Читать книгу Hijos del fuego, herederos del hielo - Aimara Larceg - Страница 13
ОглавлениеVIII
A Elwinda le fascinaban todos los Sanguine de su hermano. Adoraba su inocencia, eran seres libres de cualquier tipo de maldad. Quería motivarlos a aprender cosas nuevas, a desarrollar pensamientos propios, enseñarles a cuestionárselo todo. En especial le interesaba Lennox. Además de ser la primera Sanguine hembra que conocía, era una criatura hermosa e inteligente. Su cabello era más suave que el de Drystan, sus ojos expresaban una perfecta mezcla de curiosidad y miedo. Observarla resultaba placentero, incluso la hacía dudar de su propia curiosidad científica, ¿Era deseo lo que suscitaba en ella cuándo sus miradas se encontraban? Quería investigarla a fondo.
Los Sanguine adultos eran fantásticos y había mucho material por explorar, ¿Cómo sería la composición sus cuerpos? ¿Habían sido creados a partir de materia orgánica humana o animal? ¿Qué había con la materia mágica? ¿Sentirían deseo sexual? No se reproducían como los humanos, no lo necesitaban, sin embargo las dudas estaban allí punzándole el cerebro. Gracias a la mano del mago utilizada para crear a Drystan, este tenía un cuerpo similar al de su especie. En cambio, las criaturas de Dylen continuaban siendo un misterio.
Por otro lado estaba el asunto mágico. Esa noche se dirigió en su busca con el mazo de Cartas del tiempo al bolsillo. Todas las criaturas vivas tenían un destino y ella moría por saber qué le dirían las cartas que eligiera. Su libreta de notas estaba repleta de preguntas cuyas respuestas hallaría esa misma noche. La encontró preparando el té para el idiota de su hermano. Estaba espléndida como siempre. Se había cepillado el cabello y lucía un vestido precioso con motivos florales en la falda, la prenda denotaba quién era la favorita de su hermano. Sus manos de dedos finos y pálidos eran preciosas, con solo echarles un vistazo sintió que su corazón volvía a latir rápido. Era como un hechizo, efectivo y directo. Se acercó a ella a paso firme, con Drystan pisándole los talones. Enseguida lo envió a él con la bandeja del té y le indicó que luego se fuera a dormir. Ella estaría ocupada con asuntos personales, se le uniría más tarde. Cuándo Drystan desapareció por la parte superior de la escalera, la abordó con una pregunta, ¿Alguna vez su hermano le había permitido conocer el mundo? Por supuesto, la respuesta fue negativa.
–Hay miles de lugares increíbles allí afuera, ¿Sabes? –comenzó a explicarle. Tuvo el impulso de acariciarle el cabello, pero se contuvo y se limitó a contemplarla. Así fue como llegó a la conclusión de que los Sanguine adultos poseían un magnetismo que impedía dejar de verlos, tal vez una característica natural para generar una dependencia por parte de su amo–. Lugares interesantes, algunos aún por descubrir, ¿No te da curiosidad? –al instante vio la duda reflejada en su rostro, sonrió leve, ¡Qué fácil picaba el cebo!–. ¿Qué edad tienes? No lo recuerdo...
–Tengo cuatro años de edad, señorita Dirkon –respondió, y se sobresaltó cuando Elwinda le posó el dedo índice sobre los labios.
–Te dije que me llamaras Elwinda –dijo ella sin afán de intimidarla. Luego sacó el mazo de cartas mágicas del bolsillo. Entretanto las mezclaba, continuó hablando para evitar perder su atención–. ¿Quieres saber si algún día visitarás alguno de estos lugares? Yo puedo decírtelo, con esto –extendió las cartas boca abajo sobre la mesada formando un abanico–. Todas las criaturas tienen un destino, nacieron para algo. A este oráculo no se le escapa nada.
–Esto... –murmuró con los ojos clavados en las cartas–, esto es magia –continuó, como si fuera una palabra prohibida.
–Bueno, podría decirse que sí –se recargó con los codos sobre la superficie, aún estaba cálida gracias al fuego utilizado para calentar el agua del té–.Tienen voluntad propia. Si logras conectar con su esencia, depositar tu confianza en ellas, te guiarán, ¿Y bien? Respira profundo, concéntrate, elige trece cartas. Las que más atraigan tu atención, pero no las mires. Solo señálamelas y yo haré el resto –la miró expectante, su comportamiento era exquisito. Estaba aterrada por la simple idea de ser descubierta, pero la curiosidad y la necesidad de probar cosas nuevas afloraba como un pimpollo en primavera. Lennox miró varias veces hacia el hueco de la puerta que llevaba hacia las escaleras, y al final tras un bufido, se acercó para elegir las cartas. Una pequeña victoria de la que Elwinda se enorgulleció.
