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Capítulo 5

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Averiguo pronto que a Vittoria le gusta hablar. Mucho más de lo que me gusta a mí. No obstante, no me molesta, porque su voz llena los silencios y yo no tengo que intentar encontrar un tema de conversación para parecer más simpática de lo que en realidad soy. Cada día tengo más claro que soy una borde.

—Así que Pierre es el novio de tu madre —dice cuando apenas llevamos un minuto en marcha—. Es una de mis personas favoritas en el mundo —añade. Al ver mi cara de póker, debe de adivinar que no es santo de mi devoción como sí que parece serlo de la suya—. ¿Es que no te llevas bien con él?

—Me temo que no. —Procuro no dejar entrever mi animadversión, por si eso la ofende, es evidente que tiene en buena estima a el Novio y no voy a ser yo quien le explique cuáles son las razones que me impiden sentir esa misma predilección por él.

—¿Y con Timmy? Sería tu hermano o algo así si se casaran, ¿no?

—Los astros quieran que no, Vittoria. Tampoco es que hayamos congeniado demasiado bien, ¿sabes? —aclaro para que no se le ocurra volver a insinuar nunca que ese idiota y yo podríamos llegar a ser familia algún día. Espero que mamá no cometa un error como ese—. ¿Vosotros os conocéis mucho?

Ella sonríe y eso la delata. Tomo nota mental para recordar que he de prestar atención a los detalles de ahora en adelante, porque el brillo que le aparece en los ojos es propio de alguien que está ligeramente —muy mucho— interesada en el engatusador de Timothée, que parece ser un rompecorazones.

—Veranea aquí desde que éramos niños. Es una persona extraordinaria, y antes era bastante más alegre, era feliz. Cuando su madre vivía era diferente. Siempre había gente en la Villa dei Cardellini y él no se separaba de ella.

Recuerdo que mamá me contó que la mujer de el Novio falleció unos años atrás, pero nunca me molesté en preguntar la causa, así que, como veo que Vittoria parece dispuesta a hablar del tema, pienso que es la persona adecuada de la que obtener respuestas.

—¿De qué murió su madre?

—¿No lo sabes?

Parece sorprendida de que no sepa algo tan importante cuando el Novio sale con mi madre. La verdad es que nunca he preguntado nada que tuviera relación con los Bellerose. He preferido no saber nada de ellos. Así es más fácil. Pero ahora algo ha cambiado. Puede que el aburrimiento contribuya.

—Se suicidó.

Arrastro los pies por la tierra. El frenazo es brusco.

Vittoria se detiene unos metros más adelante. Lo hace con suavidad. Se vuelve hacia mí y todo en su rostro delata que se siente culpable por haberme revelado esta verdad tan dura mientras descendíamos cuesta abajo. Las palabras me han golpeado en el estómago.

—Vamos —me apremia—. Tranquila. Es normal reaccionar así. Nadie se lo esperaba, sobre todo las personas que la conocían, porque era una mujer extraordinaria, muy risueña. De hecho, todo el mundo sabe que Timmy heredó la amabilidad de su padre y las ganas de bromear de su madre. La noticia de las circunstancias de su muerte nos dejó muy confundidos al principio.

—Lo lamento muchísimo —digo, y sé que, en el fondo, no se lo estoy diciendo a ella, que es un pésame lanzado al aire, para otras personas, no tanto por la pérdida de alguien a quien no conocí, sino por no haber tenido la delicadeza de preguntar siquiera.

—Timmy lo pasó muy mal. Al verano siguiente de su muerte, no salió de la Villa dei Cardellini. Pierre estaba desesperado, porque parecía que nunca volvería a sonreír de verdad. En el fondo, creo que muchas veces se esfuerza por su padre, para que no sufra.

Mentiría si dijera que no me sorprende descubrir esta faceta de Timmy, y Vittoria parece darse cuenta del estado de asombro en el que me encuentro ahora mismo, así que decide cambiar de tema, intuyo que para ponerme las cosas fáciles. Se lo agradezco, pese a que sé que el nudo que se me ha puesto en el pecho no se irá tan fácilmente, porque, mientras vamos buscando la sombra de los árboles en nuestro camino al lago, no dejo de pensar en que la madre de Timothée se suicidó. Pero ¿por qué alguien tan alegre, como dice Vittoria, se quitaría la vida? Y más aún cuando ella y su hijo eran inseparables.

