Читать книгу Hijos del fuego, herederos del hielo - Aimara Larceg - Страница 12
ОглавлениеVII
–Lo siento, Jace. Esta es la única que me queda –en realidad mentía. Como percibía intenciones oscuras detrás de esas compras compulsivas, necesitaba deshacerse del asunto cuánto antes. De otra manera, podía terminar involucrado en algo sin haber hecho más que proveer. Además Jace lo obligaría a volver a aquella cueva en busca de más semillas. Eran demasiados riesgos a cambio de simples monedas, ¿Qué ocurría? ¿Qué hacía con los Sanguine que fabricaba? Meter las narices en asuntos ajenos no era una de sus especialidades, pero en la mirada de Jace podía apreciarse un nuevo tipo de locura. Si aquella vez fuera la última que lo viera, mejor. En ese caso la pérdida de un cliente resultaría beneficiosa.
–Te pagaré mucho si vas por un par más. Solo un par...
–¡No! Ve tú mismo si tanto las quieres, maldita sea –Kenneth chasqueó la lengua y le dio la espalda, se colgó la bolsa de monedas al cinturón con un movimiento rápido. La insistencia de Jace confirmaba sus sospechas y tenía que irse de allí cuánto antes. A eso se disponía cuando el más alto lo tomó por las ropas para enfrentarlo, dispuesto a atacarlo con sus poderes psíquicos. Jace estaba fuera de sí, solo actuaba por impulso. Normalmente su mirada daba miedo, pero en esos momentos era peor que nunca. Semejante ira no podía ser algo de ese mundo.
–¡Aquí el cliente soy yo! ¡Quién paga todos tus caprichos, el que contribuye a mantener tu negocio en pie! –la bodega absorbía todos los sonidos, pero aquellos gritos de seguro se escucharon en todo el piso superior.
–No eres mi jefe –respondió a sabiendas de que se arriesgaba–. Si no quiero aceptar un encargo, no lo hago. Ahora suéltame o te haré daño. Un cliente menos, un problema menos –con todo, fue incapaz de verlo venir. Una combinación de la fuerza bruta de Jace y un ataque psíquico le hicieron sentir que su cráneo se partiría. Continuó resistiéndose, a pesar de que el otro fuera más fuerte. Pronto cayó de rodillas, pero Jace lo tomó por el cabello y lo obligó a mirarlo–. No lo haré –repitió. Lo último que vio fue la enorme mano de Jace acercarse a su rostro en forma de un puño.
El dolor de cabeza y el olor característico de la bodega lo despertaron. En medio de la oscuridad comenzó a buscar algo, ¿Qué necesitaba? Luz... Sí, su instinto se adelantaba unos pasos sobre su pensamiento lógico. Jace se había ido, y al parecer las lámparas de aceite junto con él. De pronto recordó la piedra en su bolsillo, esa traída del norte que iluminaba como mil demonios cuándo se la agitaba un par de veces. Un objeto curioso, por demás útil. La luz esmeralda bañó la superficie de los barriles a su alrededor. Se tocó la zona de la barbilla y vio sangre en sus dedos. Su nariz rota palpitaba como un segundo corazón. Se quedó sentado en el suelo hasta sentir que las ideas se ordenaban un poco. El asunto con Jace apenas comenzaba, la idea de su casa invadida en busca de más mercancía le provocó un escalofrío, tenía que volver cuánto antes. El dolor de cabeza empeoraba con cada movimiento, tal vez fueran heridas graves. En cuanto comprobara la situación, se bebería una poción regeneradora, mandaría a llamar a un médico y descansaría.
La casa estaba tranquila, pero la sensación de ser observado lo inquietaba. Algo moraba en las esquinas oscuras, cruzaba las estancias a las que iba, recorría lento los pasillos. Encendió las velas con éxito, sin ningún ataque sorpresa de por medio. A continuación susurró un conjuro de protección, un mecanismo muy efectivo para vencer los obstáculos mentales del miedo. Después de limpiarse la sangre seca, el dolor de cabeza continuaba allí como si alguien clavara uno a uno clavos de diferentes medidas, especialmente en su nuca.
