Читать книгу ¿Por qué Sally perdió uno de sus zapatos? - Alberto Quiles Gutiérrez - Страница 14
Capítulo 6
El funeral Vierne s, 21 de mayo
ОглавлениеLlovía a cántaros y el cielo estaba tan triste como el evento que los asistentes iban a presenciar. Decenas de caras palidecían a la espera del coche fúnebre: entre estos, Lara Fernández, José María Smith, la abuela de Sally, los padres de Alex junto con su hijo, el director del instituto, la madre de Tom Harvester y algunos compañeros y profesores completaban la multitud. Alejados del grupo, los dos agentes observaban el evento y a los asistentes. Cuando todo hubo terminado, las personas allí presentes dieron su pésame a la familia de Sally; en último lugar, el inspector y el subinspector se acercaron con la misma premisa.
—Sentimos su pérdida —dijeron los agentes.
—Muchas gracias —respondieron Lara y su madre, mientras José María Smith se alejaba envuelto en llanto.
—¿Cómo lo están llevando todo? —preguntó Francisco Pacheco.
—Ya ha terminado, inspector —intervino Lara—. Mi pobre hija no ha sido capaz de salir del coma. Todas estas semanas ha sido una luchadora, pero finalmente la vida le ha dado la espalda.
Lara Fernández se desprendió en lágrimas. Su madre, que estaba a su lado, se acercó y la abrazó.
—Mi hija no puede hablar en estos momentos.
—Entiendo, señora. Si alguna de ustedes se ve en disposición de hablar, simplemente pásense por la comisaría; las atenderemos de inmediato.
Lara Fernández asintió y se alejó junto con su madre.
—Subinspector —llamó Pacheco.
—Sí, inspector.
—Dígame qué le parece aquel hombre.
Con un simple gesto, Francisco Pacheco levantó la mirada y señaló a uno en torno a la treintena, que hablaba con una pareja.
—No sé, me parece un hombre normal.
—Pregúntele de qué conocía a Sally y si le gustaría pasarse por la comisaría un día a conversar con nosotros.
—Está bien —asintió Manuel Quirós alejándose de su compañero. Cuando llegó hasta él, lo saludó—. Hola. ¿Tiene un segundo?
Aquel hombre dudó por un momento y colocó sus gafas antes de hablar.
—Hola, sí.
—¿Qué relación tenía con Sally Smith?
—Imparto Física en la clase de Sally.
—¿Le importaría pasarse un día por la comisaría? Simplemente a conversar, cualquier información puede ser de mucha utilidad.
—Sí, sin problemas.
—Aquí tiene mi tarjeta: puede llamarme directamente. Por último, ¿cuál es su nombre?
—Alberto Lux —respondió aquel hombre.
—Está bien, gracias por su tiempo.
—A usted.
Quirós regresó al lugar donde se encontraba su compañero.
—¿Qué tal ha ido? ¿Se pasará Alberto por comisaría? —preguntó sonriente el inspector.
—Sí, ¿cómo lo sabe? Creía que no lo conocía —respondió desconcertado Manuel.
—¡Por favor, subinspector! Parece usted nuevo trabajando conmigo —comentó Francisco Pacheco poniendo una mano sobre el hombro de su compañero—. Nos llevaremos bien, quizás lo deje que me tutee en algún momento.
—¿Y por qué él? —preguntó Manuel retomando el asunto.
—En una de las veces que estuve en el hospital visitando a Sally, su madre me había comentado sobre él: era el profesor favorito de Sally. Digamos que simple curiosidad.
—No tenía ni idea. ¿Hay algo más que quisiera contarme, inspector?
—Soy un libro abierto: cualquier cosa que quiera saber está en mis grabaciones. Funciono mejor si grabo lo que hago como bien sabe, así que cuando quiera solo pase una tarde escuchándolas. Lo cierto es que cada cierto tiempo lo hago para ver si hay algo que se me hubiese podido pasar.
—Está bien —cerró él, no muy convencido del todo.
—¿Algo más que quiera comentar, subinspector? ¿Alguna cosa que le haya parecido rara?
—Bueno, inspector, tanto como rara no, pero sí es cierto que he echado en falta a varias personas.
—¿Como cuáles, subinspector?
—A Ana Martínez y Tom Harvester padre. Creí que asistirían, la verdad.
—Bueno, el tema de Ana Martínez creo que es comprensible. Hace nada perdió al que era el amor de su vida y el que a su vez le rompió el corazón para estar con Sally; veo normal que no quisiese asistir.
—Eso puedo entenderlo, pero lo de Tom… Solo ha asistido su mujer.
—Me gustaría pensar que es porque está ocupado con el trabajo, aunque lo cierto es que no sé por dónde pillar a este hombre.
—Bueno, al menos asistió su mujer.
—Creo que ella también lo ha visto.
—¿Cómo dice?
—No me eche cuenta, subinspector —dijo Francisco Pacheco sonriente—. ¿Le apetece comer algo? Lo cierto es que estoy hambriento.
—Sí, ¿por qué no, inspector?