término solamente se entiende plenamente si se comprende su “valor”, es decir, su lugar en un sistema de oposiciones cambiante, pero a la vez relativamente cristalizado, que nos sirve para poder entendernos.
No hablamos solos; el “idiolecto” no es un idioma, sino un lenguaje que únicamente comprende uno o tal vez varios, siempre pocos. En la vida social necesitamos más que eso; necesitamos una lengua, un idioma que responda a un enorme colectivo. Hoy los hablantes de español en el mundo se acercan a los 600 millones de personas. ¿Qué tipo de estructura es capaz de sostener la comunicación entre todos ellos? ¿Qué parte de esa estructura es más dúctil, más fácil de cambiar para responder a los tiempos, a las circunstancias?
¿Qué tipo de oportunidades y también de dificultades nos ofrece la lengua que hablamos, hoy, en relación con una demanda social cada vez más urgente, la de la igualdad simbólica de las mujeres? Digo simbólica porque los cambios de la condición de las mujeres en las sociedades occidentales son de todo tipo: tenemos derecho a voto, somos ciudadanas, aunque sea de manera muy reciente; estamos incorporadas a la fuerza de trabajo y a la vida económica visible como nunca antes; tenemos una fuerza colectiva y una convicción, digamos un poder, que nunca tuvimos en la polis clásica y tampoco en la vida pública y política.
El siglo pasado, el siglo XX, cambió el “valor” de la mujer, entendiendo en este caso por valor (una vez más) su lugar en un sistema de oposiciones. Las demandas de las mujeres son ahora básicamente un reconocimiento simbólico y real de algo que es socialmente verdadero: desempeñan funciones iguales (no solo equivalentes) en gran parte de la vida social, política y económica, y desempeñan además las funciones tradicionalmente “femeninas” relacionadas con una vida familiar que durante siglos tuvo como centro el bienestar del padre proveedor. Hay mucho desajuste entre la realidad de las mujeres y el discurso social que se refiere a ellas. El desajuste suele perjudicarlas por su anacronismo. De ahí la demanda de cambios en el lenguaje, sistema simbólico por excelencia; de ahí que esa demanda se refleje en cambios que se introducen de manera intencional, voluntarista, y esperan ser comprendidos por colectivos cada vez más amplios.
El fenómeno no se limita, por cierto, ni al día de hoy ni al idioma español. Desde los años setenta o antes el inglés —lingua franca para muchos— empezó a advertir incomodidades, y sobre eso se ha escrito muchísimo. Ambos idiomas, y muchos otros occidentales, casi todos, se estructuran en torno a la noción de dos sexos, y se considera que al hablar de “el hombre” estamos hablando de ambos. No así si hablamos de “la mujer”, que señala un subconjunto, por mucho que sea el de la mitad de la humanidad. Comenzó a sentirse que esta forma de referencia —el masculino por lo humano, que es tanto masculino como femenino— constituía una de las formas en que la vida social invisibilizaba a las mujeres, un indicio más del carácter discriminatorio de la sociedad. Más aún, perpetuaba simbólicamente un orden de cosas caduco, ajeno a la realidad de la vida de las mujeres actuales, y favorecía una discriminación cotidiana, habitual y la mayor parte de las veces inconsciente, que es probablemente lo más grave y lo más difícil de cambiar en términos culturales.
Vinieron entonces los llamados de atención. En el inglés primero, en las organizaciones internacionales después, producto de presiones de grupos organizados y del desarrollo de una reflexión sofisticada y compleja sobre el tema del género. En los estudios de historia y humanidades adquirió una relevancia académica que lleva por lo menos treinta años, con la creación de numerosos programas, cursos, cátedras, centros y departamentos que surgieron en los países de habla inglesa y crearon epónimos en todo el mundo occidental. Hoy la situación es diferente, sobre todo en Iberoamérica; lo que estaba encapsulado en estudios universitarios ha llegado a la calle, a la demanda social legítima y legitimada, a todas las esferas de la vida ciudadana.
