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Capítulo 4
Sally Smith (II) Martes, 18 de mayo

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—¿Cuál es su relación con Sally Smith, señor Fonseca? —preguntó el inspector Pacheco.

—Actualmente, como ya le habrán coment ado, Sally y yo no tenemos ningún tipo de relación sentimental, si es eso a lo que se refiere. Aun así, dada la situación, quizás le sea más fructífero mi testimonio si reformulase en pasado.

—Está bien, empecemos de nuevo y, por favor, no olvide responder las preguntas mirando a la cámara. —Alex Fonseca se limitó a asentir—. ¿Cómo conoció a Sally Smith?

—Nuestras familias.

—¿Puede desarrollar un poco más su respuesta? ¿Existía algún tipo de relación entre ellas?

—En efecto, inspector —respondió mientras recolocaba sus gafas—. Su madre trabaja junto a mis padres y debido a su acercamiento profesional también lo fue el personal.

—¿Cuál es el campo profesional de sus padres, señor Fonseca?

—Creo que esa pregunta es irrelevante para su informe; de todas formas, la responderé. Verá, inspector, mi padre es matemático y mi madre física. Por añadir más información, la madre de Sally también es matemática como mi padre. Los tres han participado en muchos proyectos juntos.

—¿Cuándo conoció a la señorita Smith?

—Desde siempre.

—¿Desde siempre? —preguntó desconcertado.

—Sí, ambos nacimos en el mismo mes. Por supuesto, crecimos juntos: mismo vecindario, misma escuela, entre otras cosas.

—¿Qué puede contarnos sobre su relación sentimental con ella?

—Como comprenderá, inspector, nunca hubo una línea divisoria entre una amiga, una hermana o una pareja sentimental. Nuestros padres siempre han tenido la idea de que debíamos formar una familia Sally y yo.

—Aun así, con esas intenciones familiares, ¿cuántos años comprendió vuestra relación?

—Como ya le comenté, nunca hubo un comienzo, pero sí que hubo un final, aunque yo no lo supe hasta varios días antes del baile de promoción.

—¿11 de mayo quizás?

—Ahora que lo comenta, esa es la fecha en que ocurrió. ¿Dispone de bola de cristal o ya ha prestado testimonio Ana Martínez? —dijo risueño, con aires de superioridad.

—Esa información no puedo revelársela, señor Fonseca, como usted bien comprenderá.

—Lo suponía —rio de nuevo.

—¿Fue usted al baile de promoción?

—Sí, sí que asistí.

—¿Con quién, señor Fonseca?

—Creo que usted ya lo sabe, inspector. Aun así, me limitaré a responder: Ana Martínez es la chica con la que fui.

—¿Qué opina de la señorita Martínez?

—¿Qué opino? Inestable, pero inteligente. Podría ser una pareja compatible.

—¿Perdone? ¿Compatible?

—Sí, compatible. El instinto del hombre es reproducirse y transmitir los mejores genes posibles a sus hijos, por lo tanto, lo que decía, compatible.

—Entiendo. ¿Le parece atractiva la señorita Martínez?

—Es cierto que es una mujer atractiva. Sin embargo, es una persona que está necesitada de atención, un atributo que no me parece una buena cualidad.

—¿A qué se refiere con «necesidad de atención»?

—Bueno, ir a un baile para despedirte de tu vida de estudiante de instituto con aquel vestido rojo y aquel escote, bueno, si eso no es llamar la atención usted me dirá. Mejor era algo parecido al que llevaba Sally, sin tanta provocación.

—Ana nos dijo que su vestido era azul marino y que se lo regaló su tía.

—Sally iba de azul marino, Ana de rojo.

—¿Está seguro? Puedo corroborar que Sally fue encontrada con un vestido rojo.

—Estoy seguro, inspector, pero si usted está tan seguro solo sé que no sé nada —dijo Alex confuso. Francisco Pacheco tomó nota aún sin salir de su asombro—. ¿Qué apunta, inspector?

—Solo unos recordatorios, señor Fonseca. Prosigamos, ¿quiere?

—Sí, claro.

—¿Vio a Sally en el baile con Tom Harvester?

—Sí.

—¿Cuándo?

—La primera y última vez que la vi fue un rato antes del nombramiento del rey y la reina del baile. La vi salir con Tom del gimnasio.

—¿Le molestó verla con Tom Harvester?

—Para nada, inspector.

—Aun así, antes me corroboró sobre su relación sentimental con ella.

—Sí, es cierto. ¿A dónde quiere llegar?

—¿En ningún momento le molestó que su relación terminase con Sally Smith?

—No.

—¿Por qué? Otra persona en su lugar se vería realmente afectada.

—¿Le soy honesto, inspector? Los sentimientos son para los débiles. Sally es una chica inteligente y guapa, lo que la convertía en una buena candidata para ser la madre de mis hijos, pero nada más. No obstante, en el último año cambió de forma radical desde que se le metió en la cabeza hacer un baile de promoción.

—¿A qué se refiere con que cambió?

—Bueno, llevaba algún tiempo meditando el hecho de una ruptura. Empecé a considerar que, dado su reciente cambio de mentalidad y de actitud, no era la misma Sally que había conocido durante toda mi vida. Empezó a salir con gente nueva y mentía constantemente; era inevitable que la relación terminase tarde o temprano.

—¿Cuándo se enteró de la muerte de Tom Harvester?

—Al mismo tiempo que el resto de las personas en aquel pabellón: cuando la policía llegó, poco después de que el premio de rey y reina del baile quedase desierto.

—¿Qué quiere decir con desierto?

—Sally y Tom fueron nombrados rey y reina. ¿No lo sabía, inspector?

—No tenía constancia sobre ello —mintió.

—Quizás sea bueno que escriba una nueva nota en su libreta, inspector —rio Alex por tercera vez.

Pacheco tomó nota otra vez.

—Bueno, creo que eso es todo por ahora, señor Fonseca. Si tenemos alguna pregunta más, lo haremos llamar. Gracias por todo.

—Siempre es un placer ayudar a la autoridad. —Alex se levantó de la silla y se dirigió a la puerta, pero se paró en el umbral—. Una pregunta, inspector: ¿cuál es el estado de Sally? ¿Cree que despertará?

—No puedo revelarle esa información, pero sí que espero que despierte del coma.

—Está bien, que pasen un buen día —añadió mientras cerraba la puerta.

—¿Qué opina, subinspector?

—¿Qué opino? —preguntó este mientras apagaba la cámara—. Un poco repelente el chico este, ¿no?

—¿Algo más?

—Bueno, está el tema del vestido: no cuadran las descripciones dadas por el señor Benítez, la señorita Martínez y el señor Fonseca cuando está claro que Sally iba de rojo.

—Exacto —corroboró el inspector Pacheco; se le había iluminado el rostro—. ¡Buen trabajo, subinspector, lo veo mañana! —Salió por la puerta de la sala de interrogatorios.

—¿Buen trabajo? —se repitió a sí mismo Manuel Quirós mientras tenía la mirada fija en la libreta—. Si no he hecho nada.

Esta mostraba tres frases: «¿Ana, vestido rojo?», «Repelente», «¿Sally, vestido azul marino? Nada tiene sentido».

—Ha hecho más de lo que cree, subinspector —dijo Pacheco, que acababa de entrar de nuevo en la sala—. He olvidado mi libreta. Lo dicho, lo veo mañana.

¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos?

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