Читать книгу Salteadores Nocturnos - Agustín María Barletti - Страница 11

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Había bebido lo suficiente como para saciar la sed de conocimiento que angustiaba sus tripas. Ahora comprendía por qué le decían “la Tortuga” o cuál era el significado de la caricatura de Lino Palacio, que lo mostraba durmiendo con una paloma posada sobre su cabeza.

Mientras su cuerpo iniciaba los primeros movimientos en dirección a su lecho confirmó para sus adentros: “este viejo no sirve”.

Al erguirse, su mano derecha se apoyó en un libraco con tapas de lija y sólida estructura. Lo tomó entre sus brazos y le propinó una voltereta para vislumbrarle el lomo: Diario de Sesiones de la Cámara de Senadores de la Nación, año 1963, tomo I. Exploró su contenido, rindiendo pleitesía al azar y se topó con un juramento que atenazó su alma:

“Yo, Arturo Umberto Illia, juro por Dios Nuestro Señor y estos Santos Evangelios, desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de Presidente de la Nación y observar y hacer observar fielmente la Constitución de la Nación Argentina. Si así no lo hiciere, Dios y la Nación me lo demanden.”

Convencido de estar frente a otra de las promesas gelatinosas de los políticos, creyó oportuno, más por lástima que por convencimiento, escarbar un poco más en ese nido de ingratitudes; lo mínimo que merecía el viejo es que escuchara las dos campanas.

En primer lugar, entendió prioritario conocer los pasos que habían llevado a Illia a ocupar el sillón de Rivadavia. No le fue difícil informarse: su padre guardaba los principales diarios en religioso orden cronológico, por lo que sólo había que llegar hasta el de su asunción presidencial.

La Nación, 12 de octubre de 1963.

“El día en que el doctor Arturo U. Illia asume la primera magistratura argentina, casi no exige una reiteración de sus datos biográficos. Desde que el escrutinio de las elecciones del 7 de julio pasado señalara la preferencia de la mayoría de los electores por este político de coherente trayectoria civil, todos los medios han abundado en la pormenorizada noticia de los hechos salientes de su vida. No habrá pues, ninguno en el país, que ignore por completo que nació en la ciudad bonaerense de Pergamino el 4 de agosto de 1900 y que ha ejercido su profesión de médico durante muchos años, en una ciudad cordobesa a la cual llegó una mañana incorporado a los servicios clínicos que los Ferrocarriles del Estado prestaban a su personal. El alumno primario de la Escuela Normal de Pergamino, el estudiante del ciclo secundario del Colegio Salesiano Pío IX, de esta capital, el universitario graduado también en nuestra Facultad de Ciencias Médicas, llegó entonces a Cruz del Eje y allí abrió su consultorio. Ese consultorio fue parte de su hogar desde que, en 1939, se casó con Silvia Martorell y en ese hogar tuvieron sus cunas los hijos Emma Silvia, Leandro Hipólito (ambos actualmente estudiantes de abogacía) y Martín Arturo, que ha seguido la carrera médica. Junto con la profusa difusión de estos datos y de anécdotas nunca desprovistas de matices de modestia y sencillez, se ha recordado muchas veces que, a lo largo de una activa militancia cívica, fue senador provincial (1936-1940), diputado nacional (1948-1952), vicegobernador (1940- 1943) y gobernador electo de Córdoba (1962).”

La primera reflexión tuvo el tinte de su peso propio: ¿cómo puede ser que este viejo inútil haya ganado tantas elecciones? Girando su torso como un eje que trepana la tierra, se dispuso a recorrer los laberínticos contornos del Diario de Sesiones, en la ofuscada perplejidad de quien se topa con una bisagra que pretende dividirle la vida.

De piernas cruzadas, su vista se apareó al bibliorato yacente en su regazo:

“Sr. Presidente (Gamond). -Invito al Sr. Presidente de la República a dirigir la palabra a la Honorable Asamblea.