—¿Tú también vives en París? —me pregunta un poco más adelante.

—No, en Lyon, aunque siempre he pensado que acabaría viviendo ahí. O bueno, no sé, quizá en alguna otra parte. Últimamente, ya no tengo claro nada. —Tardo unos segundos en darme cuenta de que acabo de compartir algo personal con otra persona, y, para mi sorpresa, me hace sentir muy bien.

Sé que el Novio y su hijo viven en la capital francesa, y que esa distancia ha impedido que la relación con mi madre sea más fluida. También ha hecho que ella se haya ido muchos fines de semana a vivir su historia de amor, olvidándose de que yo también existía.

«Pero ¿no querías estar sola, Lucile?».

«¿Por qué no te callas un poco?».

—Yo nunca he salido de Italia. Me gustaría —me cuenta sin dejar de sonreír. Tiene la mirada soñadora—. Estoy intentando aprender todas las lenguas que pueda. Me apetece viajar, conocer lugares nuevos, escribir historias.

—¡Ah, por eso hablas tan bien francés! —Asiente con mucha emoción—. Entonces, ¿quieres ser escritora? —pregunto, y no lo hago por compromiso, sino porque de verdad he sentido una buena conexión con ella y tengo interés. Hacía mucho que no me pasaba.

Se le arrebolan las mejillas y veo que se está mordiendo el labio.

—Bueno, es un sueño, no creo que vaya a suceder.

—Eso no lo sabes —le aseguro. Yo llegué a cumplir mi mayor sueño, aunque después se estropeara—. Además, me encanta leer, así que, algún día, seré la primera en comprar tu libro. Prometido. —Levanto la mano derecha del manillar y me la llevo al pecho, haciendo una promesa que por poco me cuesta la integridad de mis dientes.

—Gracias, Lu.

Seguimos un rato más. Pues sí que está lejos el lago, tengo la sensación de que llevamos horas pedaleando como ciclistas profesionales, pese a que soy consciente de que no habrán pasado más que unos quince minutos.

—Oye, ¿y tú tienes novio?

Me pilla desprevenida, tanto que creo que esta vez sí que me voy a comer el suelo. Tampoco me acostumbro a que cambie de tema con tanta facilidad, eso sí, tiene sus ventajas, por supuesto, sin embargo, no deja de inquietarme que pase de lo trágico a lo más insignificante en un segundo.

Pese a todo, decido que ser sincera es lo mejor.

—No, ya no. ¿Tú? —indago para que no crea que no siento curiosidad por ella, a pesar de que a mí me ha quedado bastante claro cuáles son sus sentimientos.

—¿Yo? ¿Novio? ¡Qué va!

—¿Por qué te sorprende tanto que te lo pregunte?

—Creo que es evidente. ¿Cómo voy a tener yo novio?

Me encojo de hombros mientras giramos a la izquierda en el siguiente cruce. Dejamos un rastro de polvo detrás de nosotras porque cada vez, sin darnos cuenta, vamos más rápido. Me pregunto si no me habré equivocado y por Timmy solo siente admiración. Quizá prefiera a las chicas. Puede que me haya precipitado.

—No soy guapa —dice de repente—. No tengo nada especial para que alguien se fije en mí de esa manera. —Sonríe como si quisiera restarle importancia—. A lo mejor si fuera como otras chicas, tendría un novio.

¿Es que acaso no ve lo preciosa que es?

—Qué aburrimiento ser como las demás, ¿no te parece?

No me contesta.

—Tú eres guapa. Con tu larga melena rubia, tan delgada, con esos ojos verdes tan llamativos. A mí sí que me extraña que tú no tengas a nadie —comenta sin ninguna intención de hacerme daño, pero, en silencio, me lo hace sin saberlo, porque tengo tantas o más inseguridades que mi nueva amiga y compañera de confesiones.

Nunca me he sentido guapa, quizá por eso me molesta que Timothée me diga bella, porque una parte de mí sabe que no es verdad. La parte que salió con Jean-Luc está convencida, me dejó porque había encontrado a otra chica mucho mejor que yo. Una guapa de verdad, según él.

