Читать книгу Hijos del fuego, herederos del hielo - Aimara Larceg - Страница 11

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VI

Desde que todo había terminado, se sentía más aturdido de lo normal. La habitación vacía se le hacía tétrica hasta en los momentos que el sol iluminaba las tablas del suelo. Le tomó tiempo, pero al fin pudo volver al ritmo de trabajo diario. Las habilidades impecables de Lennox para hacerse cargo de todo fueron fundamentales en el proceso. Solo quedaban los Sanguine y él. El simple hecho de pensarlo le hacía sentir un vacío enorme. A veces se preguntaba si serían felices, o si estarían conformes con su vida. Cada vez que los veía trabajar con tanto ahínco, se preguntaba si aún hacía lo correcto. En esas estaba cuándo Lennox entró en la cocina, espantó unas chispas que saltaron desde la boca abierta del horno y se ubicó frente a él. Su mirada tenía un resplandor extraño, no lograba descifrar de qué tipo de emoción se trataba.

–¿Qué ocurre? –le preguntó Dylen. Ella se acercó a susurrarle algo al oído.

–Alguien ha venido a visitarlo, señor Dirkon –murmuró–. Es su hermana, Elwinda. La muchacha de la que alguna vez hablamos... –enseguida se echó hacia atrás por el cambio brusco de actitud en su amo.

–Dile que me he ido de viaje, no sabes cuándo regresaré –abandonó el banco alto donde se sentaba con intenciones de ir al piso superior. Quería ver a esa serpiente alejarse, para estar seguro de que no volvería. Pero no dio dos pasos cuándo ya la tenía adentro de la cocina. Ella se detuvo frente a él y lo miró con esos ojos oscuros propios de la familia. Apenas había cambiado. Seguía vistiendo pantalones, la indumentaria de los hombres siempre había sido su favorita, primer motivo de peleas entre su padre y ella. Se había dejado crecer el pelo hasta la cintura, y además llevaba de la mano a un muchacho casi tan alto como ella. Las palabras se le atoraron en la garganta, se dio cuenta de que el odio era mutuo y tampoco había cambiado. La detestaba más que nunca porque se veía fuerte, llena de vitalidad, al parecer había formado una familia. De los dos, él era el único desgraciado.

–¿Creíste que podías huir de mí, hermanito? –el tono de voz era tan frío que podría congelar lo que deseara con tan solo hablar. Lo miró de arriba hacia abajo varias veces, luego dejó escapar una ligera risa–, ¡Estás hecho un desastre! Sinceramente, creí que me iba a encontrar con un dueño digno de una pastelería famosa, ¿Qué te ha sucedido? ¿Mucho trabajo, eh? Este lugar es igual a como lo recordaba, no ha cambiado nada.

–¿A qué has venido? –la interrumpió. Lo que menos necesitaba en esos momentos eran los comentarios de su hermana, ¡En realidad no había cambiado! Tampoco hubiera esperado menos de su parte–. No viniste al funeral, sé que recibiste el pergamino. Me costó mucho encontrar tu dirección, y sin embargo no viniste. Era nuestro padre.

–¡Oh! Llegué unos meses tarde, qué pena –fingió tristeza y se secó una lágrima imaginaria. Más tarde soltó la mano del muchacho y se puso a recorrer despacio la cocina, con las manos en los bolsillos de los pantalones. Sus cabellos negros despedían destellos ante la luz del fuego.

–¿Cómo te atreves? Vete de aquí, ahora mismo –Dylen no quería subir el tono de voz para no asustar a los Sanguine, pero ellos ya comenzaban a percibir la tensión del ambiente. Mientras trabajaban les echaban miradas curiosas y se miraban entre ellos, quizá con cientos de interrogantes en mente. Luego vio como el chico observaba a Elwinda mientras negaba con la cabeza, un claro gesto de desaprobación. Era alto, pálido, delgado, con los cabellos negros lustrosos. Su aura despedía bondad–. No me has presentado a mi sobrino. Al menos ten la decencia de... –sus palabras fueron interrumpidas por una carcajada de ella.

–¿Tu sobrino? ¿Desde cuándo tengo hijos? –se quitó la capa de abrigo y se despegó la camisa ligeramente sudada del pecho, mientras tanto rodeó el mesón principal donde decoraban pasteles–. Su nombre es Drystan, es un Sanguine de fuego... ¡Dioses! ¡Qué calor! ¡Tú! –señaló a Lennox con el índice–. Hazme el favor de traerme un poco de agua, vino, lo que sea –rodó los ojos cuándo la muchacha se acercó con las manos vacías, ¿Acaso estaba sorda? La tomó por la muñeca mientras rumiaba algo inapropiado, pero al siguiente instante se quedó de piedra. Ese calor, esa mirada, conocía a la perfección esas características. Observó el rostro aterrado de ella cuándo se acercó a examinarla.