Sr. Presidente la Nación. -Señores senadores, señores diputados: iniciamos hoy, con el juramento que acabamos de prestar, una nueva etapa en la larga lucha para afianzar definitivamente en la Argentina los principios de la democracia y de la libertad.

La Constitución Argentina es, sin duda alguna, una de las más libérrimas, humanas y generosas de la tierra.

Es cosa de no poner en duda –ha podido decirse– que aquellos que dieron una Constitución a la Argentina fueron guiados por un sentimiento que tiene algo de milagroso.”

Sintió que un dardo venenoso se le clavaba en el corazón y que la ponzoña democrática comenzaba a tomar sus venas.

“La democracia argentina necesita perfeccionamiento; pero que quede bien establecido, perfeccionamiento no es sustitución totalitaria.”

Otro hachazo le partió la frente. Su cerebro se puso en contacto con la frescura que sólo tienen esas verdades de a puño.

“Las estadísticas nos colocan ante una dolorosa realidad, pues ellas demuestran en forma irrefutable que, durante los últimos años, se ha ido paulatinamente disminuyendo la participación del sector laboral en el producto bruto nacional, lo que no sólo ha importado una evidente injusticia social, sino que ha repercutido perjudicialmente en nuestro proceso de desarrollo nacional.

Sólo será justo nuestro orden social, cuando se logre que los recursos humanos y los materiales, unidos al avance técnico del país, permitan asegurar al hombre argentino la satisfacción de sus necesidades físicas y espirituales.

Pero deseamos, desde ya, alertar a quienes conciban la democracia social como un simple proceso de distribución. Para que pueda existir justicia de sociedad para el hombre es necesario que éste, a su vez, sea justo para con la sociedad; y que no le niegue o retacee su esfuerzo.”

Justicia social, se decía Benjamín, pero sin caer en los excesos peronistas que mi papá criticaba en las interminables sobremesas de los domingos. Me parece coherente, siempre y cuando no termine también Illia sobornado por las dulces caricias de la demagogia.

“Esta es la hora de la reparación nacional, a la que todos tenemos algo que aportar.

Esta es la hora de la gran revolución democrática, la única que el pueblo quiere y espera; pacífica sí, pero profunda, ética y vivificante, que al restaurar las fuerzas morales de la nacionalidad nos permita afrontar un destino promisorio con fe y esperanza.

Esta es la hora de las grandes responsabilidades. La transformación nacional que nuestro concepto de democracia, así como las necesidades del desarrollo y el propio índice de crecimiento demográfico nos imponen inexcusablemente a los argentinos, no podrá ser afrontada sólo por una parcialidad política, sino que demanda el esfuerzo conjunto y la responsabilidad de toda la Nación.”

En una estoica reacción de autodefensa, su mente retornó sesgos de compostura. ¡Pero si estas palabras no hacen más que colorear a grandes trazos una obra maestra del embuste! ¿Acaso sus oídos no vienen recogiendo en los últimos tiempos que todos los políticos adoptan la mentira como su principal arma?

“Por la tarea que aguarda, mucho espera la República de nosotros. Por nuestra parte pondremos al servicio de la empresa, que acometemos con humildad y sin alardes, la más obstinada voluntad. De vuestra honorabilidad descontamos el patriótico empeño en el difícil cometido de legislar sabiamente, porque consideramos al Parlamento como institución fundamental de la democracia.

Respetaremos al Poder Judicial, cuya jurisdicción e independencia aseguraremos con todos los recursos a nuestro alcance.”

Frases huecas, típicas promesas de la tradición política. Después de todo, sentencia contra sentencia, ¿qué carajo tiene que hacer un médico rural contra los eruditos periodistas de Confirmado o de Primera Plana?

Otra vez se vio tentado a dejar las cosas como estaban y entregarse a las sábanas.

Salteadores Nocturnos

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