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La ciudad a lo lejos

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Hubo un tiempo en que las huertas se extendían hasta allá al fondo, la tierra buena es buena y no faltan fuentes por aquí…

José Saramago [1922 – 2010]

Ya no son unos pocos excéntricos, profesores universitarios, locos, intelectuales y poetas los que tomaron la determinación de irse lejos, a Santa Elena, por ejemplo, a construir o alquilar una pequeña cabaña para vivir en contacto con la naturaleza.

Ahora, las poblaciones del oriente cercano como El Retiro, La Ceja y Rionegro ven la acelerada transformación de sus zonas rurales merced a la construcción de casas y unidades cerradas, a donde personas de la más variada índole van llegando con sus bártulos, y no con la intención antigua de pasar allí el fin de semana, sino para quedarse.

Cambió el perfil. Ahora son hombres de negocios, empresarios, ejecutivos, profesionales independientes, jubilados, en fin, una tribu variopinta la que emigra y para quien Medellín se convierte entonces en un interrogante: ¿será acaso y apenas un referente, un punto de trabajo, un destino obligado al que hay que ir por razones de negocios, la ciudad en donde viví?

¿Qué está pasando? Un experto en marketing city afirmaba en estos días que la auténtica definición del paisa de Medellín era aquella que lo describía como “un habitante urbano con nostalgia de lo rural”. En esta definición descansaría la vocación “montañera” de sus habitantes, ese hablado pueblerino que tanto desquicia a los bogotanos, esa estética raizal.

Pero no somos tan originales. No se está viviendo aquí un fenómeno único y excluyente que tenga la virtud de caracterizarnos, de reflejar una manifestación de nuestra cultura, no. Mire usted lo que está ocurriendo en las grandes ciudades de América Latina y podrá observar cómo el fenómeno se repite de idéntica manera a como se desarrollaron los suburbios de las grandes ciudades estadounidenses.

El periplo que empieza a transitar nuestra ciudad parece repetirse, de manera casi igual, en casi todas las ciudades de Latinoamérica, en donde gradualmente empiezan a gestarse y consolidarse espacios diferentes dentro de una misma zona urbana.

Ahí estaban primero los centros históricos desde donde la ciudad empezó a formarse y que evolucionaron al ser las sedes del comercio y la actividad económica; luego esas casas grandes, las mansiones de apariencia europea (por ejemplo, nuestro barrio Prado) construidas por las clases adineradas, y estaban también, en tercer lugar, los barrios marginales de los inmigrantes pobres que venían desde el campo.

La clase media, que empezó a florecer por los años cincuenta, aportó numerosos conjuntos habitacionales cuyo parecido sorprende, lo mismo en Ciudad de México que en Medellín, en Bogotá o en Santiago.

Esta última ciudad chilena muestra grandes parecidos con lo que estamos viviendo, puesto que el Barrio Alto, una gigantesca área ubicada cerca de la cordillera, se pobló tradicionalmente por el estrato seis, mientras de la Plaza Italia hacia abajo, que incluye la ciudad antigua, es donde habitan los sectores de clase media baja y baja.

El recorrido de esa clase alta fue el mismo: primero en el casco viejo, luego hacia el barrio alto y, ahora, hacia La Dehesa en las montañas. No, no somos nada originales.

Hay dos tipos de explicaciones: la visión apocalíptica, que apela al pesimismo, y a una concepción de no futuro.

Jesús Martín Barbero denomina a esta división de barrios pobres y barrios ricos la “discriminación topográfica”. Es lo mismo que se presenta en las ciudades del sur de los Estados Unidos en donde es la carrilera del tren la que establece la frontera social.

Los analistas como Carlos Monsiváis son recurrentes en culpar a la ciudad, a la metrópolis moderna, de empujar a algunos sectores hacia fuera. Como quiera que esa ciudad metrópoli de hoy es el gran altar donde se ofician diariamente los “rituales del caos”, no es de extrañar que el miedo, las drogas y la violencia hagan cada vez más tenue el deseo de habitarlas.

Los grandes centros comerciales han terciado a ser espacios de protección frente a la inseguridad de las calles, y las unidades cerradas y los apartamentos se convierten en torres de aislamiento que aniquilan la sociabilidad.

En esa perspectiva, la ciudad de América Latina, víctima de la conspiración neoliberal del imperio, sucumbe a los tentáculos de la globalización, asume la derrota de su cultura y se pierde.

La migración de la que estamos hablando ya no es una huida, un desarraigo. Es un aprovechamiento de la infraestructura de vías y de servicios públicos, para adoptar un hábitat consecuente con un estilo de vida.

Y hay, de otro lado, una visión más optimista. La ciudad de la pelea por la inclusión y la democracia, por convertirse en un espacio cada vez más habitable. La ciudad de América Latina, y eso se siente en Medellín, lucha por convertir el espacio público en territorio de encuentro ciudadano

García Canclini, un argentino (residenciado en México), estudioso del tema que es del club de los optimistas, expresa que es inútil asumir a nuestras ciudades como bastiones de la identidad nacional cuyo deber ser sea rebelarse a toda costa, contra los efectos de la globalización. García Canclini habla de los procesos de “hibridización” que son característicos del desarrollo de las tecnologías de la comunicación, capaces precisamente de desterritorializar esas culturas.

Estas ciudades nuestras revindican por fin el derecho a respetar al otro, significa que aprenden que el descubrimiento de las diferencias no agota el sentido de la comunicación. Ciudades que se entienden por fin como producto de esfuerzos colectivos en donde cada quien ha de aportar a su avance y desarrollo.

Democracia e inclusión se convierten entonces en palabras poderosas y mágicas. Bajo esa mirada optimista, la migración de la que estamos hablando ya no es una huida, un desarraigo. Es un aprovechamiento de la infraestructura de vías y de servicios públicos, para adoptar un hábitat consecuente con un estilo de vida y una relación con el mundo, pero que no implica para nada abandonar a esa ciudad amada que sigue ahí al alcance de la mano, para ser disfrutada y vivida con toda intensidad. Son visiones.

Mayo de 2006, periódico La Hoja de Medellín

Por llevar la contraria

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