La tirada resultó interesante: El búho. El abismo, invertido. Las cadenas rotas. El corazón atravesado por la espada. El viajero. La luz y la oscuridad entrelazadas. La semilla latente. La madre tierra, invertida. El lobo blanco. La luna de sangre. El árbol sagrado. Las espadas cruzadas, invertida. El guerrero.
Hacía tiempo existía un cuestionamiento, ideas profundas que jamás se expresaban gracias a la represión por parte de su hermano. Lo sabía bien, Dylen era el tipo de personas que aplicaba las mismas reglas con todo el mundo, él incluido. Las cartas servían para confirmar sus sospechas. Respiró profundo y se tomó su tiempo para hablar:
–Tu corazón está dividido entre dos posibilidades, te agrada estar aquí, pero también te da curiosidad el mundo más allá de estas paredes. Esto es algo reciente. Hay un miedo a lo nuevo, pero es normal. Tras un enfrentamiento entre dos ideas, todo será superado. Y cuándo sea el momento, sabrás decidir tus próximos pasos. Los elementos están allí, al alcance de tus manos. Con el paso del tiempo tus decisiones cambiarán, tu pensamiento cambiará, pero es algo por lo que no debes lamentarte. Ya lo verás, porque El Búho te guiará con su sabiduría. Por más que intentes negarlo, ni siquiera eres la misma persona que ayer. Esos cambios se acumulan en el corazón y el alma, van modificándonos sin que nos demos cuenta. El árbol sagrado te bendice, cuida de ti y te acompaña desde las sombras.
Ella se quedó en silencio, su mirada poseía un brillo especial que denotaba la velocidad a la que su mente procesaba las cosas. Gracias a las características de su especie existía una ventaja natural que a Elwinda le permitía influenciarla. A veces las palabras eran mucho más poderosas que la magia y lograban efectos a mayor plazo. También miró las cartas, acarició la imagen del lobo blanco. El peligro, pero la fortaleza para enfrentarlo de la mano del guerrero, ¿Qué clase de peligros podrían amenazar la existencia de una criatura tan maravillosa? Lennox no encontraba palabras para expresar el caos de su mente, Elwinda podía verlo con total claridad. Y de pronto su mirada reflejó una tristeza profunda. Era el límite, a partir de ese momento podría ocurrir cualquier cosa.
Para evitar asustarla se le insinuó despacio, con tranquilidad. Al poco tiempo ya tenía las respuestas a todos sus interrogantes. Supo que debido a su predisposición biológica, o gracias a la materia con la que estaban hechos, los Sanguine adultos respondían a estímulos físicos como cualquier otra criatura. En parte creía que nada tenía sentido, en parte le fascinaba y deseaba más. La experiencia volvería a repetirse, lo sabía gracias a la dependencia emocional desarrollada por la criatura. En ese sentido era igual a Drystan, cuando alguien con quien conectaba la abandonaba, sufría. Sin embargo necesitaba descansar y controlar que su hermano no se hubiera acercado a su protegido. Dejó a Lennox allí, tendida en el suelo de la cocina con el vestido a medio colocar y se dirigió escaleras arriba.
Drystan dormía. Se lo veía más pequeño de lo que era gracias a las proporciones de la cama. Se recostó a su lado y le acarició el cabello, luego le miró el rostro con detenimiento, tenía lágrimas secas. Se giró despacio para apagar la vela y en la penumbra siguió el recorrido con el dedo índice hasta la mandíbula. Drystan se agitó en sueños, momentos después comenzó a despertarse. Eso era nuevo, pesadillas...
–¿No vas a acostarte? –inquirió al notar que ella estaba vestida, incluso con las botas puestas.
–Aún no, solo te veía dormir –volvió a recorrer el camino de las lágrimas secas–, ¿Otra vez estuviste llorando? Estuve aquí todo el tiempo –se sorprendió cuándo Drystan comenzó a llorar.
–Lo siento, hice algo... algo que no debía –intentó secarse las lágrimas con el dorso de las manos, pero las mismas salían a raudales–. Desobedecí tus órdenes. En vez de dormir, tuve una conversación con Dylen. Lo siento.
Ella sabía cuál era el problema, y de repente sintió que la ira volvía a apoderarse de su pecho. Era increíble. No se detenía hasta no obtener lo que deseaba. Y Dylen por supuesto habló. Era muy propio de él. Notaba la manera en la que veía a Drystan, lo quería para él, haría cualquier cosa con tal de ponerlo en su contra. Lo mantuvo entre sus brazos, sin mover un músculo. Drystan estaba tan triste como aterrorizado, la energía que emanaba su cuerpo era insoportable.