La sensación de peligro crecía a medida que se acercaba a las escaleras, desaparecía en cuanto alcanzaba el rincón más lejano. Se preguntó si alguien lo esperaría en el piso superior, listo para atacarlo en cuanto fuera a dormir. Decidido a resolver el misterio de una vez, tomó un plato con una vela gruesa y comenzó a subir despacio. De pronto una ola de pánico hizo presa de su pecho, junto al último escalón se adivinaba una figura oscura. Era pequeña, pero con el tamaño suficiente como para detenerle el corazón. Al mirarla con más detenimiento, se dio cuenta de que era tela, y los cabellos de Shayla resplandecieron a la luz de la vela. Estaba envuelta en la capa de manera que no se le veía el rostro, sentada con la espalda contra la pared, los brazos le rodeaban ambas piernas recogidas. Kenneth se dio cuenta de que estaba demasiado quieta, quizá se hubiera dormido esperándolo. Lo comprobó al acercarse. Lo curioso era que en el espacio entre sus rodillas y su pecho, descansaba un morral de cuero gastado, ¿Cómo podía dormir en esa posición? Acercó la mano a su hombro, la energía densa provenía de ella. El éxito estaba a la vista, saquear ruinas era el trabajo perfecto para Shayla. Sonrió, sin saber que pronto comenzaría la tragedia.
Al posar su mano en el hombro, lo golpeó una serie de visiones y le faltó poco para caer por las escaleras. Su columna se resintió gracias al golpe contra el pasamanos y un dolor punzante lo acompañó durante los siguientes minutos. En el proceso había ocurrido algo. Le quitó el morral con mucho cuidado, lo abrió. La débil llama de la vela iluminó los contornos de una calavera y la tomó con las manos temblorosas. Se trataba de un objeto antiguo, del color característico de los huesos que han pasado mucho tiempo bajo tierra. Los rubíes incrustados en las cuencas de los ojos refulgieron regalándole una visión aterradora. Pasó el dedo índice por los símbolos grabados en la frente, en la actualidad solo tres personas eran capaces de leerlos. Se quedó dándole vueltas, analizándola desde todos los ángulos. La leyenda era cierta, podía sentir la magia del objeto. Se trataba de la calavera del Rey Manzur, un gobernante que había vivido en épocas anteriores a Los Primeros Magos, un círculo fundado por su nieto mucho más adelante. Se decía que su tumba estaba custodiada por tantos demonios que era imposible ingresar sin los artefactos mágicos necesarios. La dejó a un lado cuando notó que Shayla comenzaba a moverse, aún inquieto por las visiones: la misma calavera acompañada por el resto del esqueleto, con una corona dorada de piedras preciosas incrustadas, enormes ojos azules en vez de los rubíes de las cuencas. Y Shayla presa entre sus brazos, bañada en sangre. En sus ojos los rubíes de antaño pertenecientes a la calavera.
–Oye... ¿Estás bien? –murmuró al escuchar que se quejaba–, ¿Qué sucedió? –al tocarle el hombro las imágenes volvieron a aparecer. Armado de valor evitó el engaño de la ilusión y tiró de la capucha hacia atrás, pero al instante se arrepintió. Shayla tenía la mitad del rostro y el cuello en carne viva, como si alguien le hubiera arrancado la piel. Un ojo color rojo intenso se posó en él y volvió a bajar la cabeza–. ¿Qué sucedió? –repitió la pregunta mientras intentaba tomarle el rostro, pero ella le apartó las manos.
–Jamás volveré a trabajar para ti –le dio un puñetazo en el pecho, luego el enojo se transformó en una profunda tristeza y lloró. Kenneth la acurrucó contra su cuerpo, preguntándose por qué se le había ocurrido que era buena idea enviarla allí.
–Lo arreglaremos. Conozco a alguien que puede ayudarte, vas a estar bien –el temblor de sus manos se esparció al resto de su cuerpo. Shayla estaba poseída, tal vez algún artefacto fallara o se hubiera metido en una zona demasiado peligrosa para sus capacidades como bruja. La cabeza le dolía más que nunca, pero no era el momento para andar quejándose por estupideces–. En cualquier instante podría volver a buscar lo que no le he dado –susurró para sí mismo, en referencia a Jace.
–En el mundo existen problemas graves, pero no te importan hasta que te ocurren a ti –los ojos volvieron a llenársele de lágrimas–. Él también va a regresar. Cuando alrededor comienza a oscurecerse, cuando escuchas su risa en la lejanía. Llega, te susurra al oído qué hacer... ¡Y ese olor! ¡Huele a muerte!
–Estarás bien –la ayudó a ponerse de pie. Necesitaba mantenerla en un lugar seguro. Si algo tan peligroso moraba en su interior, tal vez necesitara amarrarla. Además estaba el asunto de Jace, ¡Le iba a explotar la cabeza! Y si el demente hacía lo que él pensaba, sería de manera literal.
