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Alternativas al masculino genérico
ОглавлениеSupongamos esta situación: un matrimonio tiene cuatro hijos: dos niñas y dos niños. Uno de los padres quiere preguntarle al otro quién saldrá de paseo con ellos el fin de semana. ¿Cómo podría expresarlo? Una posibilidad sería “¿A quién le toca salir con los niños el fin de semana?”. Tal solución, sin embargo, presenta el uso de los niños como masculino genérico. ¿Cómo evitarlo?
Una alternativa que se propone con frecuencia es el uso de caracteres distintos a la “o” o a la “a” que sirvan para marcar la genericidad: arrobas (“@”) o cruces (“x”), por ejemplo. Esto nos daría: “¿A quién le toca salir con l@sniñ@s/lxsniñxs el fin de semana?”. Aparentemente es una solución satisfactoria y sencilla. Eso hasta que recordamos que en la situación original no estamos escribiendo un texto, sino que se trata de un diálogo entre una pareja, con lo que el problema esencial de esta solución se vuelve evidente: ¿cómo la pronunciamos? Esto sucede porque suele olvidarse que las lenguas (y el castellano no es la excepción) son por esencia fenómenos orales y que la escritura es solo un código que trata de reflejarla, y no siempre lo logra. La propuesta de uso de estos caracteres presenta también otro problema que la imagen de más abajo ilustra muy bien: no todas las palabras se prestan al reemplazo de la “o” por la arroba o la cruz y casos como profes@r o repartid@r son ejemplos de esto .
Imagen 1: Uso de repartid@r en aviso de empleo
Una segunda posibilidad es el reemplazo del masculino genérico por una forma abstracta o un colectivo, muy usual en los discursos escolares, donde aparecen con frecuencia palabras como estudiantado o profesorado. ¿Cómo quedaría en nuestro ejemplo?: “¿A quién le toca salir con la niñez/nuestra descendencia el fin de semana?” están lejos de ser alternativas válidas, ya que fuera de un discurso extremadamente formal resultan muy poco naturales o sinceramente ridículas. No parece que esta sea, entonces, una solución aplicable a todos los casos.
Otra opción muy usada, sobre todo en el habla burocrática y el discurso político, es el desdoblamiento, que incluso se ha estereotipado en ejemplos como “los chilenos y las chilenas” o “todos y todas”, que resultan fácilmente caricaturizables6. En nuestro ejemplo daría algo así como “¿A quién le toca salir con los niños y las niñas (¿o quizás las niñas y los niños?) el fin de semana?”, oración que claramente resulta poco natural para una conversación espontánea.
En resumen de lo propuesto hasta acá, es posible indicar que el reemplazo del masculino genérico por otros caracteres no es una solución porque solo es posible en la escritura y no en la oralidad (que es la dimensión esencial del lenguaje) y que soluciones como el uso de colectivos o el desdoblamiento solo tendrán éxito (como ha sido hasta el momento) en discursos oficiales y burocráticos, sin embargo, es muy difícil que penetren en las conversaciones cotidianas.
Una mejor solución en este sentido es la propuesta de una nueva vocal, distinta de la “o”, que venga a marcar la forma genérica del español: el uso de la “e”. En nuestro caso, la pregunta del matrimonio quedaría como “¿A quién le toca salir con les niñes el fin de semana?”, que sí es pronunciable (a diferencia de la arroba) y que no tiene ese regusto a discurso burocrático del desdoblamiento y el uso de colectivos. Aquí tenemos, entonces, una propuesta que podría funcionar, y no es raro que sea la que mayor fuerza haya tomado en los últimos años. ¿Será, entonces, la forma que adoptemos?
En mayo del año 2018 se produjo una toma feminista en Casa Central de la Universidad Católica. En este contexto, la vocera de este movimiento fue entrevistada y produjo el siguiente discurso: “Este rector dando un comunicado de que nosotras no estamos abiertas… nosotres no estamos abiertos… o abiertes al diálogo es falso”7. Este caso ilustra la principal dificultad para la adopción de la “e” genérica: usarla requiere estar en extremo consciente de la manera en que estamos hablando. La persona del ejemplo mencionado (que, recordemos, se trata de la vocera de un movimiento feminista y, por lo tanto, se encuentra muy motivada para hablar de esta forma) no logra usarla de manera natural y debe corregirse a cada paso. Todos nosotros, hablantes que tenemos el español como lengua materna, la usamos de manera natural para comunicarnos y no tenemos que hacer esfuerzos para lograrlo (al menos en nuestras conversaciones cotidianas). Para nosotros, hablar nuestra lengua es tan natural como caminar. No tenemos que pensar para hacerlo. Esto pasa porque las lenguas tienen una estructura gramatical que todos los hablantes adquieren desde muy pequeños y que ya cerca de los cinco o seis años son capaces de usar de manera espontánea, creativa y flexible. La gramática del español incluye el fenómeno de que el masculino es la forma que se usa para señalar el significado genérico y eso es difícil de cambiar.
No se me entienda mal: las lenguas pueden cambiar. De hecho, están continuamente cambiando. Lo que sucede es que estos cambios no son igualmente fáciles en todos los niveles. El nivel léxico, por ejemplo, es enormemente cambiante. Podríamos decir que todos los días en alguna comunidad de habla española se crea una palabra nueva para designar un nuevo tipo de realidad o un matiz de significado que antes no se expresaba. También, con la misma facilidad, algunas palabras van cayendo en el olvido o algunos significados quedan en desuso. Por citar solo un ejemplo, el macanudo nos dio luego un groso, que pasó a ser bacán y que hoy es filete, entre muchas opciones. El léxico es naturalmente cambiante. La gramática, en cambio, es mucho más resistente a las alteraciones. No se trata aquí de un caso de mala voluntad de instituciones como la Real Academia Española, de la Academia Chilena de la Lengua o de los profesores de lenguaje. Si mañana nuestra Academia decretara que la “e” es la nueva marca genérica para nuestro idioma, ¿qué pasaría? La respuesta es sencilla: nada. Los hablantes que no la usamos así no empezaríamos a utilizarla por este decreto, simplemente porque hacerlo demanda un esfuerzo que no estamos acostumbrados a hacer al hablar. Independientemente de su conveniencia o no, o de lo que deseemos o no que pase, la gramática de una lengua (en este caso, su sistema morfológico) es extremadamente difícil de alterar y, cuando ocurre, se trata de fenómenos graduales, que toman cientos de años en implementarse.
En resumen, si bien la propuesta de una “e” genérica es una solución coherente con el sistema morfológico del español, es muy poco probable que se adopte, dada la resistencia natural que los mismos hablantes tienen a la alteración de su sistema gramatical.