–Te prohíbo que vuelvas a hablarle –dijo al cabo de un tiempo, cuando por fin pudo serenarse–. Si te acercas a él de nuevo, te castigaré, ¿Querías saber acerca de mí? Has hablado con la persona correcta. Así que ahora vas a soportar esa carga, a intentar dormir y a dejarme en paz, porque necesito hablar con Dylen.
–Fue mi culpa, ¡No le digas nada! Yo lo obligué a hablar –su desesperación hizo que a Elwinda se le derritiera el corazón. Lo apretujó y lo acomodó para que durmiera, dándole suaves caricias en el cabello. Drystan tardó mucho tiempo en dormirse, a veces le apretujaba los puños en la camisa y se ponía tenso gracias a pesadillas de las cuales despertaba al poco tiempo. Luego volvía a caer en un estado pacífico del cual ante el mínimo ruido se sentaba en la cama sobresaltado. Cuando estuvo segura de que no volvería a despertarse abandonó despacio la cama para buscar su libreta de notas, un tintero y una pluma. Quedaban dos opciones: ir en busca de su hermano para anunciarle que ni bien amaneciera se iban, además de darle un buen sermón y preguntarle qué rayos le sucedía para haberle hablado a Drystan de su pasado; o echarle un vistazo a su vieja habitación, la cual tras una inspección rápida el día anterior encontró llena de trastos inservibles. Sí, su antigua habitación ahora era un lugar donde acumular la basura, ¡Vaya ironía!
Por supuesto, Dylen estaba despierto. En un comienzo se negó a recibirla, pero bastó con hacerlo a un lado para pasar y tomar asiento en una silla desvencijada donde su madre les había dado el pecho a ambos. Era extraño que aún la conservara, ¿Qué clase de sujeto se aferraba a esa clase de cosas? Él le dedicó una de esas miradas cargadas de resentimiento, pero no dijo nada.
–Han pasado muchos años y sigues aquí, haciendo las mismas cosas...
–Ve al grano –interrumpió gélidamente sus palabras, para darle a entender que no era bienvenida.
–Quiero llevarme a Lennox conmigo durante un tiempo, te la devolveré cuando lo crea conveniente.
–Imposible –respondió, sin darle oportunidad de continuar–. Si quieres un Sanguine hembra, fabrícalo con tus propias manos. Lo único que vas a lograr llevándotela es arruinarla. Además ella es indispensable para dirigir la pastelería.
–Los Sanguine no están hechos para ser esclavos de un negocio –quería utilizar un tono amable, pero la manera de dirigirse a ella era insolente y comenzaba a hacerle perder la paciencia.
–Para tu información, los Sanguine han servido a la humanidad durante siglos. Para ser exactos, más de quinientos años –Elwinda tenía algo que lo impulsaba a despreciarla, era una sensación tan natural como cualquier otra. Una parte de él sabía que era injusto, sin embargo no era el momento de tomar el consejo de Drystan.
–Lo sé. He leído mucho acerca de ellos, los investigo... ¿Por qué necesito darte tantas explicaciones? La necesito, no puedes negármela.
–Claro que puedo, y lo haré. Para llevártela vas a tener que pasar sobre mi cadáver. Aléjate de ella, y del resto de mis criaturas, ¿Crees que no sé cuánto esperas una mínima distracción para mantener contacto con ellos? Eres un demonio enfundado en una piel bonita. No vas a hacer lo que se te antoje con ellos.
–Cuándo hablas así suenas igual a nuestro padre –esta vez se le escapó una risa que ahogó con una mano, si tan solo supiera... Estuvo a punto de responderle con un comentario jocoso, pero algo la distrajo: la visión fugaz de una sombra en el espejo. Volteó hacia él sorprendida–, ¿Aún no lo has aceptado? ¡Maldito seas, Dylen! Si no lo haces, lo haré yo.
–Adelante, hazlo –buscó su pipa para encenderla. Si quería quedarse con el espíritu familiar para continuar haciendo de las suyas, que lo hiciera. El espíritu familiar era una entidad presente en su clan desde el origen de los tiempos, heredado de padres a hijos, servía al amo de turno para potenciar sus poderes mágicos y brindar protección. Una vez muerto su padre, había quedado libre por completo. No dejaba de acosarlo y perseguirlo para comenzar el pacto. Su principal característica era que solo obedecía a los hombres, se alimentaba de su energía vital hasta consumirla por completo, como lo había hecho con su padre, con su abuelo, y todos los hombres pertenecientes al clan. No creía que su hermana pudiera con él, de todas maneras le daba igual.