–La estás asustando –se quejó Dylen y de inmediato fue a interponerse entre ellas.

–¿Cómo es que tú...? –la voz le temblaba, le era imposible controlarse. Se acercó al muchacho que decoraba pasteles y le puso una mano contra la mejilla, el mismo calor. Él dejó de hacer su tarea, la miró extrañado pero no le dijo nada. Elwinda miró a su alrededor, ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¡Estaba rodeada de Sanguine de fuego! De repente todo el amor que sentía por esas criaturas se transformó en una ira dirigida hacia su hermano. Eran Sanguine adultos, los tenía encerrados trabajando día y noche. Lo más probable era que no conocieran más lugares que esa cocina, o esa casa–. Tú... ¡Tú no mereces tener tantos!

–¡Tú eres la que no debería tener una criatura tan noble! ¡Ni siquiera deberías intentar criar a uno!

–Drystan es perfecto –respondió, herida por el comentario de Dylen. Luego miró alrededor, todos habían dejado de trabajar y los miraban perplejos. Chasqueó la lengua, Drystan la miraba más indignado que nunca–. Ya lo conocerás, nos quedaremos unos días. Tiene ganas de explorar las estúpidas tierras donde nací. Nuestro equipaje está detrás del mostrador, ¡Pobre de ti si no nos dejas quedarnos! –su mirada se suavizó al ver que Drystan se acercaba a los demás, era la primera vez que veía a otros de su especie. Era el único que no estaba aterrorizado por la discusión.

–Lo haré solo porque tenemos que zanjar unos asuntos, pero no quiero que te quedes demasiado. Pueden usar la habitación de nuestro padre.

–Esta sí es una cálida bienvenida, ¿Eh? –sonrió de lado–. Hogar, dulce hogar. Vamos Drystan, te enseñaré la casa.

Debía admitir que le sorprendía lo bien que ella se comportaba con el chico. ¡Rayos! Qué dulce se le antojaba la mirada de aquella criatura que se dejaba arrastrar de un lado hacia otro como si careciera de voluntad propia, o como si confiara ciegamente en aquella bestia capaz de hacerle daño de un momento a otro sin sentir el menor remordimiento. Sí, era eso. Mientras estuvieron presentes, Dylen los observó todo lo que pudo. Se percató de que el lazo de confianza era fuerte, a esas alturas indestructible. Drystan la adoraba y cuándo estaban solos, ella se reía de sus ocurrencias, lo mimaba, le enseñaba cosas. A veces se peleaban, pero solucionaban rápido el conflicto. Sus personalidades se complementaban a la perfección, una relación así estaba hecha para perdurar, ¡Pobre criatura! Sufriría horrores cuando el tiempo hiciera estragos en su dueña.

Gracias a Drystan, conoció el lado oculto de su hermana y se dio cuenta de que Elwinda lo necesitaba más que él a ella: apartaba la oscuridad de su alma, la alejaba de la soledad, la hacía sentir amor hacia alguien más que no fuera ella misma. Drystan curaba viejas heridas y la mantenía a raya de manera inteligente, con paciencia, sin que ella ni siquiera se diera cuenta.

Dylen ardía de deseos de hablar con él, se veía más listo que Lennox. En las expresiones de su rostro y en lo poco que oía de él se adivinaba una personalidad culta, algo misteriosa, aunque el grueso de su magnetismo provenía de su apariencia tierna, de la curiosidad que emanaban sus ojos grises. Tenía la certeza de que no siempre sería así, los primeros signos de la adolescencia comenzaban a aflorar y al cabo de un año se convertiría en un adulto. En cierta forma le daba nostalgia, le recordaba a la crianza de sus propias criaturas. En ese aspecto comprendía los sentimientos de Elwinda, después de todo los Sanguine parecían hechos para ser amados. Lo único imperdonable era la magia. Así como su hermana le enseñaba cosas útiles, también le enseñaba magia, y eso a su parecer era algo inaceptable. La magia oscura no era para los Sanguine, eran criaturas demasiado sensibles, Drystan podría salir herido. Él siempre se había negado a practicarla, se le hacía insoportable pensar en ella. De hecho, el acto de crear a sus propios Sanguine fue un suplicio. Bastaron corazones de liebre, hierbas mágicas, un poco de su propia sangre, algunos conjuros. Tenía varios motivos para pensar que su hermana había utilizado otros elementos para el suyo.

Sus súplicas silenciosas tardaron tres días en cumplirse cuando una noche, quien le llevó el té fue Drystan, ¿Dónde estaba Lennox? Elwinda tenía prohibido acercarse a ella, pero si era la única manera en la que podía estar a solas con su muchacho, que así fuera. Lo vio dejar la bandeja con la tetera llena, una taza, una porción de pastel cortada a la perfección. Cuándo le preguntó si él lo había preparado y le respondió que no, agregó que la tetera se encontraba allí porque no sabía cuánto le apetecía beber. Drystan no acostumbraba servir a nadie, lo supo en cuánto lo vio salir de la habitación para volver con una silla. Se sentó tan cerca que Dylen pudo contemplar detalladamente sus preciosos ojos.