—Entonces, ¿tienes una buena relación con Timothée? —pregunto para apartar el foco de atención de mí. No pretendo incomodarla con mi curiosidad, pero, en este momento, necesito ponerme a salvo de los miedos que empiezan a asomarse y quieren dejarse ver.

—¿Timothée? —Se ríe a carcajadas. Tiene la risa más maravillosa que he escuchado en tiempo—. Nadie lo llama así por aquí, Lu. Pero sí, nos llevamos bien. Somos amigos desde que éramos pequeños.

Le pesa decir que son amigos. Lo noto en cómo agacha la cabeza y en la forma en que se le debilita la voz cuando pronuncia esta palabra en concreto. Me gustaría saber si en algún momento se ha atrevido a confesarle lo que es evidente que siente por él.

—Se lleva bien con todo el mundo, es parte de su forma de ser. Tiene buen carácter y mucho sentido del humor. No conozco a nadie a quien le caiga mal.

«¡Ay, amiga mía!». Me sorprende que me diga eso, porque yo no consigo entender su actitud ni imaginármelo siendo menos excéntrico. Eso, o ella lo ve con ojos de enamorada y no es capaz de ser objetiva.

«A lo mejor eres tú la que no eres objetiva porque te ciega el odio».

«Cállate».

Recuerdo que me ha lamido media cara, con ese aire presumido. Me ruborizo. Gracias a Dios, Vittoria no se da cuenta, porque mira al frente, de lo contrario, no sabría cómo esquivar su mirada sonsacadora. Parece que tiene facilidad, casi un don, para conseguir que las personas se sinceren con ella.

—Seguro que con algunos se lleva mejor que con otros, ¿no? —apunto enarcando las cejas con una sonrisa ladeada, un poco irónica.

—¿Qué quieres decir?

Vittoria es un trozo de pan, la he calado a la primera, porque no ha captado mi insinuación, así que no me queda más remedio que aclarárselo, aunque espero que no le haga daño.

—Esta mañana había una chica muy guapa en casa, pelo largo y castaño.

—Martina —dice—. Tuvieron algo el verano pasado.

—Y este también. Se estaban besando. En la boca.

Me muerdo la lengua cuando me doy cuenta de que a Vittoria no le sienta bien saber esa parte concreta de la historia. No hace falta ser muy inteligente para percatarse de lo mucho que le gusta Timothée, así que siento que ha sido cruel por mi parte comentarlo y me arrepiento.

—¿Entonces tú no te llevas bien con él? —pregunta ella a su vez para olvidarnos de Martina, alias la innombrable novia de Timothée.

—No mucho, la verdad. Tenemos el trato justo. Chocamos mucho, no nos parecemos en nada y yo no consigo entender ese humor que dices que lo ha llevado a tener tantos amigos.

Como cuando me ha pasado la lengua por la cara.

«¿Por qué no lo olvidas de una vez?».

—Pero ya sois casi familia. Deberíais esforzaros para entenderos mejor.

Espero que eso no ocurra nunca. De hecho, la sola idea hace que se me revuelva el estómago. No soportaría tener a el Novio viviendo en casa, comiéndose mis cereales, hablándome de sus clases. Sí, el Novio es profesor de Literatura en la universidad. Sus coloquios son agotadores, aunque también muy interesantes. Tengo una lucha interna con esta parte de él en concreto.

—Lu.

—¿Qué?

Vittoria me confunde por enésima vez en lo que va de camino.

—Me alegra que estés aquí. Muchísimo.

Le sonrío. Últimamente, nadie se alegra de mi presencia. Creo que uno de los motivos por los que mi madre me ha enviado aquí es para recuperar algo de tranquilidad y no tener que verme todo el día de morros. Hace tiempo que pienso que ya no me quiere como cuando era pequeña. Le recuerdo a mi padre, por lo menos, físicamente, y también le estoy haciendo daño como él le hizo. Sin embargo, cuanto más me aleja, más fácil me resulta herirla, y eso me duele de un modo insospechado.

—Ojalá yo también me alegre, Vi.

—Vi —dice—. Me gusta.

Sonríe con tanta emoción que me contagia su alegría.

El verano que inventamos la nieve

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