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Los previos al juego
Оглавление“La cultura se juega”, escribía con atrevimiento el académico holandés Johan Huizinga (1986). El juego, así entendido, no es solo un anexo en el desarrollo de la sociedad, una representación o una instancia de desfogue de los males a los bienes de cada colectividad. El juego es y ha sido, a lo largo de la historia, un componente central en la conformación de nuestra cultura. En la sociedad actual, el juego se manifiesta de muchas maneras. Una de ellas son los deportes y, en particular, los deportes profesionales. Entre ellos, el fútbol ocupa una posición especial.
Originado en la Inglaterra industrial del siglo XIX, en menos de un siglo y medio, ya goza de la fervorosa aceptación en, prácticamente, todo el mundo, tal vez con la significativa excepción del Norte de América. La FIFA, entidad rectora a nivel mundial, se vanagloria de tener más afiliados que la ONU y, cada cuatro años, se da el lujo de paralizar, no es una exageración, los cinco continentes.
¿Por qué y cómo ha llegado a ocupar ese lugar? La respuesta no es nada fácil. A su favor cuentan la sencillez de sus reglas, la capacidad insuperable para generar tensión y placer en la competencia, la facultad de simular una guerra o las luchas de la vida real y algunas situaciones estéticas innegables. También es importante preguntarnos por cuál es el proceso inexplicado que le sirvió para convertirse en un deporte de masas, en un esperanto deportivo, según la acotación de una científica social norteamericana (Lever, 1985). Algunos, sin desconocer esa forma de hipnotizar a las masas, enfatizan cualidades negativas: su utilización para alienar, a través de la catarsis semanal, a las masas que lo siguen o, como lo señala Umberto Eco, su función de inmovilizar, por el tipo de adhesión consumista que genera.
Pero tal vez el eje de la respuesta debe buscarse en su complejo papel de factor generador de cultura. En este se combinan, de manera particular, sus características propias como juego –por cierto, el único fundamentalmente jugado con los pies– y su específica traducción de los demás componentes del devenir social. Es, por tanto, un fenómeno inmerso en el desarrollo actual de la humanidad y ha jugado tanto funciones loables como otras cuestionables. Pero ello, precisamente, lo ha convertido en algo más que un deporte, no simplemente un juego. De él no han dependido ni la felicidad ni la justicia ni la verdad, pero en él han vivido todas estas manifestaciones representadas.
Y como parte conformante de la sociedad contemporánea, el fútbol se ha convertido, mucho más que cualquier otro deporte, en el eje condensador de adhesiones y arraigos detrás de los cuales se nutre el sentimiento nacionalista. En épocas de ausencia de símbolos unificadores y, especialmente, allí donde ni los odios ancestrales ni tampoco el mercado o los mitos fundacionales alcanzan para unificar a una comunidad, se da ese inexplicado proceso que Camus (1994) resumió así: “Patria es la selección nacional de fútbol”.