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He ahí, hermanos de las colinas y de las ciudades, que la República celebra sus grandes fiestas, las fiestas pascuales de su liberación.

Claros son los días y dulces las noches en que se elevan las laúdes en memoria de los héroes; hacia el cielo –blanco y azul como la bandera– suben voces de júbilo. Anímanse de flores las praderas y de verdes siembras la campiña.

¿Recordáis cuando tendíais, allá en Rusia, las me­sas rituales para glorificar la Pascua? Pascua magna es ésta.

Abandonad vuestros arados y tended vuestras mesas. Cubridlas de blancos manteles, sacrificad los corderos más albos y poned el vino y la sal en au­gurio propicio. Es generoso el pabellón que ampara los antiguos dolores de la raza y cura las heridas como venda dispuesta por manos maternales.

Judíos errantes, desgarrados por viejas torturas, cautivos redimidos, arrodillémonos, y bajo sus plie­gues enormes, junto con los coros enjoyados de luz, digamos el cántico de los cánticos, que comienza así:

Oíd, mortales..

Buenos Aires, año del primer Centenario Argentino.

Los gauchos judíos

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