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IV.

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Estaba la tarde tibia y serena, los rayos del sol abrillantaban las tapias de piedra doradas por los siglos; la fuente gemía sin cesar; un aire ligeramente perfumado agitaba las copas de los árboles y el luminoso espejo del estanque.

El joven inclinó su frente pensativa y cerró los ojos cual si tratara de impedir que se le escapasen las lágrimas.

El Guardián, respetando el silencio de su amigo, pasaba repetidas veces la mano sobre su opulenta barba y movía los labios como si murmurara una oración.

Aquel cuadro, que hoy solamente pudiéramos contemplar entre los maronitas del Líbano, recordaba el pasaje de "Los Mártires" de Chateaubriand, cuando Eudoro refirió la historia de su juventud al sacerdote de Homero, en la ribera del Alfeo.—¿Está Ud. cansado?—Dijo el Padre á D. Carlos, que contestó vivamente:—Cansado no, pero sí cargado con la deuda de gratitud y de respeto que no puedo pagar á Ud. La causa principal de mis desdichas y mi resolución de morir, siquiera para el mundo, no le son desconocidas; más todavía, me avergüenzo ante Ud. por haber querido perder mi eternidad en un arrebato de culpable delirio.

Después de unos instantes de silencio, continuó:—Para que me compadezca...... y también como tributo de confianza, voy á contar á Ud. detalladamente los acontecimientos de mi vida si quiere permitírmelo.

—Con mucho agrado escucharé su narración.—Respondió el Padre cruzando los brazos entre las mangas de su hábito y añadió después de una breve pausa:—La vida del hombre es un arroyo fugitivo que se lleva las efímeras flores de sus ilusiones y las ramas secas de sus desengaños...... Aunque se haya doblado el cabo de las tempestades y se viva tantos años como yo, los recuerdos de afectos perdidos y goces pasados, ya sean propios ó ajenos, traen al corazón perfumes de dulzura y enseñanzas provechosas.

María Luisa, Leyenda Histórica

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