Se decidió por el piso de arriba. Tras asegurar los postigos, cerrar la puerta de entrada bajo dos vueltas de llave y constatar que el acceso al depósito fuera invisible, fue al cuarto de huéspedes dónde había encerrado a Shayla. Estaba agotado, necesitaba descansar. A pesar de ser una ladronzuela y de que su relación fuera puramente de negocios, un sentimiento humano de piedad surgió al verla. Algo de lo que él mismo se sorprendía, puesto que lo único que últimamente le interesaba era su propio bienestar. Tomó pergamino y pluma, redactó un mensaje breve para Elwinda, con un poco de suerte lo leería esa misma noche. El puesto de correos se encontraba a pocos metros de la casa, se aseguró de que Shayla comprendiera que volvería pronto. El mensajero partió después de una paga jugosa. Todas sus cartas estaban sobre la mesa, Elwinda era su única alternativa. Confiaba en sus habilidades y su conocimiento más que en nada en el mundo. Ella sabría qué hacer al respecto, sin importar cuánto tuviera que sacrificar. Tras echar una mirada a los alrededores, volvió a casa con la idea de preparar algo ligero de comer. Shayla necesitaba conservar las fuerzas, era indispensable mantenerla despierta y en calor hasta que Elwinda se hiciera presente. También le daría un paño limpio y agua caliente para que se quitara la tierra del rostro o las manos.
Al ingresar en la habitación, la encontró acurrucada contra la cabecera de la cama. Se había puesto la capucha de la túnica y lloraba en silencio. Estaba destrozada de maneras incomprensibles, solo ella conocía los tormentos vividos. Le dejó el recipiente con agua, el paño limpio. Luego de corroborar que todo estuviera bien, se sentó al borde de la cama, preguntándose qué debía hacer a continuación. La observó detenidamente, había algo extraño en su forma de actuar y pronto se dio cuenta de un fenómeno característico en las personas poseídas: la luz. Shayla evitaba el resplandor de las velas. Para no incomodarla apagó la mayor parte de ellas. Momentos después ella se retiró la capucha de la cabeza y miró alrededor. Se movía despacio, como si le costara trabajo hacerlo. La dejó sola en cuanto comenzó a limpiarse el rostro. Le habría gustado que comiera.
Al parecer Elwinda no se encontraba en casa. El dolor de cabeza desapareció de manera gradual, no obstante, el lugar donde Jace lo había golpeado continuó palpitándole. A veces cuando se tocaba la nariz de manera accidental, se le escapaban las lágrimas. En cuanto los problemas estuvieran resueltos, vería a un médico.
A medianoche algo pesado impactó contra el piso superior, le siguieron los gritos de terror de Shayla. En un santiamén estuvo allí, bajo la misma sensación de ser observado, pero por su propia salud mental decidió restarle importancia al asunto. Todo tenía como raíz el mismo problema, aquel ser invisible tenía la fuerza suficiente para mover y voltear muebles pesados. Después de constatar que estuviera bien, enderezó la pesada cómoda, apagó las velas desperdigadas por el suelo y se sentó en el borde de la cama. Estaba aterrorizado, pero alguien necesitaba mantener la situación a raya. Aovillada contra la cabecera de la cama ella repetía que «estaba cerca», ¡Por supuesto estaba cerca! Justo detrás el marco de la puerta, aguardando el mejor instante para volver a actuar. Por suerte no lo veía. Las imágenes de la calavera con la corona intentaron volver a su mente, pero las espantó pensando en cualquier otra cosa. E hizo lo único que quedaba por hacer. Comenzó a repetir una y otra vez un sortilegio de protección, palabras antiguas heredadas de su abuelo, que de niño le ayudaban a espantar monstruos y pesadillas. Quizá fueran las susodichas, o la fe con la que las pronunció, pero al poco tiempo todo volvió a la normalidad.
–Tranquila, por ahora se ha ido –le dijo mientras le ponía una mano en el tobillo–. Siempre que estés en peligro y por alguna razón no pueda ayudarte, repite estas palabras: Alejo con la luz de mi magia a todo lo que provenga del Reino de las Sombras.
–Tarde o temprano volverá –la pobre temblaba como una hoja–. Y esta vez me atrapará. Me lo advirtió, ¡Me lo advirtió!
