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Capítulo 2 ALCANCE GLOBAL

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Israel no era la meta final y más importante de la historia. El antiguo Israel fue un medio para un fin.

Eso no es un desaire.

Ser un medio para un fin es lo que da significado a las cosas. Es lo que nos da significado y propósito. Si vives para ti mismo, tu vida va a carecer de significado. Conviértete en un medio para un fin y tu vida adquiere propósito. Eso nos enseñan los funerales. Nos recuerdan que el valor de una vida siempre se mide no por cuantos años viviste o por cuántas cosas adquiriste, sino por cuánto de tu vida le entregaste a los demás.

Pero estamos hablando de Israel.

Dios creó a la nación de Israel como un medio para un fin divino. Creó la nación para un propósito global. El plan global de Dios para la nación de Israel fue anunciado por primera vez mucho antes de que existiera como nación. Alrededor del 2067 a. C., Dios prometió un hijo a un Abraham de noventa y nueve años. Un hijo que se convertiría en una nación que bendeciría al mundo.

Al mundo entero.

Aquí está la redacción original:

Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.

Dios prometió a Abraham que “engrandecería su nombre”. Esa es la forma bíblica de decir “te haré famoso”.1 Me imagino que sabes quién fue Abraham.

Ahí está la prueba. Promesa cumplida.

Pero aquí está lo más importante:

…y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.2

¿Te imaginas lo ridículo que le pareció esto a Abraham? Un hombre sin tribu, solo, en medio de la nada. Sin embargo, esa promesa inició una cadena de eventos que se extendería sobre el transcurso de casi dos mil años. Su alcance nos parece incomprensible. Pero históricamente encierra otro aspecto muy peculiar también. Dios prometió “bendecir” al mundo a través de la descendencia de Abraham. Eso no tenía ningún sentido en esa época.

Las tribus de ese entonces no se bendecían una a la otra.

Las tribus antiguas se conquistaban, se saqueaban y se esclavizaban unas a otras. Siendo honestos; aún las naciones modernas no se bendicen mutuamente. Espiamos, negociamos e imponemos sanciones. Nuevamente, no nos podemos imaginar lo ridículo que esto sonó para Abraham.

Sigamos adelante.

A la larga, Abraham tuvo su gente y con el tiempo emigraron hacia Egipto, en donde se multiplicaron hasta alcanzar el estatus de nación, lo cual incomodó terriblemente a sus anfitriones. Pero en vez de expulsarlos, Faraón los puso a trabajar… como esclavos.

Hasta aquí llegaron todas aquellas promesas. Resulta difícil bendecir a todas las naciones de la tierra mientras fabricas tabiques para un rey, que se cree el amo del universo. Pero a diferencia de los dioses egipcios, el Dios de Abraham no era de barro. Así que cuando el Dios de Abraham estuvo listo, apareció. Utilizó a Moisés como su representante y lo envió a Faraón con aquellas inolvidables plagas.

Después de un poco de forcejeo, Faraón accedió.

La razón por la cual siento la libertad de resumir cuatrocientos y tantos años de la historia de Israel en cuatro enunciados es por nuestra familiaridad con la trama. Aunque muchos lectores modernos (y cinéfilos), conocen la historia, es casi imposible para nosotros no darnos cuenta de su trascendencia. En la forma más extraordinaria, más anticipada, más espectacular y digna de la atención de Hollywood que se pueda imaginar, el Dios de Israel demostró su capacidad de acción y su autoridad. Claramente, su autoridad no estaba restringida por la geografía. La tierra era su jurisdicción. Su mensaje para Faraón fue inequívoco:

Tienes algo que me pertenece ¡y no me voy a ir de aquí hasta que me lo des!

Uno por uno, el Dios invisible de Israel, humilló al olimpo de los dioses egipcios. Al final, haría que su pueblo desvalijara a la que tal vez, era la nación más rica del planeta. Todo ello sin retener a nadie a punta de espada. Cuando Israel puso a Egipto a sus espaldas, la economía de la antigua ciudad había quedado diezmada. Claramente, el único Dios de Israel era más poderoso que todos los dioses egipcios combinados. Y todo eso como un Dios en tierra ajena. El Dios de Israel estaba jugando de visitante. Y asombrosamente era móvil, no estático. Los dioses móviles no eran comunes en la época precristiana.

Adelantemos la película cuatro meses, para encontrar al pueblo de Israel acampando al pie del monte Sinaí observando a Moisés descender con las instrucciones de Dios para la nación. Las llamamos los Diez mandamientos, aunque terminaron siendo como 600. Esos famosos primeros diez mandatos, funcionaron un tanto como una tabla de contenido, como resumen. Si fuiste de los que creciste en la iglesia, de seguro recuerdas cómo comenzaba esta antiquísima constitución:

Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo.3

En otras palabras: Fue todo gracias a mí.

