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¿Hasta cuándo van hablar mal de Medellín?

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“Si encuentras una tortuga en un poste, alguien la puso ahí...”

Viejo proverbio chino

¿Cuál es el problema de imagen que tiene esta ciudad? ¿Es también un problema de los ciudadanos?

¿Qué hace que una publicación con reconocimiento internacional y un prestigio ganado a fuerza de seriedad y rigor como National Geographic, edite un artículo que, bajo el título de “Medellín, historia de una guerra urbana”, termine desconociendo la situación actual de esta ciudad y perpetúe esa imagen de violencia y deterioro con la que se la reconoce en el mundo?

El argumento de mala fe manifiesta, algo así como que el artículo sea producto de una acción premeditada y alevosa, inspirada ya por una fuerza superior o por una trapisonda individual, que busca dañarnos a toda costa, no me encaja. Dudo mucho de que la Revista haga parte de un plan de esta envergadura, o que quisiera o exista una conspiración en tal sentido.

Tampoco creo en la versión del sensacionalismo a ultranza, de la truculencia para ganar lectores. No es National Geographic una revista con este tipo de antecedentes, ni el perfil de su público objetivo parece ser proclive a incentivos de esta naturaleza.

Pueden caer sobre mí rayos y centellas, pero voy a arriesgar con toda seriedad una opinión, asumiendo todas las consecuencias.

Creo que la National Geographic, que su consejo de redacción y su editor, decidieron publicar el artículo porque asumieron, con toda sinceridad, que lo escrito allí, en agosto de 2003, seguía siendo rigurosamente cierto, dieciocho meses después.

¿Por qué habrían de creer lo contrario? ¿Quién les había entregado una versión diferente de la ciudad?

Para explicar de manera adecuada esta reflexión, analice usted este escenario en el que voy a citar tan sólo dos ejemplos. De un lado, el domingo 13 de marzo de 2005, en la edición del periódico El Colombiano, el editorial se iba contra la publicación acusándola de amarillista, en el página sexta y bajo el título de “Alarma por víctimas de la violencia común”, un artículo suscrito por los redactores Nelson Matta y María Cristina Rivera empezaba así: “Bebés apuñalados por deudas, menores envenenados o acuchillados por sus padres acosados por la miseria o los celos, jóvenes que terminan en una fiesta con una masacre tras lanzar una granada y peleas con armas entre colegiales, es el panorama más mencionado de la delincuencia común y familiar la última semana en el país…”

De otro lado, la revista Cambio, en la edición del 14 al 21 de marzo del 2005, dedica su carátula a lo que denomina las “troneras” en el proyecto de ley de justicia y paz propuesto por el gobierno en el marco de las negociaciones que sostiene con los paramilitares, a propósito de lo que la opinión pública conoció como el narcomico. Queda claro para el lector del artículo central que la esencia del ‘mico’ apuntaba a convertir el narcotráfico en delito político que, conforme lo expresó el senador Rodrigo Rivera, fue lo que “durante años buscó el grupo terrorista llamado ‘Los extraditables’, que dirigía y financiaba Pablo Escobar…” (¡Y, dale con Pablo Escobar!).

Asuma que es usted el señor William L. Allen, editor de la National Geographic, y que por razones de su oficio, lee la información diaria que entregan los medios colombianos. Para la muestra los dos artículos mencionados y que constituyen el pan diario de nuestro acontecer, ¿creería usted que algo ha cambiado entre agosto del 2003 y esta fecha?

¿Asumiría usted que hay un tema diferente al de la violencia, las drogas y la pobreza, para ser tratados, o dudaría usted de que este país, y esta ciudad que tanto lo representa, no están asolados por el crimen?

Por llevar la contraria

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