Читать книгу ¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos? - Alberto Quiles Gutiérrez - Страница 13

Capítulo 5
Tom Harvester (II) Miércoles, 19 de mayo

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—Lo primero, lo siento mucho por su pérdida —comenzó el inspector Pacheco.

—Gracias, inspector —respondió cabizbajo Tom Harvester padre.

—Serán solo unas preguntas; algunas respuestas quizás nos ayuden a encontrar algo. No olvide mirar a la cámara.

—Sí, sí, lo que necesiten.

—¿Tiene alguna idea de quién querría hacerle daño a su hijo? —preguntó Francisco sin más rodeos.

—No, que yo sepa. Tommy era un buen chico. Tenía sus cosas como cualquier otro adolescente, pero era un buen chico. Yo siempre se lo decía.

—Cualquier información, por mínima que sea, puede servirnos para nuestra investigación.

—Bueno, estaba ese chico —apuntó el señor Harvester—, Eduardo.

—¿Eduardo qué más?

—No sabría decirle, inspector.

—¿Qué puede decirme de él?

—Era su mejor amigo. Nunca he aprobado esa amistad: mi hijo valía mucho más. Aun así, me sorprendió que fuese él el que se alejase de mi hijo. Al principio, creí que Dios había escuchado mis ruegos y que finalmente Tom podría seguir mis pasos.

—¿Qué tiene de raro eso?

—Como ya le comentaba, inspector, eso creía. Sin embargo, mi hijo estaba abatido: nunca lo había visto tan mal. Desde que esto ocurriese hace unos meses, Tommy estaba constantemente enfadado. Si antes hablábamos poco, imagínese tras eso.

—Entiendo. ¿Entonces usted cree que directa o indirectamente aquel chico hizo daño a su hijo?

—Sí.

Francisco Pacheco apuntó en su libreta.

—¿Y se mantuvo así hasta el día del baile?

—No, empezó a comunicarse más y cambió sus hábitos. Volvió a ser el que era, pero esta vez hablaba mucho más con nosotros. Mi mujer no podía creerlo. Todo parecía ir por el buen camino al fin.

—¿Desde cuándo notó el cambio de actitud de su hijo?

—No hará mucho, unas dos semanas.

—¿Cree usted que coincide con el momento en que empezó a salir con Sally Smith?

—Verá, inspector, no lo sé con certeza, pero es cierto que esa chica parecía haber cambiado por completo a mi hijo. Era más atento y cariñoso. —Hizo una pausa—. Pensando mejor mi respuesta, creo que así es, creo que ella lo hizo querer ser mejor persona. —Por un instante, el señor Harvester sonrió—. ¿La han encontrado?

—En efecto, la encontramos el domingo.

—¿Está viva? ¿Ha dicho algo? ¿Sabe algo de por qué mi hijo…? —preguntó mientras se levantaba de la silla de la emoción.

—Cálmese, señor Harvester. No podemos proveerlo en estos momentos de esa información.

—¿Puede decirme al menos si vive? —preguntó esperanzado—. Ella tiene que saber cómo murió Tommy.

—No puedo responder a esa pregunta. Lo que sí puedo es informarle de que no hemos encontrado ningún otro cadáver tras lo de Tom —añadió Pacheco tratando de calmar al señor Harvester.

—Bien, bien, entiendo. Me alegra escuchar que no ha habido más incidentes. —El señor Harvester tenía la mirada fija en el inspector.

—¿Le importa que prosiga con unas preguntas más?

—No, claro que no. ¿Le importa que fume aquí dentro? —dijo introduciendo la mano en su bolsillo.

—Preferiría que no lo hiciese —respondió tajante Francisco.

—Es por calmar los nervios, han sido unos días muy duros. Es un cigarrillo electrónico de vapor —insistió el señor Harvester.

Los agentes se miraron y asintieron.

—Siempre y cuando sea de vapor, adelante —respondió Pacheco.

El señor Harvester sacó su cigarrillo electrónico y vapeó un par de veces.

—Mucho mejor ahora —comentó el señor Harvester—. Cuando quiera, inspector.

—Cuénteme sobre los últimos días de su hijo: sobre Sally, sobre el baile, sobre su grupo de amigos.

—Bueno, intentaré responder en orden a sus preguntas. Sally parecía una chica maravillosa, guapa, inteligente, de buena familia; parecía tener todo lo que yo siempre había deseado para Tommy.

—¿Qué le parecía Ana Martínez? ¿No le parecía lo suficiente buena para su hijo?

—Ana Martínez es la sobrina de Agustina Martínez, una señora que lleva a nuestro servicio muchos años. Nunca aprobaría una relación entre mi hijo y ella, nunca aprobaría que mi hijo saliese con una chica como ella.

—¿A qué se refiere como ella? —preguntó el agente intrigado.

—Latina, inspector.

—Nunca lo habría dicho —argumentó desconcertado Francisco Pacheco—, no le noté que tuviera un acento distinto al nuestro.

—No lo tiene: su familia es de origen uruguaya, pero ella lleva varios años aquí en España, desde muy joven.

—Entonces, ¿nunca tuvieron una relación su hijo y ella?

—No, no creo que intentase ocultar dicha relación, aunque admito que ella parecía estar interesada en mi hijo.

Apuntó en su libreta de nuevo.

—Por otro lado —comenzó otra vez el agente—, tengo entendido que usted no es de ascendencia española. Por eso, perdóneme mi desconcierto con respecto a desaprobar una relación con una persona de origen extranjero.