–Intentaremos soportarlo hasta que llegue la ayuda –ya ni siquiera le importaba cómo podría interpretarse aquello, estaba involucrado en el asunto. Iba más allá de la culpa, por primera vez en su vida quería ayudar desde lo profundo de su corazón. A fin de cuentas sentirse así de humano no tenía desperdicio. Ella volvió a llorar, estaba aterrorizada. Armado de toda la paciencia del mundo fue a sentarse contra la cabecera de la cama y la acurrucó contra su cuerpo. Permitió que llorara todo lo que quisiera, a veces se calmaba, otras simplemente se estremecía en silencio. Así fue como sin siquiera darse cuenta, se quedó dormido.
Despertó confuso bajo un peso que apenas le dejaba respirar. Al tomar conciencia de lo que sucedía, lo invadió una ola de pánico. La vela más gruesa era la única en pie, su luz mortecina creaba monstruos en los rincones más oscuros. Ella estaba encima, pero el peso no correspondía al de un cuerpo humano normal. Algo en su respiración hizo que su corazón comenzara a latir desbocado, hasta el punto de parecer un martillo contra su pecho. Más que una respiración, era una serie de jadeos propios de una criatura del inframundo. Tragó duro, tenía la garganta seca. Se preguntó si se habría percatado de que estaba despierto. Al siguiente instante se delató, las influencias de esa criatura para robar energía vital trabajaban a través del deseo sexual infundido. Volvió a sentir una nueva oleada de su poder, el mismo se esparcía por sus venas hasta llegar al último rincón de su cuerpo. Una risa le erizó los vellos de la nuca, definitivamente no era Shayla. Se armó de valor para detener el movimiento sugerente que había comenzado a hacer con sus caderas sobre las de él y miró al terror directamente a los ojos. El ojo rojo, ardía como un carbón encendido. El otro tenía la pupila tan dilatada que se veía negro. La zona herida del cuello y el rostro se había extendido, supuraba en algunas partes. Lo peor de todo era la sonrisa de dientes puntiagudos, producto de una ilusión, o de cualquier otro factor que escapaba a su entendimiento.
–¡Ya basta! –intentó quitársela de encima, aunque parecía imposible. Mientras más se esforzaba, más fuerte lo sujetaba. Al sentir que le absorbían la vitalidad, el terror comenzó a surgir desde un lugar desconocido hasta entonces. La criatura volvió a reír y acercó su rostro hasta que pudo ver al detalle las pupilas. Quiso gritar cuando le lamió una mejilla–. Detente –le rogó, con la poca voluntad que le quedaba.
–¿Por qué quieres que me detenga? –en definitiva era la voz de Shayla, pero si agudizaba el oído podía escucharse una segunda–. Tu mente no dice lo mismo, puedo verlo. La deseas, ¡Aunque sea una mocosa! –una risa más estridente que la anterior le dañó los oídos–. Puedo ver todo lo que tratas de ocultar aquí –un dedo rígido como la roca le acarició la sien derecha.
Se había metido en el lío más peligroso de toda su vida. La criatura le tomó las manos y las colocó sobre los pechos de ella, él intentó apartarse y recibió un golpe de revés que por poco no lo hizo desmayarse. Pronto el sabor metálico de la sangre le inundó la boca, si creía que ya tenía bastante con los golpes estaba equivocado. Su mente trabajaba en dos planos diferentes, una parte le impulsaba a continuar pensando en un plan de supervivencia, la otra recitaba una y otra vez las palabras mágicas que antes habían funcionado para ganar tiempo. Esto último enfureció al demonio, el cual lanzó otro golpe. Tras una lucha inútil por evitar que volviera a absorberle la energía, se quedó inmóvil y permitió que hiciera lo que deseara. Con los ojos cerrados, percibió cómo un par de puertas se abría en los confines más oscuros de su mente.
Su tormento personal duró una eternidad, y los sonidos quedaron grabados a fuego en su mente. Apenas le quedaron fuerzas para pensar en lo que vendría. Lo que más le hería era la pérdida, las consecuencias, lo inevitable. Con la llegada de la luz la criatura pareció debilitarse hasta desaparecer, y exhausto como se encontraba reunió el coraje necesario para buscar algo con qué amarrar el cuerpo de Shayla. Tenía que hacerlo por su propio bien o no sobreviviría para contarlo. Ella permaneció inconsciente durante el resto del día. Tras volver a enviar un mensaje urgente a Elwinda, se quedó sentado a los pies de la cama sin poder dejar de observarla. Lo trastornaba profundamente la idea de perderla para siempre.
La llegada de la noche trajo un nuevo episodio demoníaco mitigado por las amarras de cuero hechizadas. Mientras la criatura le exigía a gritos que la liberara, él cerró los ojos preguntándose en dónde estaría su salvadora.