¿Hay un conflicto, hay tensiones entre esta demanda social y el uso del español en Chile? Tras reconocer y describir una situación, esta es la pregunta que se plantea la Academia Chilena de la Lengua, para darse una respuesta que cae por su propio peso: sí hay conflicto, sí hay tensiones, sí hay exigencias y solicitudes. Las universidades chilenas preguntan a lingüistas de la Academia acerca de ellas. El periodismo no deja de preguntarme lo mismo, por ser la primera mujer que llega a la dirección de una Academia que cumplirá 135 años de vida. La Academia ha planteado el tema en sesiones internas durante 2019 (y antes), muy especialmente tras la masiva manifestación del 8 de marzo de ese año. Surgió entonces la idea de hacer una conversación pública entre académicos —lingüistas y periodistas— y público, en un formato renovador tratándose de nuestra Academia; de recibir los comentarios y las preguntas de los asistentes; de filmar lo que allí sucedió y dejarlo a disposición de quien no pudo seguirlo directamente. Calculamos en 80 los que estuvieron presentes y más de 100 lo siguieron directamente por streaming, sin contar los cientos de visitas recibidas posteriormente por la página. De esta historia surge el presente libro.
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Una de las víctimas del debate occidental sobre la noción de género es algo llamado género gramatical. En gramática, el género es un elemento formal, como el número, que rige fundamentalmente la concordancia: no es un concepto antropológico ni sociológico, y sus relaciones con el sexo no son ni “naturales” ni “simétricas”, como lo demuestran los muchos ejemplos que nos dieron nuestros expositores sobre el tema, Alejandra Meneses, Carlos González y Guillermo Soto, todos miembros de la Academia y profesores de lingüística en las principales universidades del país. Al usar una misma palabra, género, para referirse a dos conceptos de índole muy diversa, se instala un malentendido que ha dado origen a gran cantidad de consignas y a notables confusiones en el pensamiento.
El título de este libro, Sexo, género y gramática, (fuera de recordar al cineasta Stephen Soderbergh y su notable película Sexo, mentiras y video), está hecho para captar la atención del lector, hacerlo sonreír un poco y luego proponerle un trayecto entre tres términos crecientemente especializados. El sexo biológico de los animales, incluidos los seres humanos, con sus variantes y deslizamientos; el género, como construcción cultural relacionada con el sexo pero que a su vez depende de las características, creencias y prejuicios de las diversas sociedades y del lugar que dan a las mujeres y a lo femenino dentro de sus sistemas de valores sociales, y la gramática, como sistema formal de un idioma.
Con esas variables juegan nuestros tres expositores y despliegan un amplio abanico de ejemplos y de posibilidades de pensarlos: sus miradas nos proponen la lingüística como un territorio de exploración. Somos todos hablantes. No todos pensamos en el lenguaje que usamos. Tal vez este debate sobre lenguaje inclusivo sea para algunos una puerta de entrada a una manera rigurosa y acotada de pensar en nuestras habilidades idiomáticas, en gran medida inconscientes, y a empezar a ver cómo se organiza el pensamiento humano en el lenguaje articulado. Tal vez sugiera por qué la lingüística es y puede ser una disciplina fascinante e indispensable para el pensamiento.
El libro incluye también un minucioso trabajo de la académica Victoria Espinosa, de la Comisión de Lexicografía de la Academia Chilena, acerca de cómo se producen las modificaciones a los diccionarios: quiénes intervienen y cómo. Encuentra su complemento perfecto en el apéndice, donde reproducimos una muestra representativa de las enmiendas relacionadas con el lenguaje inclusivo en el Diccionario de la lengua española, DLE, 2019.
¿Cómo fue recibida la conversación pública de la Academia sobre lenguaje inclusivo? A ello responden varias apostillas iluminadoras tomadas de la conversación que siguió a las exposiciones, y que fue presidida por los académicos Ascanio Cavallo y Abraham Santibáñez, de nuestra comisión de periodismo y medios de comunicación. Van intercalándose entre los textos de ponencias, para recuperar el carácter de la conversación. Agradecemos a las destacadas periodistas Mercedes Ducci, Lucía López y Patricia Politzer sus contribuciones, y también la de la escritora Luisa Eguiluz y otras participantes en la reunión. Asimismo, por cierto, las apostillas de nuestros propios académicos.
Presentamos además dos respuestas, escritas después de la conversación. Una recoge la visión del premio nacional de Periodismo y académico Abraham Santibáñez, y se relaciona con las dificultades que encuentran los medios para incorporar algunas innovaciones propuestas, sobre todo en el lenguaje oral. La segunda, algo sorprendente, festivo, inteligente y preciso como todo lo suyo: el recuento de la jornada, en verso, que nos envió la escritora Ana María del Río. Estas dos intervenciones, y las apostillas, dan muestras de la intención original de nuestra iniciativa: abrir instancias de diálogo con la sociedad. Una parte importante de nuestra intención se está concretando en este volumen, realizado en coedición con Editorial Catalonia, cuya participación agradecemos y celebramos.
