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Medellín de revolución cultural
ОглавлениеMire los efectos colaterales que desencadena el dengue: Tirado en la cama este martes como a las cuatro de la tarde, me encontré en la televisión a la muy querida Lucía González en compañía de Alberto Correa, hablando de la cultura en Medellín.
Y entonces aprendí que el acto creativo aún camina por las calles de las barriadas populares, expresándose en música, en teatro, en artes plásticas. Y supe que los nuevos espacios de las bibliotecas se llenan todos los días de público popular dispuesto a nutrirse de las más diversas manifestaciones del arte. Y que los auditorios de las conferencias también se llenan, y que quienes visitan los museos hoy son visitantes de los sectores populares, y que lo que los pelados están haciendo en las comunas es francamente formidable.
Que hay allí, en esas calles, un reverberar creativo, una revolución estética, una explosión de colores y de formas, que nadie se alcanza a imaginar. Bueno, “nadie” es un decir. Allá en la barriada todo el mundo lo sabe y lo vive. Los que no lo sabemos somos los del otro lado.
Lucía confesaba, con una especie de sentimiento encontrado (entre la emoción y el desencanto), que la época en la que la cultura era un disfrute y un ejercicio de las élites ha desaparecido.
El desencanto, porque esos tiempos en los que la dirigencia industrial era culta, y que los conciertos movilizaban a los señores y a las señoras encopetadas, ya desaparecieron.
Desencanto porque ya los yupis tienen otros intereses. La cultura no los convoca. Lucía dice algo parecido a que esta nueva dirigencia pareciera caminar por el mundo presa del desencanto.
Emoción porque ahora, la cultura es popular. Sus expresiones, sus respuestas, su público, son populares.
Y entonces empieza uno a reflexionar con cierto sentimiento de pánico, que es cierto, que hay una tal desidia entre la gente joven de estratos altos por todo lo que la rodea, que están tan sumergidos en sus microcosmos, tan engolosinados con el Parque Lleras, tan embebidos en la búsqueda del dinero rápido, que lo que se está configurando ahí es un síntoma de decadencia con ribetes de amenaza.
Esa especie de autismo que implica dar la espalda a la realidad, ese ejercicio desesperado de la “alegría” a como dé lugar, la “euforia perpetua” de la que habla Pascual Bruckner, esa obligación moral de ser dichoso porque todo se puede comprar (unas nalgas, unas teticas, el bótox, mi carro es más grande que el tuyo, parce, uy qué rumba) tiene un precio: la imbecilidad colectiva.
Siéntese a escucharlos sin prejuicios. Escúchelos y sorpréndase de qué hablan, cuáles son sus temas de interés, sus reflexiones. Hay una superficialidad tan arrasadora, una banalidad tan contundente, una estupidez tan rampante, que usted empieza a sentir escalofríos y la sensación cierta del no futuro.
Es ahí cuando las afirmaciones de Lucía y de Alberto, en el programa del que hablo, se convierten de repente en una voz de esperanza. No, no todo está perdido, porque la ciudad vive su revolución cultural. Y si la cultura se agita en las esquinas, se agitan también los pensamientos, para darle razón a Savater, “los humanos nos reconocemos como humanos, porque somos capaces de pensar juntos”.
Un ejercicio que no parece estar agitándose por el Lleras [el parque] y por las transversales… ¡Qué dolor!
14 de agosto de 2010, Periódico El Tiempo