–Quiero que me hable acerca de Elwinda –dijo con determinación–. Todo lo que pueda.

Dylen captó un dejo de desesperación, lo hizo esperar sirviéndose un poco de té en la taza. La simple mención del nombre de su hermana le crispaba los nervios. Le echó una mirada leve y bebió un sorbo, tenía frente a sí al único ser vivo que podía quererla de verdad. Era su deber cumplir con lo que le pedía. Al fin suspiró– ¿Por qué necesitas que te hable acerca de ella? ¿Acaso no lo hace? Además, ¿De qué te serviría conocer su pasado? Solo son trastos viejos, encerrados en un ático polvoriento –de pronto se sintió como un idiota y se preguntó de dónde venía la necesidad de que Drystan le rogara algo.

–Por favor –se inclinó hacia adelante y puso la mano sobre su muñeca. Dylen sintió que una oleada de amor le golpeaba el pecho. Deseaba tenerlo bajo su tutela, enseñarle un poco de buenos modales, tal vez un oficio –. Necesito saber cómo creció, ¿Tenía amigos? ¿Se divertía? ¿Por qué se alejó de este lugar? ¿Alguna vez se sintió decepcionada? ¿Alguien le hizo daño?

–¿Cómo voy a saber esas cosas? Mi hermana es una extraña tanto para ti, como para mí – asombrado por la claridad con la que se expresaba decidió ser franco. Su conversación era fluida, llena de sentimiento, era muy interesante–. No recuerdo demasiado de nuestra niñez. A pesar de ser su favorita, mi padre la regañaba todo el tiempo. Peleaban, se decían cosas horribles, Elwinda siempre hacía lo que quería y en parte, eso le costó la expulsión del negocio, del clan, le fueron negados los beneficios familiares. Tal vez su orgullo mantuvo las heridas cerradas durante todo este tiempo, hasta que decidiste hacerla volver.

–Si insinúa que abrí viejas heridas por un simple capricho, está equivocado –cruzó los brazos sobre el pecho y se recargó contra el respaldo de la silla–. Vine a buscar verdades, información que me ayude a comprenderla, a aliviar su sufrimiento cada vez que está triste o enfadada. Suele comportarse de formas que no entiendo, desaparece sin previo aviso. La traje aquí para ensamblar piezas del pasado, ¡Quiero que sea feliz! Pero si comete los mismos errores una y otra vez, jamás lo será.

–Drystan, mi hermana nació maldita –al instante se arrepintió de sus palabras. ¿Quién era él para creerse dueño de explicaciones tan sombrías? Era una simple cuestión de soltarlo todo, pero algo en su interior lo obligaba a hacer lo contrario. Sí, tal vez ambos lo estuvieran. No obstante su maldición personal era de una naturaleza diferente: el egoísmo, la soledad infligida, pero por sobre todo la mala intención. La mirada de reproche de Drystan lo hizo desviar la propia. Se sintió avergonzado de los celos que le provocaba la situación. Una criatura tan perfecta como Drystan prendada de su hermana... ¡Era una locura! El apetito se le desvaneció y buscó su pipa, quizá el tabaco le ordenara las ideas.

–No entiendo por qué se odian tanto –la decepción era tangible en su voz–. Ambos están muy solos, no debería ser así, ¡No pueden pasar el resto de sus vidas junto a seres como nosotros, lejos de otros humanos! Deberían dejar sus diferencias de lado.

–Tú no comprendes, no sabes –respondió intentando controlar un impulso violento, pero al fin descargó toda su furia arrojando la taza contra el marco de la chimenea. El objeto se hizo añicos, los trozos alcanzaron el rincón más lejano de la habitación. Más tarde apretó la mandíbula, cerró los ojos y respiró profundo en busca de serenarse–. De acuerdo, de acuerdo... te lo diré todo, pero no esperes que sea una historia bonita –era increíble, ni siquiera se había impresionado por su reacción. En cambio recibió una mirada atenta, estaba listo para absorber toda la información posible. Sus encantos eran de otro mundo, jamás había sentido algo parecido por ninguno de sus Sanguine. Volvió a sufrir un nuevo ataque de celos, porque su hermana siempre obtenía lo mejor a pesar de no merecerlo. A medida que la conversación avanzó, decidió centrar su atención en el momento y disfrutarlo lo mejor posible, libre de sombras o fantasmas. A la par, una pequeña parte de su mente comenzó a trazar planes para poder quedarse con el chico.

Hijos del fuego, herederos del hielo

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