Continúo:

No tendrás dioses ajenos delante de mí.4

De seguro ellos pensaron: ¡Vale! Ningún otro dios. Ya vimos que Tú les ganas a todos.5 Y luego vino la declaración que puso a Israel, en una categoría que no existía en ninguna otra cultura alrededor:

No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni los adores.6

Cuando Moisés terminó de leer los puntos principales de todo lo que Dios demandaba de la nación, ellos respondieron al unísono:

Haremos todo lo que el Señor ha dicho.7

Pero por supuesto no lo hicieron.

Y no debería sorprendernos.

Ya ves cómo se pone la gente cuando anda de campamento.

Después del campamento y el retiro de la iglesia se te olvida todo.

A mí se me olvidó. Quizás a ti también. Si tú no fuiste de los que creciste yendo a campamentos de la iglesia… a lo mejor hubieras terminado igual que nosotros.

Las películas y las versiones infantiles de esta narrativa no reflejan exactamente cuántos viajes de ida y vuelta, tuvo que hacer Moisés al monte Sinaí. Y en cada uno, Moisés regresaba con más y más instrucciones detalladas para la nación. Una de sus excursiones al monte duró cuarenta días. Y cuando el gato no está, los ratones hacen fiesta. A ver si se acuerdan de esta parte de sus clases de escuela dominical:

Al ver los israelitas que Moisés tardaba en bajar del monte, fueron a reunirse con Aarón y le dijeron: —Tienes que hacernos dioses que marchen al frente de nosotros, porque a ese Moisés que nos sacó de Egipto, ¡no sabemos qué pudo haberle pasado!8

¿En serio?

Dios todavía ni ha terminado de escribir todos sus mandamientos, y su pueblo ya está abandonado el primero y más grande de ellos. ¿Cómo es posible?

Aarón les respondió: —Quítenles a sus mujeres los aretes de oro, y también a sus hijos e hijas, y tráiganmelos. Todos los israelitas se quitaron los aretes de oro que llevaban puestos, y se los llevaron a Aarón, quien los recibió y los fundió; luego cinceló el oro fundido e hizo un ídolo en forma de becerro. Entonces exclamó el pueblo: «Israel, ¡aquí tienes a tus dioses que te sacaron de Egipto!9

¿Cómo? ¿Esas vacas que te vimos fabricar de nuestro oro egipcio saqueado, fueron las que nos liberaron de Egipto?

Aquí es en donde la mayoría de nosotros se confunde. ¿Por qué abandonarían unos esclavos recientemente liberados al Dios que los liberó? ¿Cómo podrían adoptar como objeto de adoración algo que vieron ser creado ante sus propios ojos? Es confuso para nosotros porque crecimos creyendo en un Dios invisible que está en todo lugar al mismo tiempo. Pero eso era territorio nuevo para el pueblo de Israel. No tener un objeto para adorar, era tan confuso para ellos, como para nosotros sería, adorar una vaca. Necesitaban algo tangible. Visible. Inmóvil. Este episodio en la historia de Israel no terminó bien. Al final, Moisés tuvo que volver al monte Sinaí para recibir tablas nuevas.

Pero bueno, así Israel comenzó su relación formal con el Dios invisible y móvil de Abraham. Liberados de sus capataces egipcios y armados con nuevas reglas para vivir, se prepararon para levantar el campamento y comenzar su travesía al norte, hacia la tierra prometida. Pero antes de olvidarse de Sinaí por completo, Moisés ordenó la construcción de una tienda de campaña llamada el tabernáculo para albergar y transportar las sagradas tablas de la ley. Cuando se completó la construcción de esta tienda y las tablas de piedra descansaban a salvo en la caja de madera construida para ese propósito, sucedió algo extraordinario. Moisés lo describe de esta forma:

En ese instante la nube cubrió la Tienda de reunión, y la gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no podía entrar en la Tienda de reunión porque la nube se había posado en ella y la gloria del Señor llenaba el santuario.10

Dios estableció su residencia.

Nadie llevó una estatua al tabernáculo para ponerla en un pedestal, como era la costumbre en las naciones paganas. Cuando el Dios de Israel estuvo satisfecho con que todo estuviera como debía estar, eligió habitar en el tabernáculo. Lo llenó con su gloria. Su presencia. Bajo sus términos.

Pero incluso con la presencia de Dios en medio de ellos, Israel aún no estaba en posición de “bendecir” a todas las naciones de la tierra.

Pregúntale a Faraón.

Nadie en Egipto se sintió “bendecido”, en ese momento en particular.

Irresistible

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