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Los impunitas, desde Alejandría hasta Medellín

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Cirilo, obispo de Alejandría (una ciudad del antiguo Imperio Romano), es un santo por partida triple. Es reconocido y exaltado como tal por la iglesia Católica, la iglesia Ortodoxa y la Copta. Un patriarca ejemplar que murió en olor de santidad y sin el más mínimo remordimiento el 27 de junio del año 444.

El historiador Hans von Campenhausen lo describe como un hombre autoritario, violento, astuto, convencido de la grandeza de su sede y de la dignidad de su ministerio. Expresa el historiador que Cirilo siempre consideró justo aquello que le era útil a su poder episcopal y que la brutalidad y falta de escrúpulos con que llevó su lucha nunca le crearon problemas de conciencia.

Cirilo defendía la “verdad”. Una verdad contraria al pensamiento de Hipatia, mujer hermosa y de gran talento, la hija más amada de Teón, bibliotecario de Alejandría. A ella se deben textos trascendentales como el Comentario sobre la aritmética de Diofanto y otro sobre las Crónicas de Apolonio.

Filósofa, geómetra, investigadora de la ciencia, fue secuestrada por una muchedumbre de monjes devotos seguidores de Cirilo, quienes la llevaron a la iglesia de Cesario, en donde fue golpeada brutalmente, apedreada, le arrancaron los ojos y la lengua, le sacaron los órganos y los huesos y luego quemaron sus restos. Destruyeron su obra y la borraron de la faz de la tierra.

El crimen de Hipatia quedó impune. Cirilo sobornó al investigador Edesio, quien no pudo esclarecer la verdad de lo ocurrido, ni quiénes fueron los instigadores.

Impunidad es una palabra extraña que, la mayoría de las veces, está asociada al poder, a la corrupción y al fanatismo. Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América. Y, en Antioquia y Medellín, sí que hemos oído hablar de impunidades.

Oímos del Proyecto Cultura que lucha contra la impunidad de los crímenes del franquismo, escuchamos que Israel goza de impunidad permanente por sus crímenes de guerra, leemos sobre la historia de la impunidad en Argentina.

Y también nos llegan ecos de la impunidad contra los crímenes de periodistas en Brasil, y sabemos que nuestros indígenas claman, por citar un caso, contra la impunidad con la masacre de El Naya (Cauca).

El impune, como ocurre con Cirilo, no tiene castigo, nadie lo juzga. Ni él ni quienes lo defienden aceptan razones, porque ejercen sus actos con una pasión exacerbada, tienen una relación desmedida y tenaz con su verdad. Adhieren de manera incondicional a sus razones, lo que hace que se comporten de manera irracional.

Son fanáticos. Están convencidos de que su verdad es la única válida y menosprecian las opiniones de los demás. Cuando el fanático accede al poder, desarrolla un sistema para imponer sus creencias, castiga a los opositores y llega a matarlos.

El coronel Plazas [Luis Alfonso Plazas Vega], por ejemplo, es responsable por la desaparición de doce personas que salieron vivas del holocausto del Palacio de Justicia. Hay pruebas documentadas. Pero quienes lo defienden no admiten razones. No hay allí un crimen, ningún exceso. Su abogado defensor dice que ni siquiera hubo desaparecidos.

Qué coincidencia, por ahí hay un arzobispo diciendo que los campos de concentración y los hornos crematorios en la Segunda Guerra Mundial nunca existieron. Sí, hay ceguera en el fanatismo. La mala noticia para ellos es que 1600 años después, Hipatia sigue viva…

Impunidad es también una palabra que recorre la historia del mundo y de nuestra América.

18 de septiembre de 2010, periódico El Tiempo

Por llevar la contraria

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