—¿Otra vez con lo mismo, inspector? —preguntó el señor Harvester molesto—. No tiene nada que ver lo uno con lo otro. Mis padres eran norteamericanos y yo me crie desde muy pequeño aquí.

—Ya, pero aun así.

—Inspector, no compare peras con limones.

—¿Perdone?

—No creo que sea digno comparar a mi padre, un respetable abogado criado en Dallas, que ha aportado con su servicio y cooperación a esta comunidad muchísimos beneficios desde que llegó y que se ha sentido identificado como un español más, con esta chica uruguaya.

—Quizás habría que saber entonces quién era el padre de Ana para comparar.

Tom Harvester padre enmudeció y comenzó a enrojecerse.

—No hubo padre —respondió el señor Harvester.

—¿Cómo dice?

—Su madre fue soltera, a saber con cuántos habría estado para no saber quién era el padre.

—Está bien, cambiaré de… ¿Sobre qué año llegaron aquí? Si puedo preguntar.

—Pues verá, yo tengo cincuenta y llegamos aquí cuando yo tenía dieciséis, así que, si las matemáticas no me fallan, hace treinta y cuatro años.

—¿Le costó adaptarse? Es un gran cambio cultural y otra lengua completamente diferente.

—A los Harvester siempre nos han gustado los retos y para cuando yo llegué ya hablaba perfectamente español.

—Y otra curiosidad, señor Harvester: ¿por qué el cambio? Me refiero a venirse desde Dallas a un pequeño pueblo como es El Sendero.

—Se nota, inspector, que usted es nuevo por aquí. —Tomó un respiro—. Mi madre, que en paz descanse, era de aquí; estuvo estudiando en los Estados Unidos y allí conoció a mi padre en la universidad; el resto ya puede imaginárselo. Aun así, finalmente, mis padres decidieron traerse el bufete aquí a España, con sede aquí en El Sendero, pero con varias oficinas por la región. Ya bien sabrá que yo seguí sus pasos y ahora tenemos varias sedes en España.

—Está bien, tiene sentido. Sigamos. —Francisco hizo una pausa y miró incrédulo Manuel Quirós—. ¿Qué puede contarme sobre el baile?

—Fue una gran sorpresa para todo el pueblo. Sally consiguió algo fantástico. Mi hijo estaba bastante nervioso aquella noche: se había comprado un nuevo traje y se llevó mi coche para recogerla. Lo vi muy contento. —Enmudeció—. Muy contento —repitió aguantando el tipo.

—¿Quiere que paremos?

—Es solo un momento —respondió el señor Harvester mientras vapeaba su cigarrillo electrónico con insistencia para calmar los nervios—. Está bien, prosigamos. —Dio una gran bocanada de aire.

—Cambiemos de tema. ¿Tenía su hijo más amigos a parte de Eduardo?

—Sí, estaban Rick y Juan. Sus padres son amigos de la familia.

—¿Qué opina de ellos?

—Son buenos chicos, buenas notas y familias.

—¿De buena familia? Se refiere a familias adineradas.

—Bueno, sus padres están bien situados económicamente. Son católicos, como nosotros, y los domingos nos reunimos en la iglesia, tras la cual vamos a comer juntos.

—¿Es usted practicante del catolicismo?

—Sí, mi familia ha hecho varias donaciones a la iglesia mayor. Todos confirmados, practicantes y casados por la iglesia.

—¿También mantienen sus votos de castidad hasta el matrimonio?

—Entiendo el sarcasmo, inspector. Aun así, haré caso omiso y responderé a su pregunta. En efecto, es parte de nuestra ideología. —Pacheco levantó las cejas con sorpresa.

—¿Su hijo también compartía sus ideales?

—Tommy estaba en una fase rebelde, pero sé… sé que… Lo siento, no puedo. Yo sé que él hubiese retomado el buen camino, pero, pero ya eso no sirve de nada —argumentó mientras se desprendía una lágrima por su mejilla derecha.

—Está bien, lo entiendo. Muchas gracias por su tiempo, puede marcharse.

—Gracias a ustedes. Encuentren a quién hizo esto a Tommy, por favor. Si necesitan algo, háganmelo saber.

El señor Harvester abandonó la sala.

—¿Qué opina, inspector?

—Hay un par de cosas que me desconciertan.

—¿Como cuáles? —preguntó inquieto Manuel Quirós.

—No me he quedado del todo convencido con todo esto. Lo primero es que creo que debemos de hablar con ese chico, Eduardo. Lo segundo no me cuadra: creía que Ana Martínez era la pareja, subinspector, de Tom Harvester; hay cierta ambigüedad.

—¿No se le olvida algo?

—Dígame, subinspector.

—Me resulta un poco raro todo el tema de la ideología, las donaciones: me parece todo muy sectario. Los amigos a los que ve bien su padre son parte de dicha comunidad y me da la sensación de que cualquier desviación de dichos ideales es mala.

—Es cierto, me resulta un tanto curioso, aunque dudo que tenga algún tipo de relación con el caso —comentó Francisco.

—Ya, aun así, hay un comentario al cual le sigo dando vueltas. Creo que Tom no seguía las reglas como su padre comenta: dijo que su hijo «retomaría» el rumbo, pero yo creo que ese camino no tiene punto de retorno.

—Haré un par de llamadas y citaré al examigo, o como se llame, Eduardo. Veamos qué tiene para contarnos.

La oficial Álvarez se apresuró a la sala, que aún tenía la puerta abierta.

—¿Pasa algo, oficial? —preguntó el inspector Pacheco.

—Sí, Sally Smith ha fallecido hace unos minutos.

¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos?

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