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La violencia como trampa en Medellín

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Entonces tú mides en centímetros cuadrados o en segundos de emisión, la dimensión de las noticias sobre Medellín, y ahí está la violencia galopando, definiendo a la ciudad, señalando a su territorio.

Uf, dicen los analistas, qué ciudad tan violenta. Se crea un relato dominante y todo el mundo se pega de él. Les cuesta mucha dificultad ver algo distinto.

Mire nada más cómo Medellín gana premios internacionales, reconocimientos. Convoca con solvencia la presencia de las más destacadas figuras del mundo. Los alcaldes de las más diversas ciudades del planeta se acercan hasta aquí para aprender de las experiencias ya vividas; la ciudad es epicentro de encuentros memorables.

Los arquitectos del mundo se vienen para acá a recrearse con los prodigios logrados en el manejo del espacio público, pero no, la gente se pega del relato dominante.

Es grave que nosotros, aquí mismo en la ciudad, caigamos en la trampa de definirnos a partir de la violencia. Es una trampa, porque ocurre que en Medellín confluyen diversas violencias.

Una es la violencia social, esa que es producto de la dinámica de la ciudad misma: la riña callejera, el atraco, la violencia intrafamiliar, la confrontación entre vecinos, los arrebatos de la intemperancia. Es una violencia con cifras concretas que, está probado, han descendido de manera paulatina y persistente, lo que hace que Medellín inició el proceso de transformación ya conocido, cuando empezó a transitar del miedo a la esperanza. Sí, del miedo a la esperanza.

La otra es una violencia estructural, la violencia de los profesionales de la violencia, la de paracos, narcos y bandas organizadas del crimen, la violencia de los que se disputan territorios de poder, la de los matones de oficio. Esa violencia que los exacerba y hace que se masacren entre ellos.

Esa es la violencia de quienes están interesados en sumirnos en el miedo, de quienes quieren una ciudad que retroceda. Esa violencia no tiene por qué definirnos, estigmatizarnos.

Desde luego que no se trata de banalizar el fenómeno. Desde luego que los ciudadanos de bien en las comunas sufren el suplicio de su agobio, el terror de la bala perdida.

Es una violencia cierta. Pero es una violencia que puede ser arrasada por el poder de una ciudad que tenga la capacidad de darle una nueva perspectiva a su mirada. La ciudad de los logros, de las realizaciones.

La ciudad guapa, altanera, emprendedora, capaz de liderar y protagonizar sus propias transformaciones; la ciudad que se reinventa, que se exige, que logra lo que se propone.

Ya no más trampas de la violencia.

Se habla por estos días de una escalera eléctrica de veintiséis pisos de alta que ascenderá por las laderas de la Comuna 13 y contribuirá de manera decidida a cambiar el paisaje y la vida de esa zona de Medellín.

Me gusta el símbolo. Una escalera que suba al cielo, que rompa el paisaje, que es un alarido de cosa nueva con tecnología y metal. Una escalera que sube sola, que te lleva.

¡Joder! Qué buen argumento para empezar a hablar en otros términos, de otras cosas.

Es grave que nosotros, aquí mismo, caigamos en la trampa de definirnos a partir de la violencia.

2 de octubre de 2010. periódico El Tiempo

Por llevar la contraria

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