La académica Marcela Oyanedel ha sido el alma de esta conversación y de este libro. No solo es la excelente editora del volumen, sino que también fue activa participante en la conversación de entonces, donde recogió y resumió las ideas expuestas y abordó, en la discusión, un tema decisivo: el lugar y la función de la Academia y de las academias en la renovación del léxico.
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Retomo, para terminar, dos ideas que surgieron tanto en las exposiciones como en el diálogo que las siguió. La primera tiene que ver con normatividad. Quedan todavía muchas personas convencidas, contra toda evidencia, de que los diccionarios son una especie de código civil y que rigen los comportamientos lingüísticos de los hablantes; y de que basta un dictamen académico para que la lengua se comporte a gusto de alguien o adopte usos dictados desde una autoridad. Ya en tiempos del Imperio romano alguien tan lúcido como Horacio sabía que eso no era cierto. “El uso es más poderoso que los césares” es una frase suya célebre, a la que recurren muchos autores.
Los lingüistas actuales no tienen semejante ilusión de poder. A lo largo del libro se encontrarán muchas referencias a la función del diccionario, que es registrar correctamente el uso, no imponerlo. Varias innovaciones propuestas por las academias se han estrellado contra el muro del rechazo de los hablantes y, por cierto, no ha habido manera de instalarlas.Por otra parte, el uso puede llegar a imponer vocablos o construcciones que no parecen correctas a los académicos, y a la larga prevalece sobre la opinión de estos. Hablamos, como quería don Andrés Bello, del “uso culto de la gente educada”, con toda la relatividad histórica y geográfica que esto implica. Como dice una de nuestras autoras, hay que saber leer el diccionario, que junto a la palabra da cuenta del ámbito y el registro en que ella se utiliza.
Otra cosa es que los registros del uso de la lengua lleven rémoras, capas geológicas de prejuicios históricos sexistas que reaparecen en sus definiciones aun cuando nada tengan que ver con las realidades contemporáneas, y que sea tarea de las academias adecuar tales definiciones a los tiempos. En el apéndice incluimos una lista representativa de tales adecuaciones, que se vienen haciendo constantemente por parte de los lexicógrafos de las academias que integran la ASALE. Celebramos la coincidencia de la aparición del documento oficial de la RAE sobre lenguaje inclusivo en los momentos en que entregábamos a imprenta nuestro libro, y agradecemos la posibilidad de incluir este apéndice.
El léxico es, como se dice en estos trabajos, el elemento de la lengua que resulta más fácil de modificar. La gramática, por su parte, se aprende y se utiliza en gran parte de manera inconsciente, y la mera voluntad y la información no bastan para alterarla; si se llega a producir un cambio, será mucho más lento y probablemente abarque un tiempo superior al de una generación.
Esto nos lleva a una idea final para esta presentación. Al terminar el acto público, hubo ocasión de repetir y subrayar la diferencia entre la lengua y el discurso. La discriminación sexista se aloja sobre todo en este último, es decir, en el uso que los hablantes hacen de su instrumental, que es la lengua. En los prejuicios y frases hechas que reflejan el ancestral desprecio por la mujer, en la repetición irreflexiva e insensible de fórmulas que ya no corresponden a nada objetivo. Las academias resisten la idea de que sea la lengua misma la que aloja los prejuicios; más bien sostienen que la lengua, como instrumento, refleja males que no se arreglarían modificando la gramática. Para ello sería necesario modificar los hábitos de la sociedad.
No hay duda, sin embargo, de que se ha introducido una inquietud más en el ámbito del lenguaje al incorporarse al debate el tema del género, no ya en términos gramaticales, sino sociales. Lo demuestran los usos de la x, la arroba @ o la “e” para indicar una especie de género neutro. Se dijo muy bien en la conversación final con el público: es “un espacio que perturba, que hace vacilar”. Ese espacio da testimonio de una incertidumbre, de una sospecha, de una interrogante. En torno a ese espacio se ha armado este libro.
Adriana Valdés
Directora de la Academia Chilena de la Lengua
Enero 2020