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EL CAMINO A SEGUIR

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El camino a seguir no es complicado, aunque algunos lo hallarán controversial. No es originalmente mío. Está escondido a plena vista en los Evangelios y en las epístolas de Pablo. Sabemos que funciona porque ya funcionó. Hace muchos años, los miembros de una secta llamada El Camino, (a pesar de tener todos los pronósticos en contra), captaron la atención y la devoción del mundo pagano, tanto dentro como fuera del Imperio romano. Así que tal vez necesitamos ponerle pausa a mucho de lo que estamos haciendo hoy, que de todas formas no está funcionando tan bien, y tomar notas de los hombres y mujeres a quienes se les atribuye la dramática transformación de nuestro mundo.

¿Qué hicieron los cristianos del primer siglo que nosotros no estamos haciendo?

¿Qué hizo su fe tan convincente, tan resistente y, al final, tan irresistible?

No tiene sentido que una nueva secta haya nacido supuestamente en contra del gobierno más poderoso del mundo. No tiene sentido que el líder de esa secta fuera rechazado por su propio pueblo y crucificado por supuestamente querer usurpar el trono por Roma. No tiene sentido que un movimiento haya sobrevivido y triunfado ante tan abrumadora resistencia. No tiene sentido que esta misma religión desconocida sería a la larga, oficialmente instituida por el mismísimo imperio que trató de extinguirla.

No soy el primero en hacerme estas preguntas. Los eruditos e historiadores han contemplado estos misterios por generaciones. La mayoría de ellos han llegado a la misma conclusión. La autora británica, Karen Armstrong, que no es simpatizante del cristianismo evangélico, lo resume de esta forma:

Aun así, aun con todos los pronósticos en contra, para el tercer siglo, el cristianismo se había convertido en una poderosa fuerza que no podía ser ignorada. Aún no comprendemos cómo sucedió esto.1

Históricamente hablando, ella tiene razón. Es virtualmente imposible de explicar. Los antropólogos, historiadores e incluso los escépticos han llegado a la misma conclusión. Concretamente, algo sucedió en el primer siglo que resultó en la expansión del cristianismo como si fuera una infección transmitida por el aire. Esos primeros creyentes tenían algo en su fe. Algo que la hizo atractiva, convincente y aparentemente irresistible.

El papel de los eruditos e historiadores es similar al papel de un médico al diagnosticar una enfermedad. Deben buscar las causas naturales. Buscamos explicaciones racionales sobre los sucesos que ocurrieron. En lo que se refiere al aparentemente inexplicable surgimiento vertiginoso de la iglesia, estoy convencido que debemos aceptar la explicación ofrecida por aquellos que estuvieron más cerca de los eventos originales. Los testimonios de Pedro, Lucas, Santiago, Pablo y otros, proveen una amplia explicación de por qué el movimiento de Jesús no solo sobrevivió el primer siglo, sino que a la larga superaron el intento del mismo aparato político y religioso de destruirlo.

Por la doble presión entre el templo judío y el Imperio romano, el movimiento de Jesús debió haber sido sepultado junto con su fundador. Pero no fue así. En este preciso momento, cristianos de todo el mundo visitan las ruinas del templo judío y el Imperio romano. Desde el Foro Romano en Italia hasta el monte donde se encontraba el templo en Israel. Pero el cristianismo no está en ruinas.

Ahora Roma está adornada con cruces y Jerusalén está llena de turistas cristianos. Roma y Jerusalén no destruyeron a la iglesia. Más bien la iglesia se fundó sobre Roma y Jerusalén. Hace dos mil años, la cruz simbolizaba el poder del imperio. Hoy simboliza el poder de Dios.

¿Cómo sucedió esto?

¿Qué podemos aprender?

Y lo que es más importante, ¿podría suceder otra vez?

Creo que sí.

Irresistible

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