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NOTA LIMINAR Por llevar la contraria

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Con silencios prolongados en algunos períodos, el vicio de opinar ha sido una constante a lo largo de los últimos treinta y cinco años. Lo he hecho en El Tiempo, El Colombiano, El Mundo, La Hoja y en algunas revistas fugaces. Los temas son diversos: economía, política, filosofía, literatura e incluso algunos deslices intimistas.

Vistos en perspectiva siento que, de alguna manera, son relatos sobre lo que ha ocurrido a lo largo de este tiempo, reflejan lo que somos y el país en el que estamos.

El título seleccionado obedece a una reflexión hecha en una columna relativamente reciente a propósito de la manida frase que se esgrime para castrar cualquier indicio de discusión: “¡Respeta mis ideas!” se le grita al contrario.

El filósofo español Fernando Savater arguye en contravía: expresa que las ideas tienen su razón de ser en la medida en que puedan ser debatidas, modificadas, cambiadas; por lo que confrontarlas, deliberarlas, es un imperativo de la inteligencia.

Solo al fanático le cabe en la cabeza que las ideas son inmutables. Hay aquí un tono contestatario, un llevar la contraria que, a mi juicio, es una necesidad.

He planteado que en el mundo de hoy nos hemos embarcado en una carrera loca hacia ninguna parte, en una urgencia inducida para arrebatarnos el derecho de pensar. El resultado es evidente. Nos hemos transfigurado en seres simples. En la simplicidad descansa nuestro sometimiento. Es una estrategia tan perversa, tan inteligente, que ha logrado que los sometidos pensemos que somos libres.

Tal vez uno de los filósofos que más ha aportado al esclarecimiento de este absurdo es Byung-Chul Han, quien explica la manera como los seres humanos contemporáneos hemos cedido nuestra soberanía y nuestra libertad, a cambio de lo que él denomina “el parecer”.

Es una conspiración que nos impulsa a decir solo lo que está “bien”, lo que todo el mundo acepta y cree, no te puedes salir de la fila. Nos han obligado a rechazar lo intrincado, lo complejo, lo que te exige reflexión. Aceptar a ciegas la información que se te entrega.

Estrangularon esa vocación sublime que tiene el niño por el conocimiento cuando agota a sus mayores preguntando “¿Por qué?”

Ya no existe el “¿por qué?” en nuestro pensamiento. Somos incapaces de hacer o de hacernos preguntas.

¿El resultado? Una levedad insoportable que se constituye en caldo de cultivo para todas las manipulaciones.

La idea es contribuir a salirnos de la fila, a llevar la contraria.

Por llevar la contraria

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