–Ese es tu problema y tu ruina, Dylen. Naciste en la senda oscura y jamás podrás borrar ese hecho. Está en tu sangre, los Dirkon siempre fuimos magos oscuros poderosos. Dentro de ti la magia permanece latente, esperando a que la liberen. Tarde o temprano tendrás que hacerlo y no habrá vuelta atrás. Cuando te des cuenta de lo poderoso que eres, tu visión de la vida cambiará.
–Estupideces –murmuró para sí mismo. Cerró los ojos y se frotó los lagrimales con dos dedos. La necesitaba lejos. Tras un suspiro encendió la pipa y se levantó despacio–. Te doy tres días para empacar tus cosas e irte a otra parte, ya no te quiero aquí. Intentas corromper a mis muchachos, a mí mismo. Eres insaciable...
–Libre, querrás decir –también se puso de pie, sosteniendo las cosas a la altura de la cadera.
–Eres una Dirkon hecha y derecha –dijo después de una calada a la pipa–. Esta sangre maldita debe morir con nosotros. Te alejarás de aquí y no volverás, la decisión de mi padre de negarte todo título o propiedad sigue en pie. Tampoco recibirás dinero. Aunque puedes hacer lo que quieras con el espíritu familiar, eso no me molesta –caminó despacio hasta situarse frente al fuego, dándole la espalda–. Qué pena siento por Drystan, me compadezco de él. No sé qué le hiciste para que te adore tanto, pero no te lo mereces. Estar contigo será su ruina.
–A veces pienso que sería genial haber crecido con alguien que me apoye. Pero eso es imposible, jamás cambiarás –se retiró de la habitación, ya no importaban los temas pendientes. Su hermano jamás cambiaría, que se pudriera allí con sus muebles antiguos, sus costumbres añejas y sus ideales obsoletos. La ruina estaba allí, en ese lugar en donde el tiempo jamás avanzaba.
Su vieja habitación le supuso un trabajo físico agotador, pero después de dejar el pasillo repleto de muebles consumidos por los insectos y la humedad, por fin pudo distraerse anotando observaciones acerca de la experiencia con Lennox y respondiendo preguntas que en esos momentos se le hacían estúpidas: «¿Por qué los Sanguine tendrán una anatomía similar a la humana, incluyendo los órganos reproductores, si no los necesitan?», «¿Las hembras Sanguine sienten las mismas emociones que los machos?», «¿Existirá alguna manera de conectar con ellos más allá de los lazos emocionales?», «¿Pueden los Sanguine hembra ser estimuladas eróticamente? ¿Y qué hay de los machos? ¿Qué sentido y finalidad tendría esto?». Aquellas y otras preguntas fueron respondidas con calma hasta que todo rastro de enfado desapareció. Cuando terminó, cerró la tapa del tintero, colocó la pluma dentro de la libreta y se puso a revisar sus viejas pertenencias. Se llevaría la mayoría: libros antiguos, artefactos mágicos, el pequeño laboratorio de pociones, los frascos en donde aún se conservaban minerales o plantas mágicas. Con un poco de suerte, todos volverían a ser funcionales. Además a Drystan le fascinarían los libros. En algunos de ellos aún se podían ver las viejas anotaciones de una Elwinda aprendiz de magia joven, rebelde, llena de interrogantes. Leyó algunas con nostalgia y se dio cuenta de cuánto tiempo había pasado. Al abrir un libro de necromancia, un mensaje la hizo sonreír: «Con amor, para Elwinda, cuya curiosidad no tiene límites, ¡Feliz cumpleaños! ¡Ánimos! Ambos lo lograremos, tengo mucha fe en ti. Jace.»
Jace... La melancolía la invadió. Lo último que supo, era que comenzaba a convertirse en un coleccionista asiduo de artefactos mágicos. Para ese entonces su relación estaba rota, ni siquiera se hablaban. Él ya era feliz con otra muchacha y se había olvidado de ella. Qué irónico era pensar que las personas solo eran felices luego de superarla. En ese entonces, ella aún era una criatura inocente que no conocía el peso de esa maldición. Quizá Dylen tuviera razón, tal vez con el paso del tiempo se hubiera convertido en un demonio enfundado en una piel bonita. Suspiró. Las cosas no se empacarían solas y el tiempo le pisaba los talones.
Metió los artefactos mágicos junto al laboratorio de pociones en un baúl de madera y le aseguró la tapa con unas correas. Sujetó los libros apilados de manera que no pesaran tanto. Aseguró las tapas de los frascos que contenían minerales y los metió en una pequeña bolsa de tela. Al terminar solo quedó una cosa por hacer, se dirigió al espejo más cercano en busca del espíritu familiar. Drystan aún dormía plácidamente.